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D. Juan I y la conquista de Ceuta (I)

Este artículo es traducción de otro publicado en el “Jornal do Exército Português”, un número extraordinario de la Revista del Ejército luso dedicado a sus Grandes Comandantes y Batallas del Ejército Portugués. El citado ejemplar me fue facilitado por uno de mis antiguos mandos aquí en Ceuta, mi estimado Coronel Damián de quien recibí el encargo, antes de mi marcha doy por cumplido el encargo, que lo he realizado con toda la nostalgia y buenos recuerdos que me produce el trabajar en portugués ya que estuve una rotación de unos tres años y medio por tierras lisboetas encuadrado en el Mando Conjunto de OTAN en Oeiras.
Damián, muy conocido por ser Hermano Mayor Honorífico de la hermandad del Cristo de Medinaceli, es un caballa convencido y de corazón, y a su vez amigo de un aristócrata portugués que conoce y quiere a Ceuta como muchos de nuestros hermanos portugueses que  amantes de la historia saben que esta ciudad fue mucho más que una base avanzada en tierras africanas. Ceuta para Portugal tiene un significado especial, entre otras, porque su conquista supuso un espaldarazo a su cuestionada independencia por parte de Castilla, fue el reconocimiento como Reino influyente entre sus coetáneos europeos, fue el aval para iniciar una serie de expediciones que Portugal remembra como la era de los descubrimientos, fue una autentica escuela de experiencias de proyección de fuerzas, y no cabe duda que por su estratégica posición propició que los portugueses se aventuraran a un dominio espectacular de medio mundo, lo que llego en llamarse el Imperio Luso con posesiones en América, África, Asia y Oceanía.
La fecha de la conquista, coincide con la fase final de la Reconquista peninsular, suponiendo un golpe de gracia al apoyo que los Merinitas prestaban al Reino de Granada, los Nazaríes vieron con cierto pánico como se le cerraba su vía de escape por mar y por ello se prestarían a pagar cuantos tributos le pidiesen los reinos cristianos con tal de poder subsistir. Las generaciones siguientes a D. Juan I, sus hijos y nietos coincidirán con grandes personajes de nuestra historia como seria Fernando III y posteriormente los Reyes Católicos, el siglo XV sería el inicio de un gran competencia entre los Reinos de Portugal y Castilla-Aragón que a la vez que daban a conocer un nuevo mundo establecían vínculos permanentes con la cultura de de la vieja Europa, lucharon en una galopante carrera por el predominio llegándose a dividir las zonas de influencia en el famoso tratado de Tordesillas el 4 de junio de 1494 entre Isabel y Fernando y D Juan II. Ceuta estuvo en el ojo de ese huracán, como se refleja en el artículo, un enclave privilegiado y preciado por ser punto de paso de las famosas rutas comerciales del Mediterráneo e interiores de África, así como punto de paso obligado entre Europa y África.
Con esta modesta aportación que es la de poner a la luz en los diarios de la ciudad, una visión portuguesa sobre Ceuta, como la recuerdan y quieren, por mi parte asimismo pongo un punto y seguido en mi andadura militar por esta mi querida Perla del Mediterráneo a la que deseo todo lo mejor. Un afectuoso saludo y hasta siempre.
D. JUAN I: EL COMANDANTE
A los 11 días del mes de abril de 1357, se presume, nacía en Lisboa el pequeño Juan, hijo ilegítimo del rey D. Pedro  y de una dama gallega de nombre Teresa Lourenço. Desde muy temprano entregado a los cuidados del Maestre de la Orden del Cristo, Nuno Freire de Andrade, con el designio de ser orientado para la carrera monástica-militar, creció para encumbrar el blasón de la casa de Avis, pues con apenas siete años cubre la vacante del maestrazgo de la orden, como consecuencia de la muerte de D. Martín de Avelar. Educado, entonces, para dirigir una de las más importante ordenes religioso-militares, recibió una primorosa instrucción que, más allá de los conocimientos de la doctrina de la Iglesia, comprendía nociones de derecho canónico, de administración pública, y, naturalmente de la práctica militar inherente a la orden.
Fundador de la dinastía de Avis, fue aclamado regidor y defensor del reino por el pueblo de Lisboa en la crisis de sucesión de D. Fernando  (1383), siendo más tarde, en 1385, elegido rey de Portugal en las cortes de Coímbra, después de que “Juan el de las Reglas”, hubiera hábilmente probado la ilegitimidad de los hijos de Inés de castro y argumentado que de los hijos de D. Pedro I solo el Maestre de Avis tenía derecho al Trono. Además de eso, D. Juan I tuvo el mérito de rodearse de hombres de elevado valor: el propio Juan el de la Reglas, expedito y astuto jurisconsulto, y el padrastro de este, Álvaro Pais, gran mentor de la revuelta, además del ilustre Nuno Álvares Pereira, hombre de firme espada y convicciones profundas.
Según consta, la prudencia (que algunos erradamente apellidan de pusilanimidad) era su principal característica, la demostró como Maestre y Rey, desde el cerco de Lisboa y Aljubarrota a Ceuta, contribuyendo al clima de paz que entonces atravesó Portugal, en medio de una profunda crisis económica y demográfica y de un enorme descalabro financiero. Evidenciando, en el inicio, poca apetencia para la jefatura, aumentó y consolidó su autoridad a lo largo del reinado, como resultado de su buen hacer en la cosa pública, de la elevada capacidad de aprendizaje y de la firmeza de carácter, celoso en conservar el poder junto a si y poco inclinado a argumentos contradictorios en sus decisiones.
Elevado a la condición de héroe nacional por los hechos en Aljubarrota y Ceuta, fue esta última la que le garantizó la fama en toda la cristiandad. Fue un combatiente que siempre condicionó sus batallas a los imperativos de orden moral y del interés de Estado: durante su reinado, no solo se consolidó definitivamente la independencia, sino que se enseño a Europa a través del ejemplo portugués, una nueva imagen de legitimidad del poder real; se iniciaron las navegaciones y las conquistas; surge el respeto de Portugal en todas las cortes, se crean nuevas estructuras sociales y se moviliza un pueblo entero para la construcción del futuro, en una unión ejemplar entre la nación y su líder.
D. Juan I muere el 14 de agosto de 1433 a los 76 años de edad, precisamente 48 años después de la batalla de Aljubarrota, dejando un legado de “Buena Memoria” (su sobrenombre). Rey justo, victorioso, devoto y culto, lego el proyecto de la “portugalidad” en la Ilustre Generación, los hijos de su casamiento con D. Filipa de Lencastre, que garantizaron el devenir de la Nación.

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