Quién todavía no se ha dado cuenta que todos tenemos un punto de locura y otro de idiotez, es que se cayó de pequeño en la marmita de Obélix rebosante de éstas. Que está muerto, o es que se ha convertido en un autómata sin haberse enterado. Está claro que la envidia es siempre de otro. El error es siempre de otro. La codicia de otro. El engaño, la soberbia y un larguísimo etcétera, siempre de otros. Lo contrario sería una sincera confesión de nuestras propias miserias, y aunque sin que ninguno lo seamos, hay que aparentar ser portadores de un dechado de virtudes semidivinas. Clarividentes de la justicia absoluta. Dando la impresión de que cuando vamos al váter sólo eliminamos Chanel Nº 5.
Esto últimos días hemos presenciado la cara dura -sin añadir eso de ‘presunta’- de algunos personajes sentados en el banquillo de los acusados. Tan sumamente dura que sería capaz de arañar diamantes. Los que hasta hace bien poco salían en los programas televisivos hablando de cuernos, bolsas de basura y corrupción, ahora que tienen que declarar, empiezan con los ataques de amnesia, vacilando a la peña y soltando una sarta de votivas, cambiantes y asesoradas falsedades.
Una mención especial para los arcángeles caídos, ¿qué quiénes son? Es evidente que en todos los conflictos mientras unos y otros intentan defender sus posiciones buscando soluciones, hay algún personaje que se dedica a agitar, trabar y obstaculizar. Bien por intereses espurios, o lo que es todavía peor, para su satisfacción y regocijo personal -dónde está el fuego que ya llevo yo la gasolina- para su porción de gozo de onanismo vital. Que ya están ellos, a ser posible desde su oscuro anonimato, para avivar los problemas y hacernos la vida menos monótona, ¿qué sería de nosotros sin sus esfuerzos para enfervorizar las disputas?
El otro día leí una noticia sobre una sentencia referente al honor, la intimidad y la propia imagen de una guapetona mujer que la pillaron en una recóndita playa -con el culo al aire- mientras eran otros los que tenían ya abonados los derechos a fotografiar ese culo en aquella playa. Pues nada, a indemnizar con un pastizal que cuando es cosa de la honra, y la balanza de la justicia hay que aplicar, llegado el caso dicta su señoría sentencia: ‘Que teta no es culo. Que alquilado ya estaba, en sitio no público. Condenados a pagar cuarto y mitad’.
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