Opinión

Cuadragésimo aniversario de las Malvinas: el shock que supuso para Argentina

Transcurridos cuarenta años, la ‘Guerra de las Malvinas’ o ‘Conflicto del Atlántico Sur’ no puede considerarse como una confrontación cualquiera, porque esta complejidad recapituló de manera compleja diversas de las dificultades que han determinado las relaciones internacionales de América Latina y sus magnitudes internas. De hecho, este laberinto demostró que la efectividad de la democracia es un ingrediente integral de los intereses de la Seguridad Nacional de los estados del Cono Sur, como porción meridional del continente americano cuya forma se asemeja a la de un triángulo escaleno.
En los matices de la República Argentina, el vacío prolongado de un orden democrático ha representado que el régimen militar advirtiese desde 1976 una nación permanente de aislamiento político, en un contexto de crisis que se tornó en riesgo para el conjunto de la ciudadanía.
A decir verdad, una de las armas arrojadizas más efectivas utilizadas por los británicos en contra de este país, residió en su reiteración en que ésta se hallase administrada por una dictadura y que Gran Bretaña, por ser una nación democrática, no pudiese tolerar que sus súbditos en las Islas Malvinas conviviesen bajo un régimen brutal y autoritario. Sarcásticamente, la opinión pública y los medios de comunicación de los pueblos desarrollados tienen una clara visión de que Argentina está regida por una dirección opresora, al menos, mucho más evidente que cuando en la cúspide de la represión, cientos de opositores desaparecían, mientras escasos sectores del mundo desarrollado declaraban por ello su inquietud.
Además, de los componentes intrarregionales, uno de los motivos elementales para que la Comunidad Económica Europea, CEE, dispusiera imponer cuantiosas sanciones contra Argentina, era necesariamente su dictadura. Los occidentales, dadas sus experiencias, son esencialmente sensibles de cara al inconveniente de la democracia y de los derechos humanos en América Latina y en cualquier lugar del planeta.
Obviamente, si Argentina hubiese estado impregnada mínimamente de los valores democráticos, los británicos habrían tenido obstáculos ampliamente superiores para lograr el apoyo que recibieron del resto del Viejo Continente, y posiblemente en los estados desarrollados habrían provocado menos interés del que indudablemente consiguieron concitar.
Afortunadamente para Argentina, la trascendencia de la categorización democrática se contempló empañada, al menos en el curso latinoamericano por un auténtico sentimiento anticolonial, que naturalmente alineó a gran parte del territorio a favor de Buenos Aires, después que Gran Bretaña congregara a un tercio de su flota para recuperar las Islas y que Estados Unidos aplicara castigos en contra del estado del Cono Sur.
Tal vez, si Argentina hubiese sido regida por una administración civil y democrática, el litigio de las Islas Malvinas se habría remediado por medios totalmente pacíficos. Una dirección democrática subordinada como la mayoría de los regímenes de este calado a varias inspecciones sistémicas, no habría incurrido en el desliz de tomarse las Islas mediante la inercia de la fuerza.

"Transcurridos cuarenta años de este acontecimiento, no puede considerarse como una confrontación cualquiera, porque esta complejidad recapituló de manera compleja diversas de las dificultades que han determinado las relaciones internacionales de América Latina y sus magnitudes internas"

En definitiva, esta última determinación derivó de una élite reservada de mandos militares capitaneados por preferencias geopolíticas y contrapuestas a una paulatina alarma interna. Con lo cual, la democracia no es sólo un factor pasivo de la Seguridad Nacional de un Estado, sino, asimismo, un elemento positivo y no material en la distinción de las capacidades de los pueblos latinoamericanos.
Así, como ejemplo y con anterioridad a 1973, la República de Chile fuera una de las escasas democracias liberales sujetas en una comarca empedrada de desequilibrios y opresiones, le otorgó al país especial influencia tanto en América Latina como en el resto del mundo, y le concedió defender una política exterior emprendedora y algo descomedida en lo que atañe al formato y a las peculiaridades físicas de la región.
En otras palabras, pese a contar con recursos económicos moderados, con una población limitada y una situación terrestre no demasiado estratégica, Chile, ejerció una labor protagonista en materias regionales e internacionales, como resultado de sus entidades y procesos políticos democráticos.
Curiosamente, entornos cercanos de apariencia universal asentada en el prestigio, más que en subjetividades objetivas de poder, pueden percibirse en otras democracias menores de América Latina como la República de Costa Rica y la República Oriental de Uruguay, hasta los preludios de la década de los setenta. Y es que, el entresijo de las Islas Malvinas suscita una vez más, que es provechoso para Estados Unidos patrocinar los procesos de democratización y las fuerzas disidentes ponderadas en el Cono Sur, y que al contrario de la argumentación los regímenes autoritarios no son convenientes para Washington.
Con estas connotaciones preliminares e inmerso en los antecedentes históricos que me llevan sucintamente a abril de 1982, Argentina se halla bajo el influjo de una brutal dictadura militar consolidada y encabezada por Leopoldo Galtieri (1926-2003), cuya presidencia padecía un profundo descrédito por la crisis económica e inflación que flagelaba a la nación austral y los episodios de violaciones a los derechos humanos, que incluyeron ejecuciones sumarias, secuestro, tortura y desaparición de opositores políticos, principalmente militantes de izquierda, estaban al orden del día. Igualmente, la afinidad ideológica de regímenes con sus respectivas represiones, llevaría a una serie de crímenes cómplices conocidos como ‘Operación Cóndor’.
Galtieri y sus secuaces sopesaron que una hipotética ocupación de las Islas Malvinas enaltecería la fama de su gobierno y acabaría con las reprobaciones. Su otro punto de vista para emprender la operación estuvo en la conjetura de que Reino Unido no acudiría a la toma de un territorio emplazado a poco más o menos, que 13.000 kilómetros de Londres.
En aquellos trechos, Reino Unido estaba administrado por la conservadora Margaret Thatcher (1925-2013) y franqueaba una crisis interna por la reconversión industrial que llevó a un sinfín de huelgas generales de mineros y obreros en la nación. Pero Galtieri, rotundamente se confundió y su guion de anexión de las Islas Malvinas se convirtió en una pesadilla de importantes dimensiones.
Aunque sus tropas se hicieron en dos jornadas con las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur ubicadas en el Atlántico Sur, Reino Unido le declaró la guerra y envió el 5/IV/1982 una fuerza expedicionaria de 30.000 integrantes. Al mismo tiempo, que dos portaviones junto a unos cuantos buques de guerra y destructores, barrieron el Océano Atlántico para contrarrestar la acometida. Argentina desplegó a 10.000 hombres y, por vez primera en su historia, puso a su disposición a la fuerza aérea.
Diplomáticamente, Galtieri contó con remisos avales en América Latina y la URSS, mientras que Reino Unido tuvo el respaldo inquebrantable de Estados Unidos, la República Francesa y Chile.

"A decir verdad, una de las armas arrojadizas más efectivas utilizadas por los británicos en contra de Argentina, residió en su reiteración en que ésta se hallase administrada por una dictadura y que no pudiese tolerar que sus súbditos en las Islas Malvinas conviviesen bajo un régimen brutal y autoritario"

Dándose por comenzada la conflagración, Reino Unido logró hacerse con las Georgias del Sur el 25 de abril y hundió el crucero ligero ‘ARA General Belgrano’ el 2 de mayo, causando el fallecimiento de 323 militares argentinos y una de las mayores calamidades de la guerra. El Ejército Británico se concentró en devastar el aeropuerto de Stanley, capital de las Islas Malvinas y preservar los dos portaviones consignados. Por su parte, Argentina dañó varios buques de guerra y Reino Unido desmanteló cerca del 30% de las aeronaves argentinas.
En paralelo, el mando militar británico era consciente que podía dar un paso en falso, si la batalla se alargaba en demasía y que la única ocasión dispuesta para liquidarla estribaba en una operación por tierra a gran escala.
Para ello, el 21/V/1982 procedió a una invasión en toda regla por el Norte de la Isla Soledad para acorralar Stanley, sector donde se agrupaba el mayor número de argentinos. Durante semanas se desencadenaron fuertes combates cuerpo a cuerpo que, como no podía ser de otra manera, dejaron decenas de muertos. Aún con la resistencia reacia, la superioridad británica hizo que Stanley quedara bajo sitio.
Otra de las cuestiones que no han de quedar al margen de esta disertación, hace referencia a las condiciones adversas de las tropas argentinas que fueron realmente apuradas. Digamos, que Buenos Aires no suministró los pertrechos básicos a sus soldados, portando armamento deteriorado y estando faltos de indumentaria apropiada para sobrellevar las inclemencias meteorológicas del duro invierno. Conjuntamente, los participantes eran jóvenes que no estaban curtidos en el uso de las armas.
Sin inmiscuir, que las unidades de élite del Ejército de Tierra argentino no se desenvolvieron en las Islas Malvinas, porque hubieron de hacerlo en la frontera con Chile, por la desconfianza reinante de una potencial invasión de Augusto Pinochet (1915-2006), claramente enfrentado con Argentina.
Con sus contingentes cercados, el 2/VI/1982 Buenos Aires quiso producir un golpe de efecto en la flota británica con la ‘Operación Algeciras’, que aparejaba terminar con la que se hallaba desplegada en la Base de Gibraltar, pero se malogró estrepitosamente, acelerando el irrevocable final del lance.
El revés se convirtió en un shock psicológico para Argentina y muy especialmente para el gobierno cívico-militar, que quedó íntegramente desacreditado y, definitivamente, en 1983 se desplomó, abriendo brecha a la democracia. En total, 649 argentinos murieron, por los 255 británicos.
En cambio, en Reino Unido el triunfo se acogió con satisfacción, pero de ningún modo el conflicto se finiquitó y persiste con heridas abiertas. A día de hoy, la Organización de las Naciones Unidas considera los tres Archipiélagos con sus aguas circundantes como territorios disputados.
Es más, Argentina, continúa fundamentando que las Islas Malvinas pertenecen a su soberanía reincidiendo en sus requerimientos, aún con la negativa ostensible por Londres y los habitantes de dichos enclaves, que a todas luces prefieren estar aunados a la Corona Británica.
Si bien, se ha indicado que el rompecabezas argentino-británico podría ser la mecha de varios conflictos armados entre estados latinoamericanos que perduran en sus disputas territoriales sin solucionar, como Venezuela-Guyana, Venezuela-Colombia, Chile-Argentina o Perú-Ecuador, e incluso, Guatemala-Belice. Una derivación concreta de la guerra del ‘Atlántico Sur’ recaería en una especie de ‘balcanización’ de América Latina, como concepto geopolítico peyorativo aplicado para referir la causa de descomposición o partición de una región o estado en porciones más pequeñas y étnicamente homogéneos que, por lo general, son recíprocamente hostiles y no cooperan entre sí.
O lo que es lo mismo, este acontecimiento bélico ejecutaría una inducción de demostración en América Latina, adulterando la noción de que las desavenencias bilaterales se remedian por vías pacíficas.
Sorteando las profundas controversias que constan entre este conflicto y otros debates geográficos en la región, en el tema de las Islas Malvinas, prácticamente todas las naciones latinoamericanas y el Tercer Mundo, apuntalaron las pretensiones argentinas sobre las Islas. Chile, con sus disensiones fronterizas ha alentado firmemente el derecho de Buenos Aires sobre las Islas Malvinas. Amén, que un soporte muchísimo más extendido es el incorporado explícitamente en otras declaraciones del ‘Grupo de Países No Alineados’.
Por otro lado, ninguna de las partes de otros desacuerdos existentes en América Latina cuenta con la férrea y espaciosa solidaridad internacional que ha recibido Argentina en lo que concierne a las Islas Malvinas.
Miremos al respecto a la República de Guatemala en su impugnación con Inglaterra sobre el actual Estado soberano de Belice, que en ningún tiempo cosechó concitar un refuerzo representativo de los países latinoamericanos.
De hecho, los Estados Unidos Mexicanos, la República de Cuba y otros han secundado resueltamente la independencia de Belice y avisado a Guatemala, que prescinda de tomar por la fuerza la antigua colonia inglesa.
Luego, los estados envueltos en discordias bilaterales en la región, tendrían que meditarlo antes de lanzarse en acometidas armadas para procurarse el control de los territorios en litigio, pues, a sabiendas, no tendrían el vasto sostén de América Latina y del Tercer Mundo como sí que lo tuvo Argentina.
Digamos que no se confirma una aprobación regional en cuanto a la eficacia de las muchas peticiones de otras contrariedades territoriales y, lo que es más crucial, tampoco se intrincan en una dimensión Norte-Sur.
Para ilustrar lo que se cuestiona más arriba, podría suponerse un marco que comprendiera una ocupación venezolana de la zona de Esequibo, región del escudo guayanés comprendida entre el Oeste del río que lleva el mismo nombre y el hito en la cima del monte Roraima en América del Sur, hoy rivalizada con la República de Guyana. Este menester materializado por la República Bolivariana de Venezuela sería reprobado por la República de Colombia, que discrepa el control venezolano sobre el Golfo de Venezuela; siendo a rienda suelta desafiado por la República Federativa de Brasil, que mantiene una carga diplomática para sentar lazos consistentes con Guyana, y trastornaría a las naciones de lengua inglesa del Caribe, amortiguando la política de acercamiento de Venezuela hacia esta área.
Otra deferencia que desmiente la teoría de la ‘balcanización’ es que la historia justifica que las polémicas territoriales entre estados latinoamericanos, habitualmente reportan a llamadas militares y maniobras en las regiones colindantes que propiamente a guerras. Cuando explosionan confrontaciones armadas, como sucede en la colisión bélica de 1980 entre la República del Ecuador y la República del Perú en torno a la franja de la Cordillera del Cóndor, actúan otros actores latinoamericanos para sondear remedios negociados y rehabilitar los equilibrios de poder.
Con lo visto hasta ahora no se proyecta proponer que la decisión argentina de ocupar las Islas, y sus aludidas secuelas, no haya producido tiranteces dentro de la región. Objetivamente, tras la deferencia regional hacia Argentina en la guerra del ‘Atlántico Sur’ (2-IV-1982/14-VI-1982), hubo prejuicios e intranquilidad de varios estados latinoamericanos por la futura conducta externa de Argentina y la marcha de las relaciones intralatinoamericanas.
Estados como Colombia, Brasil y Chile estuvieron visiblemente alarmados por el empleo de la fuerza del gobierno argentino para disipar su rivalidad territorial con Gran Bretaña, y subrayaron la conveniencia de enderezar la crisis mediante la negociación.
La respuesta de Chile ante la voluntad argentina de tomar posesión de las Islas y ante la contrariedad en general, resulta reveladora, valorando el litigo inacabado entre Santiago y Buenos Aires sobre la demarcación del Canal Beagle.
Más adelante, el cuestionamiento austral se recrudeció en 1978 cuando la Casa Rosada emitió “insanablemente nulo” el veredicto promovido por Gran Bretaña, el intermediario acordado por mutuo acuerdo. A ello le acompañó un concierto bilateral, pero en las postrimerías del mismo año las zozobras entre las dos naciones llegaron al filo de la imposible. Ya, en los inicios de 1979, las administraciones de Chile y Argentina rubricaron el ‘Convenio de Montevideo’, por el que S.S. Juan Pablo II (1920-2005) se convertiría en mediador de la controversia.
Más tarde, en diciembre de 1980, el Vaticano presentó una salida admitida por Chile, mientras que Argentina exigía explicaciones adicionales de la encomienda. Hacia mediados de 1981 las presiones entre ambos estados se acrecentaron, seguidas de críticas mutuas de espionaje que condujeron a Argentina a cerrar su frontera por un tiempo definido.
A la postre, en 1982, Buenos Aires se alejó del Tratado General de 1972 con Santiago, que asentaba el arbitraje para los pleitos fronterizos a través de la Corte Internacional de Justicia, declarando que había naufragado como componente de negociación. Simultáneamente, la Sede del poder ejecutivo o Casa Rosada, reiteró su convicción en el Papa como mediador en el altercado.
En los comienzos de 1982, era incuestionable que el incidente con Chile sobre el Canal Beagle y la discusión de las Islas Malvinas con Gran Bretaña, pasaron a ser las dos prelaciones estratégicas de la política exterior de la junta militar dirigida por el General Galtieri. Habiendo amplias señas de que la posición argentina se había petrificado y que podrían ocasionarse operaciones militares de envergadura.
Recuérdese, que la contrapartida del Beagle estribó en un forcejeo territorial sobre la evaluación de la traza de la boca oriental de este Canal, que influía en la soberanía de las Islas situadas dentro y al Sur, como al Este del meridiano del Cabo de Hornos y sus puntos marítimos contiguos.
El Canal Beagle y las Islas Malvinas eran en un corto plazo, aspiraciones mutuamente excluyentes, porque no podían solventarse a la par. De ahí, que la administración argentina, desfavorable a un hervor interno gradual, eligiera por proceder en las Malvinas. El designio del régimen castrense de tomar posesión de las Islas del ‘Atlántico Sur’, da la sensación de fraguarse con bastante precocidad. Y en las voces jurídicas, políticas y emocionales, Argentina ostentaba un juicio más asentado con las Malvinas que con correlación a la disputa del Beagle.
En consecuencia, la escabrosidad de las Islas Malvinas confirmó que la existencia de la democracia es un constituyente vital de la Seguridad Nacional de los estados del Cono Sur. Sin soslayarse, que a Estados Unidos le encajaba reavivar la democratización y el pluralismo político en la región.
La crisis mostró lo que actualmente es un término común en la argucia sobre las relaciones interamericanas: esto es, que a los pueblos latinoamericanos les interesa simplificar su dependencia frente a Estados Unidos, y afanarse por políticas exteriores independientes de la multiplicidad de las aproximaciones externas.
De la misma manera, el puzle del ‘Atlántico Sur’ exteriorizó que la política simplificadora estadounidense de inmovilizar el comunismo, no puede amoldarse a los enredos de los roces en América Latina. Claro, que la retrocesión experimentada por Estados Unidos en la zona producto de su compostura en esta disyuntiva no produjo sorpresa.
En cuanto al alcance de la crisis en los nexos argentino-soviético, parece desmedido entrever el surgimiento de una estrecha coalición política y militar entre las dos naciones. Buenos Aires disfruta de relaciones complacientes con Moscú y una alineación efectiva, demandaría alteraciones en el régimen que no parecen presumibles.
Las conexiones entre ambos podrían, eso sí, vigorizarse, fundamentalmente, en la parcela comercial. También, Argentina podría impulsar su colaboración en el ‘Movimiento de los No Alineados’.
En suma, la ‘Guerra de las Malvinas’, según y cómo, no daría origen a una ‘balcanización’ de América Latina, como auguraron algunos analistas, o al menos, en un corto plazo de tiempo, a una ocupación por parte de Argentina de espacios en disputa con Chile, acrecentando los malestares en países vecinos y en el horizonte, la estela de una carrera armamentística regional.

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