De manera totalmente espontánea, como todo cuanto viene ocurriendo en el 'procés' desde sus orígenes, muchos balcones de las ciudades catalanas han aparecido en las últimas semanas decorados con un nuevo tipo de pancarta. Han desaparecido las que aludían de una u otra manera a la independencia y ahora todas se refieren, sencillamente, a la democracia. Son iguales sin excepción, tanto en la leyenda como en el dibujo que acompaña a esta, pero debe ser casualidad. Al igual que debe ser fruto de la casualidad el que en la reciente campaña electoral ninguno de los dos grandes partidos hoy decididamente independentistas —ERC y el PDeCAT rebautizado por Puigdemont como Junts per Catalunya— hicieran la menor referencia a la independencia y se limitaran a presentar afirmaciones vacías, del tipo "la democracia siempre gana", susceptibles de ser suscritas por cualquier formación política del arco parlamentario.
De hecho, para cualquier observador de la realidad catalana mínimamente atento resultaba por completo evidente que la cuestión de la independencia les incomodaba de manera profunda. Supongo que en parte la incomodidad se debía a que ellos mismos parecían no tener claro si la que habían declarado semanas atrás había sido meramente simbólica, litúrgica, testimonial o cualquiera de los términos que sus dirigentes utilizaban para definirla, pero dejando siempre claro que, en todo caso, no había sido efectivamente real.
¿Es cierto que esto del 'procés' va de democracia, como hemos visto que repiten sus partidarios? La respuesta es sí, pero no en el sentido que le dan.
Ambas circunstancias coinciden —tercera casualidad— con la tesis planteada por un ideólogo sobrevenido del independentismo, según la cual el problema de España es que tiene una democracia de baja calidad. Se conoce que mientras para algunos las desgracias nunca vienen solas, para otros las que vienen juntas son las coincidencias. Pero no nos distraigamos con las casualidades, por abundantes que sean, e intentemos ir al fondo del asunto, abordando de una vez por todas la pregunta: ¿es cierto que esto del 'procés' va de democracia, como hemos visto que repiten sus partidarios? Adelantemos la respuesta: sí, pero no en el sentido que ellos acostumbran a declarar.
Llegados aquí, el presente texto podría proseguir insistiendo en esas consideraciones, tan reiteradas de un tiempo a esta parte, acerca del valor de las leyes como garante de la democracia, de la necesidad de cumplir con una serie de condiciones como el respeto a las minorías, unos medios de comunicación públicos alejados del sectarismo y respetuosos con la efectiva pluralidad de la sociedad, una administración pública al servicio de los ciudadanos y ajena a toda forma de clientelismo, etc. Consideraciones todas ellas dignas sin duda de ser reiteradas cuantas veces haga falta, pero que no agotan la reflexión sobre el asunto. Por ello, tal vez valga la pena hacer referencia también a otras dimensiones de lo democrático, relacionadas más bien con las actitudes y disposiciones de sus protagonistas, tanto de los ciudadanos como de sus representantes, en las que asimismo parece ponerse en juego, y de manera determinante por cierto, la calidad de la vida pública de una sociedad.