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Cuando una víctima de violencia de género parece la delincuente

Víctima de violencia de género que termina tratada como si fuera una delincuente. O casi. Precisamente el día en el que en Ceuta se va a impartir un seminario para la mejora de la coordinación en el tratamiento de este tipo de violencia, afloran casos que evidencian que las cosas no funcionan como debieran.

Esta es la historia de una mujer cuya identidad se preserva por mera protección. El pasado fin de semana denunció un caso de violencia de género. Lo que viene después es signo inequívoco de que pueden existir protocolos, expertos y abundantes profesionales, pero siguen produciéndose grietas tan enormes que todo lo construido para proteger a la mujer termina volviéndose en su contra.

Cuatro horas estuvo la víctima en dependencias de la Policía Nacional como, asegura, “retenida” junto a sus dos hijas menores de edad. “Parecía que era yo la delincuente”, confiesa. No podía moverse de este punto supuestamente por protección, ya que el denunciado no había sido todavía detenido.

Y así estuvo cuatro horas, hasta que ella misma escuchó las voces de familiares de su pareja en las puertas de la Jefatura porque el varón ya había sido localizado y se encontraba en dependencias policiales bajo arresto. “Nadie me había dicho nada. Yo estaba allí con dos niñas esperando, pero nadie me había informado de que estaba detenido”.

“¿Y ahora cómo salgo yo?”, se preguntaba. Pues lo tuvo que hacer sola, “no me escoltó nadie, salí con mis hijas. Me fui acojonada”, confiesa.

Así, pasadas las doce de la noche, dejaba la sede de la Jefatura, tras estar “cuatro horas sin salir”, con “un frío horrible”, con sus niñas “que tenían hambre” para terminar abandonando el lugar sin ningún tipo de escolta, exponiéndose a problemas con familiares del detenido que finalmente no se produjeron.

Pero existieron posibilidades, y en los casos de violencia de género que las haya significa riesgo.

Ahí no termina esta historia. “Quedaron en que me iban a llamar” para saber los pasos siguientes que debían darse, es decir, cómo iba a ser la personación en el juzgado o cuándo.

“Estuve esperando desde las ocho de la mañana”, pero nadie llamaba. A las diez fue cuando recibió una llamada, pero no de la Policía, sino del Juzgado. “Me estaban esperando”, cuenta que le indicaron a modo de reproche por una tardanza de la que ella no era culpable ya que nadie le había comunicado que debía estar allí. Tampoco su abogada de oficio sabía de esa cita. Sin escolta, como cuando había abandonado horas antes la sede policial, se desplazó a los juzgados.

El riesgo de cruzarse con el detenido

“Me metieron a que me viera la forense, que tampoco sabía nada. Me estuvieron mareando toda la mañana para arriba, para abajo” y cuando terminó todo, solo entonces, fue cuando acudió a la oficina de atención a la víctima, a pesar de que ese trámite debe cumplirse al principio.

Y en mitad de estos episodios a todas luces caóticos quedaba algo más: el riesgo de cruzarse con el denunciado en los pasillos ante la ausencia de una sala expresamente destinada a las víctimas que las aísle de cualquier posible contacto. “No sabía si lo iban a subir en ascensor, por las escaleras… No quería cruzarme con él, pero menos que mi hija viera a su padre” así, en esa situación, explica.

Para evitar esa situación le recomendaron salir a tomar un café fuera hasta que le llamaran, cruzándose en la misma puerta de acceso al Palacio de Justicia con familiares del detenido con la inseguridad que esto acarrea. Tampoco nadie le había advertido de su presencia ni tampoco avisaron a la policía de protección que se asigna de acuerdo con el riesgo de la víctima.

Esa es otra, se ha denunciado en cuantiosas ocasiones la situación que se genera justo en la entrada de los juzgados, en donde se permite la acumulación de personas que pueden ser familiares de detenidos y que pueden acosar o increpar a los denunciantes. Se genera una inseguridad, un ambiente hostil que puede derivar en enfrentamientos graves como sucedió la semana pasada con una pelea multitudinaria que terminó con una detenida y posteriormente condenada.

Eso, al margen de la falta de privacidad que existe, ya que se aprecia desde fuera quiénes son las personas que están en el interior. A pesar de las quejas por esto, de las peticiones para que se evite esa aglomeración de personas, nada cambia.

La pregunta resumen de esta historia es la siguiente: ¿Se sintió protegida en algún momento la víctima de un caso de violencia de género? La respuesta que da es demoledora: “No”.

Que en pleno 2024, con cuantiosas campañas de información, con recursos para protegerlas, con protocolos supuestamente estudiados para que no se produzcan incidencias… sigue ocurriendo esto. Que una sola víctima confiese que no se ha sentido protegida es un fracaso, porque no solo es víctima de los hechos denunciados, sino que también experimenta “una victimización secundaria” por un sistema que muestra grietas.

Su denuncia es importante. Por ella y por otras mujeres.

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