Categorías: Opinión

D. Juan I y la conquista de Ceuta (II)

Contextualizar la batalla de Ceuta en el perioo correspondiente al final de la Edad Media resulta un ejercicio complejo, pues las innumerables variables presentes - de carácter político, estratégico, económico y social - y la distancia temporal de los acontecimientos, asociada a las variadas interpretaciones históricas, dificultan un análisis que se pretende sucinto. Para la claridad necesaria, conviene entender argumentos lógicos en los espacios europeo, ibérico y norte-africano acentuando, naturalmente el espacio nacional, prima facie (a primera vista) en lo que concierne la opción africana.
En Europa, la coyuntura de entonces estaba marcada por una recesión económica por causas diversas, como la peste negra, la hambruna, la falta de mano de obra, la crisis agrícola, el enfriamiento climático y, principalmente la guerra de los Cien Años, conflicto entre Francia e Inglaterra, que envolvió el continente y alcanzó transversalmente todas las clases, provocando profundas transformaciones en la vida social, política y económica. Además de los esclavos para suplir la falta de mano de obra, importantes materias primas escaseaban – como el oro, la plata, el trigo de África y especias orientales -, aumentando exageradamente su precio; y la necesidad urgente de adquirir directamente la riqueza en los mercados internacionales estaba limitada por el monopolio de las rutas de las especias y del oro, ostentado por los mercaderes italianos; había una enorme dificultad en alcanzar la Ruta de la Seda, que los árabes cerraran al comercio cristiano. A pesar de alguna experiencia de navegación en el Mediterráneo y de instrumentos que ya permitían la navegación astronómica, faltaba profundizar en los conocimientos técnicos y la construcción naval que permitiese surcar el océano y, así, acceder a las fuentes de riqueza que se sabía existían en el interior de África, en Las Indias y en el Extremo Oriente.
En territorio marroquí, en el reino de Fez, sede del Imperio almohade de la dinastía Merinita, se vivía también una recesión económica, agravada por la decadencia política iniciada con la derrota de la batalla del Salado; es un reino fragmentado y debilitado por la ausencia de unidad, en que ciudades como Fez, Ceuta, Tánger o Marraquech rivalizan entre sí. En esa época, Ceuta – una de las Columnas de Hércules, junto con Gibraltar- era una ciudad de importancia religiosa, económica y militar, con innumerables “madrassas”, un excelente puerto, terrenos agrícolas fértiles, una gran capacidad defensiva y fundamentalmente una enorme importancia estratégica en relación al control del estrecho de Gibraltar.
En el ámbito peninsular, después de uno de los periodos de guerra ocurrido entre 1396-1398, las relaciones de Portugal con Castilla están marcadas por un periodo de paz (Tratado de 1411) que, por un lado, permitía retomar el espíritu de la Reconquista a favor de un ideal religioso común y, por otro, posibilitaba a la Monarquía Portuguesa orientar los esfuerzos en demanda de otros horizontes, procurando definitivamente, marcar su individualidad y prestigio, en tanto que Nación importante de la Europa cristiana. Todavía en la península, los musulmanes habían conseguido sustentar el reino de Granada y, a pesar de perder influencia en el territorio, controlaban el estrecho de Gibraltar, estrangulando la navegación cristiana en el Mediterráneo y en el Atlántico.
Enclavado entre los reinos de la península y el inmenso “mar océano”, la localización privilegiada de Portugal le proporciona una serie de ventajas que urgía aprovechar. Con su enorme costa al Oeste y al Sur, el reino era punto de afluencia de rutas comerciales de origen diverso, desde la costa septentrional africana hasta el Báltico, asociando mercados italianos, árabes y europeos. Paralelamente, su relación con el mar permitía a Portugal mantener una notable infraestructura de construcción naval, apoyada por importantes conocimientos de navegación e instrumentos respectivos, cartografía y astronomía, aprendidos con el contacto de comerciantes y marineros de las diversas procedencias y con la propia experiencia. Eje natural de expansión, el mar se mostraba como factor de identidad tala-socrático y al mismo tiempo, de diferenciación en relación con los otros reinos de la Península, incorporando plenamente la idea de que un ¡país que tiene un mar nunca es pequeño!
De las razones de la opción africana (atlántica), resaltamos las de carácter político, religioso, social, militar y económico que en su conjunto, dan forma a los objetivos estratégicos de entonces.
Políticamente, interesaba acuñar definitivamente la soberanía en el contexto peninsular y adquirir prestigio internacional junto con otros reinos de la Santa Fe, mejorando la imagen de un reino pobre y periférico, marcado por la agitada subida al trono de un rey bastardo. En el ámbito religioso, los argumentos de la lucha a los infieles, de la expansión de la fe cristiana y el debilitar el apoyo a los reinos musulmanes de la península, sustentan el deseo y la necesidad de ostentar posesiones en el Norte de África, prologando el ideal de abatir a los invasores en su propio territorio.
En el marco social, la burguesía, la nobleza y el clero compartían intereses económicos, religiosos y militares, asociando a la ya referida expansión de la fe cristiana, las oportunidades de comercio en Ceuta y la ocupación de una nobleza guerrera en periodo de paz con Castilla, permitiendo también saldar la persistente aspiración de los príncipes de ser armados caballeros en combate. Militarmente, el control del estrecho de Gibraltar y de las vías marítimas, el combate a la piratería y la posesión de una cabeza de puente en África, que facilitase eventuales acciones posteriores en dirección al continente africano o incluso en dirección a la propia Península, eran objetivos útiles, posibles y galvanizadores del aparto militar.
Desde el punto de vista de la economía interesaba, fundamentalmente, diversificar las fuentes de las materias primas y de producción y acceder y controlar nuevas rutas de comercio, mitigando así la recesión económica que entonces se vivía.
Para ello, Ceuta se mostraba como una óptima oportunidad, no solo por allí abundaban los cereales (de que Portugal andaba muy carente), ganado, pesca, minerales, textiles, mas también porque constituía un codiciado centro de afluencia y paso de rutas mercantiles oriundas del interior del  continente africano – principalmente de oro y esclavos que Portugal y Europa tanto necesitaban -  y permitía importantes rendimientos de los servicios de flete relacionados con las rutas comerciales.
ARTE DE LA GUERRA Y MEDIOS MILITARES
El arte de la Guerra y la componente terrestre del aparato militar portugués percibidos en 1415 no difieren mucho de los años precedentes del último cuarto del siglo XIV, influenciados por las guerras Fernandinas de un lado, y de otro la Guerra de los Cien Años. A nivel interno, la destrucción provocada por las tropas castellanas durante la Segunda Guerra Fernandina (1373), obligo a D. Fernando a una particular atención a las cuestiones militares del reino.
Así, instituyo un servicio militar obligatorio, reglamentó las revistas anuales, competencia de los alcaldes y  reguló la inserción del servicio personal de Foso, medidas consignadas en las “Ordenes Generales de 1373”, que expidió a todas las comarcas. Amuralló las más importantes ciudades del reino, con especial relevancia de la de Lisboa y de Oporto.
Por influencia inglesa, el cargo de Alférez Mayor fue sustituido por los de Condestable y Mariscal. El condestable, en tanto que comandante jefe, ocupaba en la hueste la cima de la jerarquía, correspondiéndole el lugar en la vanguardia y la dirección de todas las operaciones militares, caso que el soberano no se encontrase presente. El mariscal era el adjunto del condestable, siendo responsable de los servicios administrativos y de justicia de la hueste.
Existía además un aposentador mayor, que antecedía la llegada de las tropas, para tratar de los alojamientos necesarios con los procuradores de los consejos y cámaras de las villas. Otra modificación fue la designación de “vanguardia, alas y retaguardia” que sustituirían a las “delantera, costados y saga”, con que hasta la fecha eran designadas las tres partes en que se dividía un ejército en formación de combate.
En el ámbito externo, la coyuntura europea de final de la Edad Media fue marcada por un acontecimiento que induciría fuertes alteraciones políticas, sociales y militares: la Guerra de los Cien Años (1337-1453). Esta guerra tuvo como principales antagonistas a las dinastías de  Capetos de Francia y Plantagenet de Inglaterra, envolviendo a otros actores, particularmente a Castilla y Portugal, alineados por Francia e Inglaterra respectivamente.

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