La llegada del otoño nos supone a todos los ceutíes que nos desplazamos como caminantes, toda la población en uno u otro momento, el comenzar a padecer el “síndrome de Chiquito de la Calzada”: “cuidador” con el suelo, por aquí no “puedor” pasar que me caigo y me hago “pupitar”. Podría ser divertido, si no fuera porque es dramático y penoso.
El inicio de la época de lluvias convierte, desde hace ya varios años, el andar (y muchas veces también el ir en bicicleta o moto) por muchas de nuestras calles en un verdadero problema para nuestra salud. Problema que no hace distinciones de edad, religión, sexo ni posición social.
Aunque, lo cierto es que, este serio problema ya no es estacional, “gracias” a los constantes, inacabables, de dudosa utilidad, inoportunos y, a veces, sin sentido riegos o baldeos que soportan nuestras calles (o algunas de nuestras calles). Desde las 12 de la noche hasta las 12 del mediodia, el ciudadano de a pie puede verse con los pies encharcados al revolver cualquier esquina, persistiendo el riesgo de caida hasta casi la una de la tarde. También hay que dar “gracias” a nuestras cada vez más numerosas fuentes (pareciera que nos sobre el agua) que, como por ejemplo la de la plaza de los Reyes, origina a su alrededor una zona mojada-encharcada de más de 3 metros de anchura, además de proporcionar una ducha gratuita a todos los que se le acercan. También al agua que rezuma de los maceteros de las calles. También .....
Pero ¿dónde reside realmente el problema del suelo resbaladizo?, pues en el propio suelo, más concretamente, en las piedras usadas para pavimentar el suelo. Conviene recordar aquí y ahora, que no existen piedras buenas o malas, sino piedras bien o mal utilizadas. Llevamos varios años asistiendo a una serie de cambios arquitectónicos en las calles del centro de la ciudad que se basan, principalmente, en la sustitución del antiguo pavimento de los suelos por una serie de piedras ornamentales, que llegan a convertir algunos puntos de la ciudad en “orgiásticas macedonias” de piedras de distintos colores y texturas. Acerca de la cuestión estética nada que decir, sobre gustos no hay nada escrito. El auténtico problema surge con el acabado superficial que presentan las mencionadas piedras.
Los acabados superficiales de las piedras ornamentales son una serie de tratamientos que influyen, tanto en su aspecto visual, como en sus propiedades tecnológicas. De los más de 10 tipos de acabados superficiales que existen en el mercado (flameado, abujardado, apomazado,...), existe uno que está especialmente desaconsejado (como puede leerse en algunos manuales de arquitectura) para su uso como pavimento de calles, el pulido, que es un acabado fino y brillante pero que “puede producir riesgos de accidente por deslizamientos”.
A la hora de pavimentar el suelo con piedras ornamentales hay que controlar varios factores, uno de los cuales es la resistencia al deslizamiento, cuya determinación es cada vez más importante debido a su incidencia en la seguridad de los usuarios. Para pavimentos exteriores secos se recomiendan valores, de dicha resistencia al deslizamiento, iguales o mayores de 35 (si el suelo es horizontal), e iguales o superiores a 40 si el suelo está inclinado o en cuesta (un suelo en cuesta es más resbaladizo que uno horizontal). Las piedras pulidas muy dificilmente alcanzan estos valores. La presencia de pavimentos mojados exige valores bastante mayores (un suelo mojado es más resbaladizo que uno seco).
En los suelos de nuestras nuevas calles del centro coexisten piedras no pulidas (principalmente flameadas) con muchas otras pulidas; las calles presentan numerosas cuestas, algunas muy pronunciadas; la presencia de agua es prácticamente constante (baldeo, fuentes, maceteros, lluvia). Parece claro que el destino del ceutí de a pie es resbalarse en la calle (ahora con el cambio de estación con más posibilidad), pero existiendo responsables de ello (por supuesto la climatología no), parece lógico, que todo aquel que se vea afectado ejerza su derecho a reclamar por los posibles daños ocasionados.
Por cierto, resulta paradójico que las zonas laterales del paseo del Revellín, esas con tantas piedras de colores que resbalan tanto, fueran consideradas en el proyecto de pavimentación como “pasillos de seguridad”.
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