De sobra es conocido el subgénero “cine de grupo de personajes que van cayendo uno tras otro y a ver quién sale vivo del apuro”, y por existencial que se nos presente con toques introspectivos y reflexivos acerca de la fragilidad de la voluntad de las personas, la adaptación de este relato corto por parte de Joe Carnahan (Ases calientes, El Equipo A) se encuadra perfectamente en el estilo “Diez negritos”; en este caso, el asesino es una manada de lobos, y los personajes que aparecen en escena son un grupo de supervivientes de un accidente de avión en Alaska. El líder que sabe de supervivencia, el tío normal de mediana edad, el que cae gordo porque todo le parece mal y es nocivo para el equilibrio del grupo, el tipo simpático y amable, el secundario negro que suelen matar en las primeras de cambio y el idiota integral que no es más tonto porque no se entrena lo suficiente. Todo un fondo de armario de carne de cañón que irá sucumbiendo ante nuestra curiosa mirada. Lo poco afortunado del casting para el bien de la historia es que cuando uno de los protagonistas es un actor famoso, en este caso un Liam Neeson en horas bajas (Dermot Mulroney da también el perfil aunque a menor escala), el espectador que no se chupa el dedo sabe automáticamente que no lo va a ver caer como mínimo hasta el final, y resta emoción al asunto. Pero todo sea por darle un empujoncillo económico al proyecto atrayendo a los seguidores de la estrella que se une como buen mercenario.
Los mencionados lobos que dan sentido a la trama no convencen ni de lejos y mucho menos asustan con la escasez de medios que se evidencia en su creación y que impide que la caza al aventurero logre cotas reales de emoción, aunque el gélido escenario resulte ciertamente estético para un argumento cuya fortaleza se aferra a lo extremo de las condiciones en el amplio espectro de la palabra.
Pero como suele ocurrir en estos casos, a base de seguir las peripecias para salir adelante de los huidizos supervivientes y de asistir a sus riñas, pesares y demás, uno acaba si no identificándose, tomándoles ligero aprecio, lo suficiente si está la cosa medianamente bien hilvanada (que lo está), como para sentir interés por saber si alguno salva el pescuezo, en ese caso, quién o quiénes, o si por el contrario el camino que sigue el film es el más razonable y allí no queda ni el apuntador. Como las buenas series de usar y tirar, eso es lo que nunca debe desvelarse, y por supuesto seguiremos esa directriz porque, no nos engañemos, la chicha de todo reside en ir viendo como desemboca el asunto en un final más o menos feliz.
Aceptable divertimento seudo profundo y palomitero a veinticinco grados bajo cero, por si no han tenido suficiente frío en el corto pero intenso invierno.
Puntuación: 5
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