Tal y como es están poniendo las cosas, parece llegado el momento de recordar que la Constitución, ese texto fundamental que hace más de treinta y tres años votó afirmativamente una inmensa mayoría de los electores, está fundamentada, según preceptúa su artículo 2 “en la indiscutible unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, reconociendo y garantizando “el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.
Indisoluble unidad de la Patria común e indivisible, autonomías y solidaridad. Ahora, transcurridos más de tres decenios desde que se aprobaron los primeros estatutos de autonomía, precisamente los del País Vasco y de Cataluña, tres decenios en los que en ambos territorios se han venido cultivando tanto una educación sesgada y basada en el odio y la exclusión de lo español, como un falso victimismo que, desgraciadamente, ha penetrado en el ánimo de muchos vascos y catalanes, ahora, repito, desde Cataluña se plantea con toda crudeza, y con un apoyo popular evidente, supuestamente mayoritario, nada menos que la creación del Estado catalán y su “independencia” (¿cómo se puede hablar así cuando desde hace muchísimos siglos se forma parte en pie de igualdad -`por lo menos- de una nación libre, hasta el punto de que Cataluña ya estaba comprendida dentro del reino visigodo hispánico?). En definitiva, la secesión de España. Todo lo contrario de lo que dicta la historia y recoge la Constitución, y, para mayor inri, tomando como pretexto una supuesta expoliación que no es más que la puesta en práctica de la solidaridad constitucional, de la que se desprende que las regiones más ricas deben contribuir al desarrollo de las más pobres.
Si desde otras partes del territorio nacional ese planteamiento segregacionista no puede ser recibido con simpatía ni, por tanto -salvo quizás lamentables excepciones- gozar del menor apoyo, en Ceuta, como en su hermana Melilla, tendría que ser rechazado de plano, sin el menor resquicio, porque no podemos consentir que los principios constitucionales de la unidad de España, de su indivisibilidad y de su integridad territorial sean violados. Nos va en ello mucho, más bien todo. Si se resquebrajasen esas bases, ya no existiría freno para seguir podando España.
En esta tesitura me viene a la memoria algo que sucedió hace varios años, cuando un alto jefe militar se permitió recordar el contenido del artículo 8 de la Constitución, según el cual una de las misiones de las Fuerzas Armadas es la de defender la integridad territorial de España. Se organizó un ridículo revuelo, y aquel General fue cesado en su cargo por haber tenido la osadía de citar algo que está incluido de modo expreso en nuestra Carta Magna. Esa misión -dijeron- solamente podrían desempeñarla nuestros Ejércitos si así se le ordenara el Gobierno. No creo que aquel General pensara otra cosa, ni por otra parte estoy sugiriendo que las tropas ocupen ahora Cataluña, lo que sería totalmente contraproducente, porque exarcebaría los ya exaltados ánimos de los separatistas, creando mayor victimismo, pero, en algunas ocasiones, no está de más sacar a colación algunos contenidos de la Constitución, sobre todo cuando muchos preferirían que cayesen en el olvido.
Vigilemos atentamente, pues, desde ambas Ciudades autónomas, el desarrollo de este peligroso envite que plantean desde Cataluña. Hay quien dice que todo es un farol para forzar el pacto fiscal, ese palmario ejemplo de insolidaridad que tanto ambiciona Artur Más. Me permito dudarlo, porque estos insaciables nacionalistas no acabarán nunca de presionar y presionar. Lo han venido haciendo desde hace muchos años y les ha ido saliendo muy bien, tanto en Cataluña como el País Vasco (donde los nacionalistas ya comienzan a apuntarse a esta operación centrífuga, sin que pueda excluirse que otros no les sigan). Quizás esta vez el órdago planteado se les haya ido de las manos Cuidado, pues. En todo caso, al tratarse de un claro intento de vulneración del texto constitucional, deberíamos exigir, si llegase el caso y porque a todos nos afecta, un referendum a nivel nacional para que se oiga al pueblo español, como es de Ley, y no una simple consulta circunscrita a Cataluña.
Por último, conste que, como dijo Rajoy, ahora no es momento para plantear el desafío de la independencia, dada la crisis. Aunque le faltó añadir que tampoco después. No olvido aquellas palabras que pronunció Adolfo Suárez, cuando -aún en plenas facultades, vino a Ceuta a recoger el Premio Convivencia, dedicada sin duda -aunque no los nombrara- a los nacionalistas: “No se debe pedir lo que no se puede dar”. Sin jugar a dudas, esa frase viene al caso como anillo al dedo.
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