De justicia se antoja comenzar a hablar de este mito viviente del cine diciendo que resulta más que admirable que a los 91 añitos se mantenga la criatura no sólo dirigiendo películas, sino también protagonizándolas a la vez. Y, además, tampoco es que se le pueda tildar de poco prolífico. Más quisieran casi todos.
Yendo mi admiración por Clint Eastwood por delante, seamos objetivos entrando en materia y reconociendo con pesar que Cry Macho está bien lejos de lo mejor de su repertorio.
El estreno que nos atañe tiene el envoltorio preciosista (paisajes y maneras de enseñarlos, realmente magistrales, como siempre que Eastwood se pone tras la cámara), del lugar, como se ha dicho hasta la saciedad de esta película, al que quizás le gustaría al longevo cineasta retirarse para una jubilación con final feliz que le llevan colgándole desde hace ya demasiados años y unas cuantas películas. No pocas son las veces que he oído o leído “esta historia parece haberse ideado como el cierre de una carrera, blablablá”; se verá si esta ocasión es así, porque lleva retirándose de la interpretación desde antes de morir el añorado Constantino Romero, su voz en España toda la vida, y de dirigir nunca ha dicho nada que yo recuerde…
La historia, que no tiene ni pies ni cabeza, tosca a reventar en lo referente al guion, evidencia nada más comenzar, además de la carencia de seriedad en los (pocos) acontecimientos que se nos muestran, que se trata de una historia pensada para un protagonista 30 o 40 años menor, y que un señor nonagenario nunca va a tener el encargo de ir a Méjico a secuestrar a un adolescente, y menos aún va a pasar por las peripecias que le van ocurriendo y salir medio airoso. Cierto es que Eastwood en el plano corto sigue siendo magnético, tiene aún el rictus inexpresivo más expresivo del cine, y transmite con su aplomo como siempre ha hecho, pero cuando la cámara se aleja y lo ves renquear para sentarse o subirse a un coche, cuando le hace falta un doble para hacer un trote cochinero y a la vez te hacen creer que lo intenta seducir una mujer con al menos la mitad de su edad o que se sebe a un caballo salvaje y lo doma, pues entra en el terreno de no saber reconocer la realidad, y saca al respetable de ambiente, apenando en especial a los fans. Y es que, como su mismo personaje de manera muy atinada dice en un momento de la película, la vejez no tiene cura, y es por eso mismo y por lo amable y crepuscular que se antoja el asunto, que se le haya colocado a esta obra el sobrenombre de “testamento en vida”. Sinceramente, cuando no tengamos el placer de ver algo nuevo de Clint Eastwood (por mucho que acabe resultando cine vulgar, siempre será cine vulgar rodado por un grande, y eso se nota), yo preferiría recordar como su legado no esta historia de vejete haciendo migas con jovencito mejicano supuestamente polémico con relaciones a toda prisa e increíbles, sino ese Sin perdón, ese Mystic River, o ese Million Dollar Baby que hielan la sangre de gusto.
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