La imagen de Ceuta sigue en el epicentro de la preocupación colectiva. El último aldabonazo ha sido el comunicado del Banco de Alimentos renunciando a la celebración de su congreso en nuestra ciudad, alegando razones de seguridad. De nuevo todos, con el presidente a la cabeza, escandalizados ante el injusto trato recibido, en esta ocasión, por una asociación de carácter social que intenta paliar los efectos de la pobreza. No parece, en principio, muy sospechosa de maldad intrínseca o intereses ocultos. Más bien este hecho debería servir para convencernos de que, efectivamente, tenemos muy mala imagen.
Ceuta es un perfecto paradigma de una enfermedad social de nueva aparición que es la “cultura de la irresponsabilidad”. Nadie es culpable de nada. Nunca. Es suficiente con encontrar, y difundir, una excusa creíble y convincente que exonera a los implicados de asumir las consecuencias de sus actos. Así pasa en todo los órdenes de la vida. En la vida pública de manera más extensa y aguda.
Ceuta tiene muy mala imagen. Pero de eso no tenemos la culpa los ceutíes. ¡Faltaría más! La culpa es de los medios de comunicación o de los agentes del mal que andan revueltos, invirtiendo su tiempo en dañar a Ceuta sin misericordia. Así que cuando se producen hechos como el del Banco de Alimentos, es suficiente con un lamento pretendidamente profundo, un suspiro como señal de incomprendidos, y algún insulto suelto, en los que condensamos todo el amor a nuestra tierra herida. Suficiente. Ni una sola mirada introspectiva. Ni la más mínima concesión a la objetividad. Empezamos a dar risa. Que es lo peor que nos puede pasar.
No hace muchos días, el presidente de la Ciudad, firmaba un decreto para adquirir, por emergencia (no urgencia), chalecos antibalas para la Policía Local. Eso quiere decir que nuestra máxima autoridad percibe un “riesgo cierto e inminente” de atentados que pueden poner en peligro la vida de los agentes de Policía, hasta el extremo de anular la convocatoria del concurso abierto para idéntica finalidad. Todos los palmeros habituales salen en tropel defendiendo la inteligencia, acierto y buen gobierno del Presidente que con su sabia decisión logra salvaguardar “la vida” de los policías. El presidente de Ceuta promulga, de manera solemne y categórica, el estado de grave inseguridad de Ceuta, al borde de un inminente ataque terrorista.
A la vista de ello (y de otras noticias similares: dice el Ministro del Interior que los terroristas detenidos en Ceuta estaban “listos para atetar en cualquier momento”), una asociación de voluntarios, en su mayoría personas mayores, deciden cancelar su visita a nuestra Ciudad, alegando exactamente lo mismo que el presidente; pero en este caso, la legión de aduladores oficiales, con idéntico énfasis, salen a la palestra, criticando a los pérfidos gestores de la ONG de dañar “injusta e inmerecidamente” la imagen de Ceuta. El mismo presidente, el de la “emergencia”, alienta y subraya la descalificación.
Ceuta tiene una muy mala imagen (merecida) porque los ceutíes no hacemos absolutamente nada pare evitar, o controlar, los fenómenos que la generan. Estamos demasiado ocupados en mirar y defender el ombligo de cada cual. Lo cómodo es pedir (e incluso exigir) complicidad a los demás para mantener esta farsa en la que estamos convirtiendo nuestra ciudad.
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