Gustavo Martín Garzo
El cuarto de los sombreros
Ed. Galaxia Gutemberg
Barcelona, 2024
Esta reciente publicación del ensayista y novelista vallisoletano Gustavo Martín Garzo incluye dos novelas cortas -El cuarto de los sombreros y La mentirosa- que, sin embargo, se articulan sobre un trasfondo común.
La primera -que da título al libro- integra diversos relatos y leyendas. Presenta la estructura de una larga carta que una anciana dirige a una profesora, estudiosa de la escritora Paulina Quiroga, tras asistir a la presentación de una novela suya: una publicación póstuma rodeada de cierto misterio, que también alcanza la vida de su desconocida autora. Con esta carta, la anciana trata de explicar su respuesta a una mujer que intervino en el acto de presentación afirmando que no le había gustado la novela “porque a las mujeres reales no les pasaban esas cosas”. Esta anciana no puede estar de acuerdo con tal afirmación… porque la novela narra la vida de dos chicas -Adela y Carmiña- que comparten durante unos años proyectos, ilusiones y también problemas. Y Carmiña es precisamente ella, que realmente vivió con la autora y reconoce en su novela numerosas experiencias y situaciones que les ocurrieron a ambas. En realidad, la carta que envía a la estudiosa de la obra es una “novela paralela” a la que ha escrito su amiga Paulina Quiroga: la anciana da cuenta de una serie de hechos que sucedieron pero que en la novela aparecen de otra manera, aunque ella siempre los acepte como reales. En esta novela encontramos también una reflexión continuada -ejemplificada con diversos hechos- sobre el poder del amor, capaz de transformar al ser humano que, poseído por él, puede cometer todo tipo de desmanes o afrontar las situaciones más heroicas: es lo que les ocurre a las protagonistas de la novela y que, de alguna manera va a guiar sus vidas, para bien y para mal. No en vano Paulina Quiroga rechaza que en su lápida figure su nombre: solo pide que se inscriba la frase Amor omnia (el amor lo es todo) -extraída de Gertrud, el film de Carl Theodor Dreyer que ambas han visto en repetidas ocasiones- porque esa frase resume toda su vida.
Aunque de contenido diferente, la segunda novela de este libro tiene rasgos comunes con la primera. La mentirosa está basada en una conocida historia: la de las apariciones de la Virgen a Bernardette, joven analfabeta y humilde, en una gruta próxima a la localidad de Lourdes (Francia), a mediados del siglo XIX. Las supuestas revelaciones de la Virgen así como los numerosos milagros que obró (especialmente curaciones de enfermos) lograron que la autoridad eclesiástica reconociera estos hechos sobrenaturales y promoviera la veneración a la Virgen de Lourdes (como se la denominó por la proximidad de la cueva de las apariciones a esta localidad) y las peregrinaciones de fieles a esta gruta, junto a la que se construyó una basílica.
Pero ésta, que es la historia que se nos ha trasladado como real, nada tiene que ver con el relato autobiográfico que Bernardette, en los últimos días de su vida, hace en la novela. Recluida en un convento para evitar la visita de curiosos (unos la veneran como santa; otros la tachan de mentirosa), se ve apremiada por clérigos que quieren escribir lo que ha visto y oído, o por un escultor que pretende reproducir de la manera más fiel posible la imagen de la Virgen. La joven, abrumada, asiente a todos las preguntas que le hacen: “Pero lo hacía para que me dejaran tranquila, no porque fuera verdad”. También ella en su relato (como en la novela que le precede) crea una “novela paralela” en la que vuelve a plantearse la cuestión de fondo de esta obra: “La verdad, ¿cómo era? ¿Querían ellos conocerla? No, no querían. Solo que les dijera lo que ellos deseaban oír, lo que les interesaba”. En realidad, ella no ha mantenido ese contacto con la Virgen que todos le suponen, aunque sí tiene conciencia de haber asistido e incluso protagonizado episodios sobrenaturales. “¿Soy una mentirosa por consentir que sigan pensando estas cosas? Desde pequeña me gustó mentir”. Aunque su concepto de mentira se corresponde realmente al de imaginación, a la fantasía creativa que hace que disfruten los interlocutores. “Siempre mentimos a los que amamos […]. Les mentimos para ver cómo brillan sus ojos cuando escuchan nuestras locuras. Mentir para servir al amor, ¿es eso pecado?”, se pregunta.
En ambas novelas se plantea como elemento básico del “oficio de escribir” la cuestión de la ficción literaria como punto de partida de la creación: la ficción puede (y debe) manipular la realidad para transformarla en obra artística. Porque ciertamente la ficción (que algunos han denominado la mentira del arte) es la auténtica verdad de la obra literaria.