Ahora que ya no estás (qué rotundas, hirientes y definitivas palabras); ahora que ya no estás, Tito Paco, déjame que te cuente lo que nunca te he contado.
De chica…
Te cuento lo feliz que nos hacías a mis hermanas y a mí, unas niñas de Barcelona, cuando íbamos de vacaciones a Ceuta y pasábamos por tu tienda y salíamos cargadas de cositas que lucíamos ante las compañeras de clase, tras un largo, exótico, delicioso verano en Ceuta.
Te cuento que, antes de que Decathlon irrumpiera en nuestras vidas, unas sábanas blancas y unas cañas ya nos servían para montar el chiringuito en la playa y pasar el día todos juntos, tíos y primos: Benzú o Restinga, cualquiera era un buen escenario para disfrutar de la buena vida: pinchitos, juegos, olas, sol, tiempo, risas...
Te cuento cuánto me gustaban tus ocurrencias, tus bromas, tus disfraces en tiempos de feria, en la terraza del hotel La Muralla o en la Plaza de África o en el Paseo de las Palmeras: todas las sobrinas con trajes de gitana, grandes collares y pendientes de colores, suplicando un algodón de caramelo, un trozo de coco o una bolsa de altramuces, y subir otra vez en los cacharritos.
Te cuento lo que supusieron aquellas palabras que en su día pronunciasteis la Tita Paqui y tu: "Saca a tu prima". Jamás tres palabras fueron tan fértiles para esa temprana juventud mía: la casa de la abuela Juana, en el Recinto, era el cuartel general; y, desde allí, té moruno en Benzú, conchas finas en el kiosko de la plaza Azcárate, pastelitos en El Vicentino o en la Campana, copas en la Plaza Vieja, vistas desde el Monte Hacho, rutas moteras por el Príncipe, el Mirador del Sarchal, el Castillo del Desnarigado y la Ermita de Sant Antonio; baños en la playa Benítez, en La Peña, en El Chorrillo, en Calamocarro, en La Ribera... 3 palabras que cruzaron el Estrecho y llegaron a Málaga, a Archena, a Granada, a Barcelona.
Y ya de mayor…
Te cuento mi querencia por el sur, ese deseo constante de volver al sur; que la tita Paqui y tu fuisteis alimentando poco a poco, sin darme cuenta. Jamás podré agradeceros lo suficiente esa semillita que sembrasteis en mí, que forma parte de mi esencia y que constituye el mejor rasgo de mi identidad.
Te cuento la sorpresa que suponían tus llamadas inesperadas interesándote por mi vida, preguntando por Pedro; o las botellas de vino, los volaores, las latas de atún o las carteras morunas que traía mi madre cuando regresaba de sus viajes al sur.
Te cuento la alegría que me diste cuando viniste a Barcelona para celebrar mis 50 años: los paseos por la Ciudad Condal, la Rambla de Poble Nou, el Paseo de Gracia, las comidas con toda la familia; y muchas risas, muchas bromas, mucha ilusión, muchas ilusiones.
Te cuento de la última vez que nos vimos en Málaga, entre conchas finas y cervezas, tu cerveza Victoria. Ya estabas enfermo, pero tu alegría, tu optimismo, tus ganas de vivir, ¡de bien vivir!, opacaban cualquier atisbo de preocupación.
Te cuento la complicidad que tejiste con todos nosotros a través de Facebook, cuando ya las pruebas, las operaciones y los tratamientos empezaron a dejar cicatrices en el cuerpo y en el alma. ¡¡¡Menudo cachondeíto te llevabas con tus selfis!!!
Te cuento la belleza al verte (intuyendo que aquella visita salada sabía ya a despedida): postrado en la cama del hospital, de lado, con la sábana cubriendo sucintamente tu cuerpo marmóreo, definido y agotado. Realmente, me pareciste una escultura de Miguel Ángel o de Bernini.
Te cuento tu esperanza de curarte, de tus ganas de vivir cuando me dijiste que solo quedaba una tanda de quimio; luego, a coger fuerzas para ir a Barcelona, a casa de mi hermana Gemma. ¡Eso sí que era aferrarse a la vida, maldita sea!
Te cuento el amor de unos hijos con su padre: cómo te miraban intentando contener las lágrimas, con qué gratitud y sencillez te hablaban (jamás tuvo más sentido aquello de "quien siembra, recoge"), con qué delicadeza y cuidado te cambiaban de postura, cómo te refrescaban con toallas mojadas y con polos de chocolate. ¡¡¡Y con qué fruición los devorabas!!!
Te cuento tu elegancia al partir a punto de llegar el solsticio de verano, ese verano que sabe a higo chumbo, a pescado seco, a almendra garrapiñada, a concha fina, a pipas, a sol y a sal.
Te cuento de tu eterna presencia, porque, ahora que has vuelto a Ceuta, a tu casa, las olas son más bravas y alegres; la espuma es más blanca filigrana de nácar; las puestas de sol son más brillantes y espejeadas; y la luna, ¡ay, la luna!, con sus finos hilos de cristal y plata, riela más llena, más luminosa y más viva.
Ay, tito Paco, déjame que te cuente que te echo de menos, que te quiero y que, como me dijiste tras la mascarilla con un frágil hilo de voz, nos volveremos a ver, pero en otras circunstancias.
Eso, en otras circunstancias.