Hubo tiempos en los que a la clase política se le tenía cierto respeto. Te gustara o no un partido, tenías delante a gente que, como mínimo, sabía expresarse con cierta riqueza y, sobre todo, sin faltar el respeto a nadie. Quizá esta representación del pueblo en forma de concejales no sea más que el reflejo de buena parte de una degradación social que solo aspira a ese nivel mientras que la otra parte de la sociedad sencillamente se ha cansado de creer. En los plenos de Ceuta ha pasado de todo, hasta el esperpento de escenificar un combate de boxeo para luego pedirse públicamente perdón. Todo esto con cargo a las arcas públicas que llenamos todos. Parece que nos hemos acostumbrado al nivel y si bien eso de llegar a las manos quedó aparcado, se ha sustituido la furia del plante por la pelea para ver quién es capaz de decir la mayor de las burradas confundiendo el salón de plenos con la barra de un bar. Siempre hay excepciones, sí. Todavía hay quienes se salvan aunque de manera complaciente callan ante una deriva de la que no dejan de ser cómplices por inacción.
A esto hemos llegado, a que la visión de los plenos cause sonrojo, a que el nivel sea cada vez más bajo, a que ya cualquiera pueda convertirse en representante del pueblo sin tener siquiera preparación, ni nivel, ni capacidad para ello. Pero todo vale en una función que se ha convertido en una profesión, aunque la hipocresía vaya en el cargo y todavía se prodigue el mensaje de que están ahí sentados para defender los intereses de los ceutíes. ¿Cómo?, ¿insultando?, ¿convirtiendo en circo una reunión de supuestos gestores públicos que deben ser capaces de sacar propuestas adelante?
En nada se diferencia el ambiente que vivimos con las peleas de barrio. Solo falta el moñeo, pero llegará no se preocupen. Llegará y todos seremos testigos del nivel y del respeto que se mantienen en estas particulares reuniones. Rectificar comportamientos es lo menos que debe ofrecerse a un pueblo que espera más.