Opinión

Crónica de un pelotazo anunciado

Era evidente que pasaría. Estaba escrito desde hacía mucho tiempo y cualquier día, más pronto que tarde, sucedería la tragedia que Doña Gumersinda Santiponce había anunciado.

La señora Gumersinda era una nonagenaria de 97 años; algo desmemoriada y con una capacidad visionaria propia del mismísimo Nostradamus. Santiponce era muy coqueta, le gustaba vestir como Scarlett O'Hara, en “Lo que el viento se llevó” pero, alguna vez que otra, salía a la calle con algún traje de Ágata Ruiz de la Prada.

Y es que la Doña era muy elegante hasta para salir a la calle y tirar la basura. Para esas ocasiones se engalanaba como si fuera a una boda de alta alcurnia.

Vivía sola en la calle Pepe Remigio, se instaló en el barrio pues era céntrico y no tendría que caminar mucho para cualquier cosa.

A Gumer, que así le llamaban los vecinos, la ayudaban en lo que podían pero Santimponce era demasiado orgullosa para dejarse cuidar.

- Gumer, tienes que buscarte una ayuda, algún día te pasa algo y ya veremos qué hacemos.

La anciana era el terror de los niños pues siempre se enfrentaba a ellos por el tema de la pelota y los pelotazos.

-Aquí no se puede jugar al balón, voy a llamar a la Policía.

De hecho, llamaba más de 20 veces al día y los agentes dejaron de hacerle caso. Los municipales ya terminaron por hacerle una chirigota de Carnaval en la que ella era la protagonista.

Muy cerca, en la misma plaza de Pepe Remigio, Pedro Toro tenía una colonia de gatos que cuidaba como si fueran sus hijos. Así Gumer conoció a Pedro y entablaron una amistad que duró hasta el día del pelotazo asesino.

- Algún día le vais a dar un balonazo a la señora, esto no es sitio para organizar un campeonato de fútbol.

Pedro temía por sus felinos que los bautizó con los nombres de Andrés y Andrea, nombres más propios de personas que de gatos y es que Pedro también tenía lo suyo.

Gumersinda se sentaba en un banco de piedra observando a Pedro y quedaba admirada por el cariño y la fidelidad de estos animales callejeros.

Una tarde a Gumersinda se le fue la cabeza y, a bastonazo limpio, se empleo con fuerza para que los niños dejaran de jugar a la pelota. Los mozalbetes se partían de risa mientras le pasaban el balón por las piernas o a ras de su cabeza. Era todo un espectáculo ver a Gumersinda repartir zurriagazos a troche y moche.

- Algún día me vais a matar, no tenéis vergüenza ni vosotros, ni vuestros padres;como me caiga al suelo os mato.

Pedro también se enfrentaba a la patulea de chavales y les increpaba de todas las maneras posibles. Pero nada, los pelotazos iban y venían sin orden ni concierto como proyectiles en todas direcciones.

Gumersinda decía que había pasado tres guerras, dos epidemias, cuatro infartos y el COVID.

- Ya tiene gracia morir ahora de un balonazo.

Se lo decía a Pedro: Esto será mi muerte.

Y así, una tarde de noviembre, salió a la calle espantada por el griterío de cientos de chicos que jugaban como titanes con el arma homicida.

Mientras se encaraba con uno de ellos un balonazo perdido le voló la cabeza a nuestra protagonista: perdió dentadura postiza, un ojo de cristal con el que disimulaba ser tuerta, los audífonos, las gafas, la peluca, los pendientes, los collares y el bastón, que salió por los aires.

Mientras agonizaba en la acera, con voz moribunda repetía hasta desfallecer: “Esto ya estaba anunciado, ya lo dije. Una no puede escapar de su destino”.

Los municipales tardaron varias horas en llegar pensando que sería una de las muchas quejas de la señora.

La cabeza arrancada de cuajo subió por el Camoens, dio la vuelta en las balsas, llegó a la plaza de los Reyes y, como si bajara por un torrente, se plantó en la puerta del consistorio, escaló el morro, pasó por Hadú para terminar en la tetería de Benzú como si quisiera despedirse del mundo tomando un té.

La testa se la encontraron en las narices de la mujer muerta.

Doña Gumer fue declarada santa y la reliquia se guarda y se venera en la iglesia de los Remedios por ser la más cercana a Pepe Remigio, ya bautizada como la calle del calvario.

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