Opinión

Cumpleaños con retrovisor, por Francisco Olivencia

El día 12 de febrero de 1934, Lunes de Carnaval, exactamente el mismo día en el que la murga “Los jugadores de golf” se hizo en la Plaza de Ruiz una fotografía que ha pasado a ser clásica de los Carnavales de entonces, nací en una casa que ya no existe y que llevaba el número 41 de la calle Real (entonces llamada “Soberanía Nacional”), donde hoy se alza el edificio “Ainara”. En consecuencia, mañana 12 de febrero, día en el que se da la curiosa coincidencia de que también es Lunes de Carnaval, cumpliré ochenta y cuatro años. Nací ceutí, y lo soy a mucha honra. Aquel -para mí- inolvidable 2 de septiembre de 2014, Día de Ceuta, cuando en el Auditorio del Rebellín fuimos condecorados mi hermano y yo con sendas Medallas de Oro de la Ciudad, referí que mi abuelo Baldomero, maestro nacional, fue quien me enseñó a leer y a perseverar en el estudio, primero en su casa y más tarde en el Colegio Lope de Vega, durante el curso en que dio su última lección por cumplir la edad de jubilación. Por su parte, mi madre me enseñó a rezar y me inició en el camino del cristianismo. Mi padre, además de transmitirme el amor a las dos Patrias, la grande, España, y la chica, Ceuta, me inculcó los valores del trabajo, de la honradez, del espíritu de servicio a la justicia y de defensa a ultranza de España y de Ceuta. Nunca les agradeceré bastante lo que hicieron por mí. Desde la perspectiva de mis ochenta y cuatro años echo la vista atrás, a lo que hasta ahora ha sido mi vida, y contemplo un claroscuro: satisfacciones, pero también decepciones y tristezas. Entre las primeras, mi carrera profesional, el haber ejercido durante sesenta años la abogacía asumiendo como propios los problemas de los clientes, sin defraudar nunca su confianza y, sobre todo, estudiando, porque un buen abogado está obligado a ser estudiante perpetuo para estar al corriente de las modificaciones legales y de la jurisprudencia. Siempre he sentido pasión por Ceuta, a la que he dedicado mucho tiempo y mucho trabajo Por otra parte, el haber desempeñado, a la vez, y durante treinta años, el cargo de Secretario General de la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Ceuta poniendo todo mi empeño en la defensa de los legítimos –y tantas veces ignorados- intereses económicos de la ciudad y del empresariado ceutí. Siempre he sentido pasión por Ceuta, a la que he dedicado mucho tiempo y mucho trabajo. Fui Concejal y Teniente de Alcalde en distintas épocas, durante un total de catorce años, habiendo sido Alcalde accidental por más de doscientos días, todo un honor para quien es ceutí. Más tarde, fui dos años asesor del Presidente Juan Vivas y después, durante otros cuatro, Diputado en la Asamblea de la Ciudad Autónoma (2003-2007 Y ahí finalizó mi vida activa como político. En el campo a veces resbaladizo de la política, los puestos de mayor responsabilidad que he desempeñado han sido, sin duda, el de Diputado por Ceuta en la I Legislatura (1979-1982) y Senador, también por Ceuta, en las V y VI Legislaturas (1993-2000). Y ahí, precisamente en mi labor como parlamentario, fue donde sufrí grandes desengaños, al comprobar hasta qué punto llega a veces la ignorancia y la confusión sobre lo que es y debe seguir siendo Ceuta. Precisamente, en estos días he leído dos noticias que dan fe de ello: la de un organismo de la ONU reprobando supuestas “devoluciones en caliente” de menores y solicitando que se les proporcione un centro adecuado, y la del Defensor del Pueblo (me pregunto de qué pueblo) criticando las más que necesarias depuraciones del Censo. Dos demostraciones prácticas de lo fácil que es opinar y dar instrucciones sin tener un verdadero conocimiento ni de nuestra realidad ni de nuestras necesidades. ¿Sobre el primer caso, qué habrá hecho la representación de España ante la ONU? Nada, supongo. Al parecer, pueden más las ONG que nuestro Estado. Una lástima. No obstante, debo admitir que en bastantes ocasiones encontré el apoyo y el afecto de altos cargos del Gobierno. No trato ahora de ufanarme por ello, pero junto con mis compañeros parlamentarios ceutíes (José Luís Morales y los ya tristemente fallecidos Antonio Domínguez, Serafín Becerra y Francisco Antonio González) logramos transmitir en ambas Cámaras legislativas y en altas esferas gubernamentales un mejor conocimiento de lo que es esta ciudad y, a la vez, importantes logros para ella en cuestiones de la mayor importancia. De todos modos, reconozco con pena que esta Ceuta de hoy no es la ciudad que soñé. Por poner un ejemplo, veo con enojo cómo se está pretendiendo borrar de nuestra historia una época tan heroica y gloriosa como fue la de la presencia portuguesa, fruto de esa Reconquista que, con la participación de todos los reinos cristianos ibéricos, tanto exaltaban libros de texto y también mi profesor de Historia, Manuel Gordillo, durante aquellas fogosas explicaciones que a veces incluso nos transportaban a la época de los conquistadores, allá en el vetusto Instituto de la actual calle Beatriz de Silva. Se intenta no solamente eliminar, sino incluso aborrecer, un legado tan preciado y honroso como el que, materialmente, componen nuestro escudo, nuestra bandera y el Pendón de la Ciudad. Es más, esta misma semana he leído que una organización marroquí nos acusa de destruir monumentos islámicos, ignorando, con toda malicia, lo que se ha gastado recientemente en la restauración de la Puerta Califal y su entorno para que pueda ser visitada. S e pretende diluir nuestra propia esencia en una engañosa multiculturalidad: Ceuta ha sido griega, fenicia, romana, bizantina, hispanovisigoda, árabe y, desde hace más de seis siglos -los que marcan nuestra esencia, nuestros valores y nuestro modo de ser- portuguesa y española Nunca debe olvidarse esto. O sigue siendo así o ya no será Ceuta. A lo largo de mi vida, he sufrido la pérdida de muchos seres queridos, aunque, por fortuna, vivo con mi esposa y compañera desde hace sesenta años, contando, eso sí, los del noviazgo, que por aquel entonces era algo muy serio y formal. Que la Divina Providencia nos conceda seguir unidos cuánto más tiempo, mejor. Ahora, ya jubilado del todo, mi único trabajo consiste precisamente en escribir estas colaboraciones semanales para “El Faro”. Me consta que otros han recogido la antorcha del amor por Ceuta. Les deseo de corazón que logren revertir lo que tanto me entristece, poniéndome a su disposición.

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