Decía Joaquín Vidal, célebre crítico taurino del diario ‘El País’, ya fallecido, que un periodista no puede ser amigo ni de futbolistas ni de toreros, porque a la hora de escribir condiciona. Es cierto.
A pesar de que vivimos una época en la que el periodismo deportivo bendice, en la mayoría de los casos, la parcialidad y el forofismo, el sentir los colores de tu equipo, yo soy de los que están ‘chapados’ a la antigua y defiendo ante todo una objetividad mayúscula, casi enfermiza.
Jugadores y técnicos siempre esperan de nosotros, los redactores de noticias, un apoyo incondicional a todos los efectos, tanto en la victoria pero, sobre todo, en la derrotas.
Tras incidentes como los que se pudieron ver en el ‘Guillermo Molina’ entre la UA Ceutí y el Gáldar, se espera que el hecho pase inadvertido y no quede reflejado en la prensa.
Y esto me sorprende. En vez de aprovechar la ocasión para pedir disculpas por un espectáculo que fue bochornoso, independientemente de los precedentes y la provocaciones previas, se opta por culpar al mensajero, como si el que escribe, fotografía o relata fuera el que hubiera soltado la primera bofetada.
Pero hay de todo en el mundillo de los ‘plumillas’, por supuesto, los que prefieren mirar hacia el otro lado y quedar bien con jugadores, entrenadores o directivos, por mal que lo hayan hecho, o los que son consecuentes con sus principios y quieren y buscan, ante todo, la verdad.
Personalmente no voy a cambiar un ápice mi estilo a la hora de trabajar, independientemente de cualquier represalia que pueda sufrir. Eso lo tengo claro.