Este era el año. El debate que giraba en torno a los oscars era el de la posibilidad de que una película de formato streaming de una plataforma digital pudiese ser la mejor película del año. Porque El poder del perro era la gran favorita por el prestigio de su directora (Jane Campion, la realizadora de El piano, que llevaba 12 años sin estrenar, y que acabó ganando de hecho el Oscar a Mejor Dirección), y por la gran acogida que ha tenido la propuesta de Netflix. Los obstáculos, los de casi siempre con este tipo de cine: los que temen que las películas convencionales que se estrenan en gran sala acaben pasando a la historia, los que se resisten a elegir la mejor cinta de entre todas las disponibles, puedan verse de la forma que sea. El debate es legítimo, probablemente sea poner puertas al campo, también es cierto. Pero este era el año.
Y resulta que saltó la bomba, sí, pero con sorpresa incluida. Cuando todos los focos estaban puestos en Netflix, va y gana otra plataforma (Apple tv), con CODA, la película de la familia de sordos, pero el caso es que la Caja de Pandora queda oficialmente abierta…
El poder del perro, más allá de lo comentado, es una historia hipnótica, compleja de mensaje, sensible pero arisca, hábil en la narrativa y bastante contemplativa, monumental en su puesta en escena, preciosa de ver (fotografía igual de arisca que el guion, pero contundente y poderosa), con una música protagonista y la actuación superlativa de un Benedict Cumberbatch que se alza por encima del resto del elenco y hace el mejor papel de su carrera.
Jane Campion hace gala de los fundamentos artísticos que adornan su palmarés, a pesar de que se obsesione por ser John Ford con tanto plano a contraluz desde dentro de una habitación, y a pesar también de que el metraje la salga ligeramente desproporcionado en tiempo, teniendo en cuenta que lo que cuenta no da para estirarse tanto. Pero el toque minimalista y espiritual del relato no quiere en absoluto decir que aquello que nos entra por todos los sentidos y casi por los poros no merezca la pena. Porque esta historia de dos hermanos adinerados (uno civilizado y sensible, otro un mastuerzo reprimido y cruel de mucho cuidado), y de la viuda del pueblo que por circunstancias de la trama se muda al rancho en el que ambos viven, sólo es un western por ambientación, dado que su argumento, y sobre todo de los asuntos del alma humana en los que se sumerge, podría bien ser cine de cualquier época. Dicen, creo que sabiamente, que el western es el género madre de todos los demás, pero en esta deconstrucción que hace la directora del mismo, el mérito consiste en justo lo contrario. Probablemente cuando la vean, entenderán con más facilidad a qué me refiero….
Puntuación: 8
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