La economía de un país se asemeja mucho a la de cualquier hogar familiar. Allí donde una familia gasta más que ingresa, se produce el déficit, que luego podrá o no compensarse con préstamos pedidos a los Bancos o a otros agentes financieros, lo que lleva aparejada la asunción de deudas. Y, viceversa, donde los ingresos superan a los gastos normalmente habrá superávit, liquidez en la caja para pagar y, además, se podrá también ahorrar o prestar el dinero excedente que sobre.
Y exactamente lo mismo ocurre a los Estados. Por eso, tanto en las familias como en los países, la regla de oro de su economía es alcanzar el “equilibrio presupuestario”, algo muy difícil de lograr. La primera vez que se sabe que en España se consiguió cuadrar equilibradamente las cuentas nacionales fue en tiempos de la Reina Isabel la Católica, según consta en un Codicilo por ella otorgado en Madrigal de las Altas Torres. El déficit presupuestario tiende a aumentar en épocas de recesión y crisis económica, y a disminuir cuando hay expansión y el Estado recauda más. Por eso, muchos economistas estiman que los países deberían tener déficits durante los años malos y superávit en los buenos, sosteniendo que una norma que imponga rigurosamente el equilibrio presupuestario en todos los ejercicios económicos debilitaría la función de los estabilizadores automáticos, de forma que no se cumplirían fácilmente los criterios de convergencia que la Unión Europea (UE) exige a sus países miembros. Lo normal en las actuales economías de la mayoría de los países modernos es que se esté en déficit, lo que se debe a que cada vez son mayores las exigencias y las necesidades sociales y de toda índole a que el Estado debe atender por ser esa una de sus primeras obligaciones, o sea, corregir con dinero público las zonas decaídas, la pobreza, las injusticias sociales y los desequilibrios que se dan en la sociedad, a la vez que promover la actividad económica en aquellos sectores básicos a los que la iniciativa privada no llega. Sin embargo, el equilibrio presupuestario está implantado en la UE a través de sus Tratados que han sido suscritos por sus miembros en el curso de la adopción de los acuerdos de adhesión, aunque no de entrada, sino como resultado a conseguir al final de la etapa fijada para que todos los países converjan. Y no cabe duda de que eso es bueno y positivo, tanto para la UE como para los Estados y los individuos, a fin de que cada país pueda controlar un gasto público sostenible, y en la medida de lo posible no se caiga en déficit, donde luego se necesita el dinero que hay que procurarse de otros países y agentes prestamistas que tengan superávit, grupos financieros y agencias especulativas que no dudan en valerse de la usura cobrando abusivos intereses especulativos, y que con su voracidad económica son los que más promueven las crisis y las tensiones económicas a nivel nacional e internacional. Si cada individuo, cada familia y cada país dispusieran de suficientes medios económicos para autofinanciarse sus necesidades sin tener que recurrir a los demás, entonces, ni habría déficits, ni especulación, ni crisis económicas. Para eso hay que controlar mucho el gasto a la vez que fomentar la producción e impulsar las exportaciones. ¿Y por qué algunos países de la UE han tenido tan enorme déficit y tan colosal deuda como para ser intervenidos en la actual crisis de la que todavía no hemos salido, adoptando la Organización contra ellos medidas tan drásticas por la llamada “troika”, o funcionarios vestidos de negro encargados de vigilar y controlar sus cuentas?. Pues porque se han gastado más de lo que han ingresado, han vivido por encima de sus posibilidades y, así, se han visto obligados a pedir dinero urgente al Banco Europeo, al Fondo Monetario Internacional y a otros organismos supranacionales para no entrar en quiebra. Y los organismos que les han prestado el dinero lo han hecho bajo las duras condiciones de tenerlos controlados para que no sigan derrochando y puedan producir y ahorrar a fin de que ellos, los prestamistas, puedan resarcirse del dinero prestado más sus intereses; como ha sucedido a Irlanda, Grecia, Chipre y Portugal. Y a punto estuvo de caer también España que, aun habiendo luego conseguido salvarse, tuvo que recurrir al dinero de la UE para sanear sus Bancos, pareciendo muy injusto que se atienda primero al rescate de entidades financieras especuladoras y luego a las clases trabadoras y necesitadas se les deje abandonadas a su suerte. La total “intervención” de España hubiera sido lo peor que nos hubiera podido ocurrir. Nos hubiera exigido a todos los españoles tener que hacer grandes esfuerzos y sacrificios de los que, en parte, no hemos podido escapar las clases trabajadora, funcionarios y personas necesitadas, que son a los que siempre estruja más el Estado cuando despliega su voracidad recaudadora, habiendo tenido que sufrir drásticos recortes, paro, pobreza y muchos casos hasta exclusión social; cuando luego no se quiere abordar a fondo y continúa prácticamente igual el enorme peso que arrastran las Administraciones Públicas, con tanto excedente de organismos, empresas públicas superfluos, políticos a punta pala, enjambre de asesores y demás puestos innecesarios, pero sin acabar de hacer una reforma a fondo de las Administraciones, que a veces se superponen, existen una pluralidad de ellas para realizar las mismas o parecidas funciones, etc, hasta obstaculizarse unas a otras. El clientelismo político, los privilegios y las prebendas de los parlamentarios, tales como aforamientos, prerrogativas, etc, continúan igual, pese a la dura austeridad que ellos imponen a los más necesitados cuando legislan. Si las Autonomías no se adelgazan pronto, lo seguiremos teniendo muy difícil, porque son un pozo sin fondo y sin control. Nuestra deuda pública va ya por 1,05 billones de euros. Y eso es una monstruosidad que hipoteca a varias generaciones de españoles. Y los políticos sin querer verlo. Bien que se han aprovechado de ello los nuevos partidos emergentes. ¿Y es bueno que dentro de la UE se tomen contra los países intervenidos tan drásticas medidas?. A mi modo de ver, es bueno que el gasto se controle, pero sin llegar a asfixiar la actividad económica y la acción social. Cada individuo y cada país no pueden gastar todo lo que quieran sin tenerlo. Tampoco pueden pedir y pedir y luego incumplir las condiciones de devolución del dinero o engañar una y otra vez a la propia UE, que es lo que en buena parte ha venido haciendo Grecia, ya que si los demás países son los que le prestan y ayudan, es de todo punto lógico, razonable y justo que el país ayudado se responsabilice, se esfuerce y cumpla los compromisos con seriedad y rigor. En Derecho Internacional, y también en el nacional, existe la regla “pacta sunt servanda”, que obliga a cumplir los pactos en sus propios términos y de buena fe. Otra cosa distinta es que tal severidad en el control sea injusta o incluso haya podido ser discriminatoria o de trato desigual, habida cuenta de que la UE debe ser también solidaria con todos sus países miembros, debiéndose hacer frente a los problemas y a las cargas de forma conjunta y con igual trato para todos. Y esto último es lo que, a mi juicio, no ha existido si tenemos en cuenta los precedentes, porque ahí nos encontramos con tres hechos incuestionables: 1. Que los países del Sur son preteridos o tenidos en menor consideración en la UE respecto a los del Norte. 2. Que Alemania y Francia parecen tener trato de favor en relación con los demás países. 3. Que Gran Bretaña va en la UE por libre. Así, en 1953, la entonces República Federal Alemana, con capital en Bonn, arrastraba una formidable deuda con muchos países europeos y con Estados Unidos como consecuencia de la II Guerra Mundial. De habérsele aplicado entonces a Alemania los principios que Merkel tan drásticamente quiere imponer ahora a Grecia y demás países intervenidos, los alemanes hubieran entrado en bancarrota y su despegue económico se habría retrasado al menos una generación. Y uno de los factores que hicieron posible el “milagro económico” alemán, fue el perdón de su deuda, porque, reunidos en Londres sus acreedores, decidieron condonarle el 50 % y retrasar el pago del resto hasta que el país tuviese su primer superávit, escalonando los plazos para que nunca supusiese más del 3 % de sus exportaciones. Y, precisamente, uno de aquellos países acreedores que aceptaron condonar la deuda a Alemania en 1953 era Grecia. Es más, ya antes, durante la ocupación alemana, Grecia había sido obligada a dar un préstamo a los ocupantes a interés cero por un valor que, de habérsele aplicado un interés razonable y normal, alcanzarían hoy 100.000 millones de euros. Casi la mitad del rescate que ha Atenas ha recibido. Y en 2005, ni Alemania ni Francia cumplieron los requisitos exigidos de déficit y de convergencia. Superaron el límite del 3,8 de déficit y paro. Y, sin embargo, no sólo no se les obligó a reducirlos cuando el Pacto de Estabilidad les imponía el máximo del 3%, sino que ambos países influyeron para que no se les impusieran sanciones, afeando alemanes y franceses la existencia de ese mismo Pacto, al que llamaron “pacto de la estupidez”, logrando que fuera modificado para permitirles infracciones leves que conllevó la condonación automática de las sanciones. Pero ahora, en cambio, Bruselas y Berlín se niegan en banda cada vez que alguien cuestiona la ortodoxia del déficit. Por otro lado, están el abusivo hiperliderazgo y el ilegítimo poder que a mi modo de ver viene ejerciendo Ángela Merkel en la UE, que sin ostentar ningún puesto institucional de ella dependen luego las grandes decisiones de orden económico, quedando condicionadas y supeditadas a que ella las apruebe, pareciendo como si fuera a la que correspondiera dar la última palabra, por encima incluso de la Comisión y del Consejo, aun sin haber sido designada para ningún cargo que le hubiera sido conferido democráticamente ni por los Tratados, sino que es ella la que se arroga competencias y atribuciones que unilateralmente se atribuye, porque Alemania tan solo es un país miembro más, con la única diferencia, eso sí, de que es el Estado miembro que más dinero pone y presta, sencillamente porque es la que más trabajo y productividad aporta. Y luego está el caso de Gran Bretaña, que va en la UE como un verso suelto. Está fuera de la moneda común y sigue al margen del euro con su libra esterlina, no quiere asumir cuotas de inmigración, Camerón acaba de ganar las elecciones y ya quiere celebrar un referéndum para que los británicos se pronuncien sobre si continuar o no en la UE, con tal de conseguir más ventajas a cambio. Se acoge a lo que le interesa, actuando a su modo y manera, creando inseguridad y yendo siempre por su cuenta y a lo que más le conviene..
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