Opinión

Cuidado con la desesperación

Los últimos movimientos del PP, incoherentes, torpes y erráticos, denotan un estado de nervios muy difícil de disimular. Sin lugar a dudas, esta legislatura se podría calificar como la del ocaso del proyecto de Juan Vivas. “El ayuntamiento está peor que nunca”. Esta es una frase recurrente que vuela de boca en boca entre los empleados municipales, testigos privilegiados (mudos) de un desastre sin parangón. Todo funciona mal. Y el Gobierno carece por completo de capacidad de reacción. Está deprimido, agotado, desorientado y atenazado por una incompetencia contagiosa que se retroalimenta por una soberbia rayana en el ridículo.

El PP, o al menos parte de él, es perfectamente consciente de que será muy difícil mantener la mayoría absoluta en estas condiciones (es preciso recordar que en la actualidad es una mayoría absoluta “técnica” por aplicación de la ley electoral, no tiene mayoría absoluta de votos). Esta hipótesis, más que verosímil, indujo al Presidente a reactivar dos líneas de actuación para “salvar los muebles”. Por un lado, empezar a cortejar a ese grupo de extraños advenedizos sin ideas ni proyecto nacido para recomponer la mayoría de derechas haya donde haga falta, y que se hacen llamar ciudadanos. Una “muleta”, ahora inservible, pero que puede ser vital en verano de dos mil diecinueve. . Por otra parte, recuperar dos elementos que ha considerado claves en su extenso dominio electoral: limpieza e inversión. Quieren llegar a las urnas con un amplio catálogo de obras en marcha diseminadas por toda la Ciudad y un grado de limpieza como antaño. Estos objetivos centran sus esfuerzos en estos momentos. Hasta aquí todo se puede considerar normal. Todos los gobiernos hacen campaña electoral permanentemente, y es lógico pensar que sus estrategias respondan a un legítimo interés partidista. Es la ciudadanía la que debe decidir hasta qué punto se quiere dejar engañar por esta grosera manipulación. Pero en cualquier caso, están en su derecho.

El problema surge cuando ellos mismos empiezan a sospechar que estas medidas son insuficientes. Es demasiado abultado el inventario de calamidades para ocultarlo con tres ladrillos y dos baldeos. Entre otras cosas porque ni siquiera son capaces de ponerlas en marcha (todavía no han empezado ni una obra, y la Ciudad presenta un estado de suciedad lamentable). El fracaso, que ya se adivina como inevitable, induce a la desesperación. Se sienten víctimas de una infernal carrera contra el reloj. Los días pasan a toda velocidad y no se atisba ningún síntoma de remontada. Más bien lo contrario.

Y es llegado este punto, cuando emerge la tentación a modo de “Plan B”. Abrazarse al (indecente) argumento estrella que nunca falla en la Ceuta (todavía) desestructurada. Saben que aparecer ante el electorado como el “único partido capaz de detener el proceso de islamización de Ceuta, y conservar sus señas tradicionales” es garantía de éxito electoral. Siguen siendo muchos (acaso demasiados) los ceutíes que anteponen este propósito a cualquier otra valoración o consideración política. Esta creencia, relega todo lo demás a un plano irrelevante. Cualquier desvarío o atrocidad queda perdonado y convalidado. Este posicionamiento, que Vivas había orillado consciente del riesgo que entraña, va ganando adeptos en el seno del PP, que ya se siente imbuido del “espíritu de las cruzadas”. El propio Vivas, sintiéndose vencido, parece haber sucumbido y ahora se afana en impulsar este desdichado cambio de rumbo.

Esto ya no es disculpable desde ningún punto de vista. Ningún resultado electoral (de ningún partido político) puede fundamentar una estrategia que contribuya a la división, la tensión, el enfrentamiento y el odio entre las dos comunidades que conforman nuestro cuerpo social. Esta es una irresponsabilidad de dimensión histórica. Nadie tiene derecho a destruir Ceuta. El partido que ostenta una amplia y prolongada hegemonía política en Ceuta, y en el contexto actual, no puede, bajo ningún concepto, interés, argumento o justificación (ni activa ni pasiva), promover, incitar o tolerar (no siquiera sibilinamente) comportamientos contrarios a la convivencia. Cuidado con la desesperación…

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