De los cultos de las hermandades y sus solemnidades

En este Tiempo de Cuaresma veo convocatorias por doquier anunciando cultos en las hermandades y con frecuencia quedo sorprendido por la visión de magníficos altares llenos de luz y color -tan a gusto del cofrade actual- alrededor de imágenes esplendorosamente vestidas. Al contrario de lo que muchos creen, estos días no son los más idóneos para ello. Las hermandades más ortodoxas -siguiendo el magisterio de la Iglesia y su propia tradición evitan este tipo de esplendores celebrativos dentro de la cuaresma, ya que lo aconsejable parece que fuera otro tipo de manifestación contemplativa más acorde con el tiempo litúrgico que toca. Claro que siempre hay hermandades que exceden todo lo dicho y que todos tenemos en el imaginario cofrade… pero esa es otra historia que algún día habrá que explicar.

Quizá, el error esté en que algunas corporaciones solo tienen cultos para sus advocaciones titulares en este tiempo, lógicamente al calor de la cercana Semana Santa y ya puestas, ¡que sean a lo grande! No parece lógico concentrar los cultos en este tiempo cuaresmal cuando el año da para mucho. Dejar el resto desierto de actos piadosos no tiene sentido, ya que estos son de gran estima para el cofrade, sobre todo cuando se trata de los propios. Tanto es así que la iglesia aconseja que las celebraciones se distribuyan convenientemente en el círculo anual de los misterios de Cristo. En cualquier caso, magnificencia y excesos artísticos cuadran mal con estos días de cuaresma. Y no es que este tiempo deba ser triste o parecerlo, pero sí es verdad que son unos días de los que se predican otras cuestiones: la meditación reflexiva, el recogimiento y la oración. Siempre buscando, a través de la presencia de sus sagradas imágenes en el caso de las hermandades, el crecimiento espiritual individual y colectivo, así como la “re-conversión” de aquellos que se han alejado de Dios, bien por desidia, por increencia sobrevenida o sencillamente porque dejaron de encontrar respuestas. Así, los cultos en estos días deben realizarse en el ambiente litúrgico adecuado y con ese conocimiento que las cofradías atesoran y muchos parecen haber olvidado, como es tener en cuenta el momento del año litúrgico que se vive y por ende usando la liturgia apropiada; también, cono no, exponiendo nuestras imágenes con sencillez y evitando creaciones imposibles de justificar desde el arte sacro y utilizando la música sagrada que corresponde y no composiciones de corneta y tambor creadas para la calle que no para el templo.

Las juntas de gobierno (con su Director Espiritual donde corresponde) están obligadas con sus cofrades, que en teoría son cristianos comprometidos con la iglesia y sus hermandades, a facilitarles en sus parroquias u oratorios -con más asiduidad en estos días- herramientas que acrecienten la espiritualidad. Y no son a nuestro entender los septenarios, quinarios y triduos a la antigua usanza lo mejor para ello en este tiempo. Cuando digo “antigua usanza” me refiero a esos días que, misa tras misa ante elevados y esplendorosos altares, el cofrade va desgranando el ciclo lineal del culto cuaresmal. A lo largo de los años he asistido a numerosos de este tipo y siempre al finalizarlos he tenido la impresión de estar celebrando solo una prolongada y lujosa dominica. Creo sinceramente que las misas a diario no son actualmente la acción litúrgica más útil para los que se acercan a nuestros cultos cuaresmales.

Hay que reconocer que cada día hay más hermandades que aprovechan mejor este tiempo cuaresmal, realizando sus cultos con un sentido espiritual más profundo, al hacerlos más orientados a la reflexión y participación, combinando para ello varias acciones litúrgicas y diferentes ejercicios piadosos: sabemos que las acciones litúrgicas vienen obligadas por norma eclesiástica a estar dirigidas y realizadas por ministros de la iglesia (no solo sacerdotes), como por ejemplo la celebración eucarística, la Palabra, paraliturgia o la confesión; los ejercicios piadosos en cambio son más sencillos y pueden realizarse tanto dentro como fuera de la iglesia, con o sin sacerdote que los dirija, como por ejemplo el rosario, los vía crucis o las procesiones claustrales, por lo que debemos aprovechar para realizarlos con toda normalidad y sin complejos de seglar. Es decir, por un lado profundos actos de liturgia donde los cofrades seamos partícipes activos en la celebración dirigida por un ministro de la iglesia; y de otro lado momentos de espiritualidad personal compartidos con los hermanos en devoción, dirigidos y animados por sus juntas de gobierno alrededor de sus amados titulares.

La Constitución Sacrosanctum Concilium, Sobre la Sagrada Liturgia (1963), en su proemio dice: “Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio (…) y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia”. Obsérvese que se promulgó en el primer año conciliar Vaticano Segundo, siendo la primera constitución publicada de las cuatro que alumbró el Concilio (1962-1965), lo que nos da una idea del interés de la iglesia por actualizar la antigua liturgia. Juan Pablo II en su Carta Apostólica, con motivo de su cuadragésimo aniversario dejó reflexiones muy interesantes que los cofrades debemos aprovechar: “Sigue siendo más necesario que nunca incrementar la vida litúrgica en nuestras comunidades (…) con vistas a la participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que recomendó el Concilio”; o esta otra, “La Constitución Sacrosanctum Concilium interpreta proféticamente esta urgencia, estimulando a la comunidad cristiana a intensificar la vida de oración, no sólo a través de la liturgia, sino también a través de los ejercicios piadosos, con tal de que se realicen en armonía con la liturgia, como si derivaran de ella y a ella condujeran”.

Debemos reivindicar por tanto y poner en valor (como ahora se dice) los ejercicios piadosos como buena liturgia, al igual que todas las funciones de piedad popular que tradicionalmente realizan las hermandades, que casi siempre proceden de una intensa vida litúrgica, pero cuidado, las devociones sólo nos deberían preparar espiritualmente para vivir la liturgia, pero no la suplen, ni la reemplazan.

Todo esto nos debe llevar en Tiempo de Cuaresma a ejercitarnos en una serena lectura de la Palabra y en unos activos y reflexivos ejercicios piadosos en presencia de nuestros advocaciones, que en una exposición austera de formas en lo ornamental dé más autenticidad a la representación y centre la atención sólo en el misterio que se venera, siempre conducente a culminar el culto participando de los sacramentos.

La lectura de la Constitución Sobre la Sagrada Liturgia ya tiene unos años, pero sigue siendo un documento relevante y necesario en el seno de los órganos de gobierno de las hermandades, tanto para la actualización orgánica de estos como de sus miembros, ya que resulta absolutamente necesario entender el sentido de la liturgia en toda su extensión para practicarla con conocimiento y deseos de ver sus frutos (capítulos I a V); sin perder de vista otros asuntos que transpolados convenientemente al culto en las hermandades resultarían de provecho a los “más capillitas” (capítulos VI y VII), pues están dedicados a la música sagrada o al arte y los objetos sagrados. No me cabe duda que todo ello nos puede ayudar a una mejor planificación de los cultos, así como a una mejor escenificación de estos y más acorde con el tiempo actual, tanto por parecer más auténticos como por ser menos ostentosos, lo que habrá de dejar más tiempo, por cierto, a las juntas de gobierno para lo que verdaderamente importa.

Y ya de paso, también es necesario actualizar nuestro lenguaje cofrade para la liturgia, como la propia iglesia hizo en su momento, resultando sorprendente que aún sigamos utilizando algunas expresiones de la liturgia tridentina ya fuera del rito. Habría que recordar por ejemplo que cuando se escribe “solemne misa” o “solemnes cultos”, se hacía referencia a las celebraciones con varios ministros (sacerdote, diacono y subdiácono) además de ser oficios cantados y con incensación. Además, las solemnidades en la iglesia son otras celebraciones que no la de los cultos de las cofradías precisamente. Y qué decir de las convocatorias, verdaderas obras de arte de filigranas imposibles para enmarcar los anuncios de culto, otro exceso visual para este tiempo.

No habría de parecer que todo esto supone una renuncia a los esplendores artísticos de las hermandades, nada más lejos de lo que intento transmitir, pues siempre he pensado y defendido que para el culto a Dios, a través de nuestras sagradas imágenes, debemos emplear de lo que tenemos lo mejor, sabiendo que las hermandades atesoran conocimientos y gusto para una correcta exposición de lo sagrado. Pero se hace necesario volver a cierta austeridad en el Tiempo Cuaresmal y hacerlo con una mirada más real sobre las cosas y no olvidando que hay que marcar y diferenciar bien el momento de culto que corresponda, es decir los tiempos litúrgicos. Y esto vale tanto en el fondo como en las formas, pues no todo sirve para cualquier momento. A veces, el cofrade no cae en la cuenta que de lo sublime a lo ridículo solo hay un paso...