No son sanitarios, no están en la primera línea de la batalla visible. Pero su labor en estos meses ha sido igual de necesaria. Son quienes se están ocupando cada día de mejorar la vida de aquellos que se encuentran en peores condiciones. Por eso son también héroes en esta terrible pandemia. Son los trabajadores y los voluntarios de Cruz Roja. Forman parte de una consolidada red de voluntarios que en la ciudad se está ocupando de atender las necesidades básicas de unos ciudadanos foráneos: los marroquíes que se quedaron atrapados en Ceuta.
Los más de 50 voluntarios de Cruz Roja siempre han estado ahí, en turnos pero al pie del cañón, al lado de los más necesitados cuando el resto de la humanidad parecía que les daba la espalda. Su forma de trabajar desde el pasado 13 de marzo, día en el que Marruecos echó la llave al Tarajal, ha cambiado y mucho, pero la esencia de su labor sigue intacta: ayudar a los más necesitados.
El coordinador de Cruz Roja en el Albergue del Tarajal y anteriormente en La Libertad, Germinal Castillo, explicó que las funciones que realizan los voluntarios han cambiado mucho. “El voluntario de Cruz Roja antes del cierre de la frontera y del COVID realizaba trabajos preventivos que se hacían en partidos de fútbol, con inmigración, en el centro de Alzheimer, en acompañamiento a domicilio con personas mayores, en los hospitales con menores. Pero siempre somos capaces de adaptarnos a las circunstancias porque lo importante siempre es ayudar, ayudar y ayudar”.
Han sido y son meses duros de trabajo para ellos, turnos de 14 o 16 horas, y durmiendo casi nada. Han estado casi tres meses en el lugar en el que se concentraban centenares de personas que no tenían dónde ir tanto en el pabellón de La Libertad como ahora en el del Tarajal.
El 5 de junio concluía una etapa: el pabellón de La Libertad cerraba sus puertas tras semanas de tensión y nerviosismo entre los vecinos de Varela-Valiño. Un cierre anunciado varias semanas atrás. Un pabellón deportivo reconvertido en albergue de inmigrantes que les acogió, se convirtió en lo más parecido a una casa que verían durante meses y que dio para mucho: para demasiadas emociones encontradas y centenares de historias cuyos protagonistas marroquíes o no, seguían siendo humanos.
En definitiva, decenas de personas que en estos tiempos de incertidumbre dejan el miedo a un lado para hacer sentirse más seguros a los demás. Decenas de personas que trabajan en favor de otros sin obligación de hacerlo e, incluso, arriesgando su propia salud. En La Libertad confiesan haber vivido momentos difíciles. “El día a día en La Libertad ha sido muy intenso, mucho trabajo igual que aquí y lo normal en cualquier situación de este tipo. No ha sido una situación fácil porque hay que entender que había más de 200 personas ahí que no podían salir ni ir a ningún sitio. Pero el voluntariado de Cruz Roja tiene que estar donde se le necesita y ayudar a una sola persona es magnífico con que a 200…”, continuó.
La situación tras el traslado de estos inmigrantes a la nave del Tarajal, en la que hay unas 120 o 150 personas, ahora es diferente. Ya no hay fugas ni conflictos con los paseos porque pueden entrar y salir cuando quieran, por lo que durante el día este albergue está mucho más vacío que durante la noche, que es cuando vuelven en su mayoría. “Aquí los residente pueden salir. En la Libertad estaban en plena fase de confinamiento y no podían. Pero nuestro trabajo sigue siendo el mismo: en enfermería, en clases de alfabetización, en actividades, resolviendo problemas y ayudando en todo lo que podemos hacer”, relató.
Esa es la prioridad en estos momentos. Su ayuda para estas personas es un valor seguro, en especial cuando el mundo parece más hostil y peligroso. Ángeles reconocibles por sus chalecos rojos que estos días sacan músculo para demostrar que aún hay esperanza. Aunque podrían haberse quedado en casa protegiéndose de ese maldito bicho que lo ha sacudido todo, no han dudado en ponerse los guantes y la mascarilla para arrimar el hombro. Han sido las manos, la despensa y la esperanza de muchas personas e incluso familias vulnerables.
“Hemos ayudado a muchas personas que estaban en una situación anímica y psicológica muy complicada, pero ahí estábamos y mientras ayudemos aunque sea a una sola persona el balance siempre va a ser positivo”, prosiguió.
Momentos en los que es difícil aparcar los sentimientos, o quizás imposible como los vividos durante las repatriaciones. Marroquíes que llevaban atrapados más de 70 días en una ciudad que no era ni es la suya, algunos enfermos, otros cargados de hijos e incluso mujeres con bebés. Confusión a cerca de unas listas en las que la mayoría estaban apuntados, aunque donde esperaban que realmente apareciera su nombre era en los listados de Marruecos. Muchos celebraban su regreso, mientras otros tenían que volver a la Libertad. Familias rotas y separadas que tocaban con las yemas de los dedos su regreso, que se frustraba minutos más tarde.
El coordinador de Cruz Roja, antes en el pabellón de La Libertad y ahora en la nave del Tarajal, tiene un cierto “sabor agridulce” por la cantidad de gente que no pudo marcharse porque “al final se crea un vínculo especial entre el voluntario y el residente” y estos voluntarios son muchos más que solo personas que les ayudan.
Insaf Abselam Ait-nasser es una joven ceutí de 24 años, voluntaria en la entidad humanitaria. El día de las repatriaciones fue de los momentos más agridulces que ha vivido dentro de Cruz Roja. “Hemos estado más de 70 días conviviendo con personas día a día y el hecho de que se vayan a sus casas y no volver a compartir con ellos pues fue un momento muy duro para nosotros”, relató.
Alejandro Soto Pareja es otro de los ceutíes voluntarios que han estado tanto en La Libertad como ahora en la nave del Tarajal. Tiene solo 21 años, pero hace cinco, cuando comenzó en la institución, tenía muy claro que quería ayudar a las personas que lo necesitasen. Para él lo más importante es que algunas personas consiguieron volver a sus casa tras meses de sufrimiento.
Eugenia Segura Luque es de las que pudo irse a su tierra, Málaga, antes de que comenzara la crisis sanitaria, pero decidió quedarse para continuar ayudando a pesar de que sus padres “al principio no lo llevaron muy bien”. Su voluntariado comenzó en octubre, pero para ella el peor momento también fueron las noches de las repatriaciones. “Fue sin saberlo, nos avisaron y luego las despedidas, el no saber cuándo se iban a ir, si se iban todos o no. Eso es con lo que lo he pasado peor”, reconoció, tras lo que confesó que como vive con otro voluntario le resulta “muy complicado desconectar”.
La dedicación y cariño que recibían de los voluntarios de Cruz Roja es tal que los que conseguían volver a sus casas telefoneaban para informar de que estaban bien. Tal y como lo haría un buen amigo.
“El que las mujeres te llamen: “Insaf hola, ¿qué tal? ¿cómo estás? Muchas gracias por todo, muchas gracias por estar con nosotros. Gracias por darnos esto, gracias por darnos lo otro... Ese es nuestro mayor agradecimiento”, comentó Insaf Abselam Ait-nasser.
“Te vas a casa pensando en lo que ha pasado en el día, cómo poder mejorarlo, siempre intentando intervenir de la mejor manera posible. Pero a veces desconectas y otras no, porque siempre estás pensando cómo podrías haber ayudado”, continuó Alejandro Soto Pareja.
Siempre humildes. No hay momento en que no estén en el lugar de los demás. Lejos de colgarse medallas, estos voluntarios todavía se ruborizan al preguntarles por su labor. En estos meses han recibido gestos de agradecimiento en tiempos difíciles y han visto la verdadera cara de la humanidad. Todas las horas de sueño y cansancio que acumulan se ven recompensadas con una sola sonrisa.
“Cuando alguien viene y te mira de frente y te dice: ‘muchas gracias’, ya con eso estamos pagados de aquí al año 3100. Y bueno, lo hacemos porque queremos pero agradecemos muchísimo esos gestos porque se ve que el trabajo que nosotros hacemos desemboca en algo positivo y que el residente agradece. Eso es una maravilla. No por el hecho de que te dé las gracias, sino por nosotros ver que hemos alcanzado el objetivo, eso es lo más gratificante”, reconoció el coordinador de Cruz Roja, Germinal Castillo.
No piensan en el miedo, en si se podrían o no contagiar, solo en que les llena lo que hacen: ayudar a los demás y en que hay muchas personas que les necesitan. Por eso, seguirán ahí, pese a descansar poco, invisibles, sin querer hacer alardes de su labor, pero al pie del cañón junto a los centenares de personas con sus historias particulares que muchas veces solo necesitan alguien que les escuche.
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