Por la cartelera se asoma fugazmente una comedia ligera con ínfulas y buenas intenciones sobre la autoconfianza, la autoestima y la sociedad de la imagen, el postureo y el odio a todo lo que no sea físicamente perfecto (luego inexistente si no se construye con programas de edición de imágenes…). La premisa es la de una chica entrada en carnes, blanquita de piel tirando a rosa y una nariz respingona que en su conjunto le aportan un notable aire de cerdita, muy estándar en mujeres y hombres normales y corrientes en tierras anglosajonas. La citada muchacha se enfrenta a diario con las bestiales inseguridades que parten de ella misma germinadas en una sociedad terriblemente injusta y cruel en la que se imponen cánones de belleza muy distintos a sus características. Un accidente tan cómico como imposible la hace caer en una inconsciencia de la que despierta literalmente viéndose de una forma completamente distinta, de todos es sabido del peligro de los golpes en la cabeza, con una confianza en sí misma notablemente mayor al pensar que se ha convertido en la mujer de los sueños de cualquiera.
Semejante tontería de argumento llevará a la protagonista (interpretada por la talentosa actriz, guionista y productora Amy Schumer con brillantez tanto en su parte insegura y desastrosa, círculo vicioso, como en la de la mujer que pisa fuerte a donde va) a pasar por circunstancias hilarantes, vergonzosas y también de aquellas que a veces se nos escapan por cotidianas pero que llaman a la reflexión.
Ocasionalmente divertida, camina también la película por la peligrosa frontera entre la crítica desde el humor blanco y la comedia romántica utópica de siempre que frivoliza un tema tan delicado como el de la fragilidad de la autoestima. Porque ni las cosas deben tomarse tan a pecho como para que una o uno sienta que vale menos que los demás, ni tampoco son tan sencillas como decir “aquí estoy yo” y que todo el mundo caiga rendido a tus pies porque así lo vales. Y jugando en ese término medio podemos caer precisamente en que la historia que se nos plantea, por inverosímil, reiterativa y mal hilvanada en lo que a su guión se refiere, lastre con su mediocridad un trabajo con posibilidades mayores.
Al cine norteamericano suele írsele la mano de aleccionador con aroma a hipócrita en las fábulas con moraleja que tanto gustan a todo el mundo, y sin lugar a dudas, no estamos ante una excepción, que con todo ello tiene algunos momentos que no sólo pueden sacarnos la sonrisa si nos pilla facilones, sino que coloca el foco en asuntos de relevancia que por la propia salud de nuestra a veces no tan avanzada sociedad deberían tratarse más a menudo y con la seriedad que merecen. Otra cosa muy distinta es que vayamos a ser impresionados con la notable factura o el ingenio de una película que vaya a quedar para los anales…
Qué guapa soy, I Feel Pretty en su idioma originario, es justamente aquello que el título promete, poca cosa sin mucho más ni menos que eso, sin maquillajes ni tacones vertiginosos, sin trampa ni cartón.