Los primeros movimientos en torno a las próximas elecciones generales en nuestra Ciudad, apuntan a la fatal reincidencia que termina inevitablemente con el triunfo de la derecha. Desde mil novecientos ochenta y nueve todas las elecciones las ha ganado el PP con holgura (en algún caso con una mayoría humillante).
Existen, sin duda, razones políticas que explican estos resultados. Además de la fuerte implantación tradicional de la derecha, el PP ha sabido presentarse como “el partido de gobierno que defiende los intereses de Ceuta”, frente a un PSOE que ha pagado muy caro su ambigüedad en este terreno desde los tiempos de Felipe González. Pero también es fruto de una estrategia electoral errática que conduce una fragmentación suicida en aquellos casos (como el nuestro) en que no existe una distribución proporcional de la representación. O se gana, o se pierde. Cuando este hecho se produce, el cálculo sobre las posibilidades de éxito debe forma parte, de manera insoslayable, del análisis político. De lo contrario puede suceder que se termine por apoyar lo que se pretende combatir. Cruel paradoja. Pondré un ejemplo cercano. La última vez que el PSOE ganó las elecciones generales en Ceuta (mil novecientos ochenta y nueve), lo hizo por un escaso margen, y a ello contribuyó la inhibición del PSPC. En aquel momento, las discrepancias entre ambos partidos eran muy evidentes; pero ante la previsible igualdad (como los hechos demostraron), el PSPC optó por evitar que ganara la derecha.
Nos encontramos en un escenario muy favorable para infligir una ansiada derrota a la derecha en Ceuta. No es fácil; pero es posible. Después de muchos años, existe una posibilidad cierta de lograrlo. Pero lo que todos debemos tener meridianamente claro, es que para ganar es un requisito imprescindible la unidad de todas las personas y partidos que se sitúen a la izquierda del PP. De cualquier otro modo, estamos condenados a la derrota. A una nueva y desmoralizante derrota. Es una cuestión de prioridades. Cuando alguien afronta unas elecciones (como candidato o como elector) lo hace marcándose un objetivo. Cualquiera de ellos es legítimo y, por tanto, respetable. Se puede pretender cubrir un espacio determinado, medir la profundidad de un proyecto, reforzar la implantación de un partido, enarbolar alguna idea concreta, reclamar algún tipo de reivindicación social de especial trascendencia, u otra finalidad similar. En todos estos casos, el planteamiento es muy sencillo. Se hace la campaña, y el recuento determina el nivel de éxito. Otra cosa muy diferente es cuando se entra en la dinámica de competir para ganar. En este caso el planteamiento es mucho más complejo. En primer lugar porque es necesario tener en cuenta todas las circunstancias que concurren en el proceso, muchas de las cuales dependen de la voluntad de terceros. Por otro lado, porque se pueden fijar los objetivos también en negativo (ganar, o evitar que otro gane). Cuando el dominio de un partido es aplastante, no compensa renunciar a las ideas propias en aras a “mejorar los términos de la derrota”; pero cuando las distancias de estrechan, es muy posible que el “sacrificio” merezca la pena. Esta es exactamente la situación en la que nos encontramos en Ceuta. ¿Se puede considerar una prioridad suficiente evitar una nueva victoria del PP? La respuesta sincera a esta pregunta es la clave. Si desplazamos la decisión a otros ámbitos (posicionamiento ideológico, filias y fobias personales, evocación de trayectorias pretéritas, o conjeturas sobre comportamientos futuros), la fragmentación, y con ello la irrelevancia, está servida.
Ceuta necesita una sacudida por la izquierda. Estamos fosilizados, viviendo en una sociedad con mentalidad decimonónica. Dominados por una ideología perniciosa que hace de la desigualdad y de la humillación de los débiles su razón de ser. A veces, para poder construir es necesario, previamente, tener que demoler. Valga el símil. No podemos perder el tiempo en discutir cómo será la nueva casa mientras no derribemos la antigua. Los planos sobre la vivienda futura pueden ser magníficos, pero sólo son ensoñaciones mientras no se pueda empezar a construir. Ha llegado el momento de demoler. Y después, construir desde la izquierda.
Lograr la unidad de la izquierda requiere un ejercicio de humildad y responsabilidad por parte de todos quienes se reclaman partícipes de esta forma de pensar. Empezando por el PSOE.
Este partido tiene que entender que no tiene ninguna posibilidad de ganar las elecciones en solitario. No puede basar su estrategia en esperar que los demás se retiren de los procesos electorales (basándose en la teoría del voto útil). Su importancia cualitativa en las elecciones generales es indiscutible, pero también lo es que resulta insuficiente. Si se limita la contienda al tradicional PP contra PSOE, ganará el PP con certeza. Los dirigentes actuales del PSOE pueden caer en la tentación de utilizar las elecciones en clave interna, y conformarse con una notable mejoría que los refuerce (nada complicado si tenemos en cuenta que en dos mil once el PP alcanzó el sesenta y seis por ciento de los votos y el PSOE no llegó al veinte por ciento). Si el PSOE se mantiene en la posición soberbia de considerar a los que están a su izquierda como pigmeos prescindibles a los que no debe hacer concesión alguna, no habrá nada que hacer.
En los mismos términos cabe hablar del resto de potenciales agentes de la unidad. No es realista plantearse derrotar al PP sin contar con el PSOE. Podremos encontrar infinitos argumentos que demuestran el abandono por parte de este partido de los postulados de la izquierda (incluidos los comportamientos que lo has asimilado al PP hasta hacerlos indistinguibles en aspectos esenciales de la política); pero de lo que no cabe duda es de que una parte muy significativa del electorado “identificado con la izquierda”, sigue teniendo al PSOE como referencia. Los datos objetivos son concluyentes. Los partidos a la izquierda del PSOE en Ceuta, en elecciones generales, no han alcanzado nunca el ocho por ciento (el mejor resultado del PSPC quedó en un siete por ciento, Caballas en un seis por ciento, e Izquierda Unida a penas llegó nunca al dos por ciento) El partido emergente y sugerente, PODEMOS, también ha mostrado ya su debilidad en nuestra Ciudad. En las elecciones europeas no llegó al cuatro por ciento del electorado. Y como referencia (Melilla es una Ciudad muy parecida a Ceuta en sus realidad electoral) en las elecciones municipales en Melilla sólo cosechó ochocientos votos. Estas cifras podrían ser ampliamente superadas, pero es una quimera pensar que pudieran, siquiera remotamente, disputar la victoria.
En resumen, todos necesitamos un baño de realidad, tenemos la obligación de asumir las cosas como son, y sólo a partir de ahí, decidir cuál es la prioridad máxima desde la óptica de la izquierda en la actual coyuntura. Si queremos derrotar al PP, nos unimos. Ello significa hacer las concesiones correspondientes con generosidad e inteligencia dentro de una limites previamente aceptados. Si queremos que gane el PP, nos dividimos. Todo lo demás, son argumentos de salón de los que la derecha se ríe apoltronada en la hegemonía que disfruta desde hace décadas.
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