Cuando yo era algo más joven, en el entorno universitario pre y postfranquista de la década de los 70, muchos estudiantes comprometidos en la lucha por la libertad nos movíamos en unos ambientes culturales lejos de lo que era la “oficialidad”. Leíamos a Carlos Marx, Althusser, Hegel, Sigmund Freud, Bakunin…..También teníamos a nuestros músicos, principalmente cantautores progresistas, tanto locales (Lluis Llach, Raimon, Paco Ibañez, Serrat…), como foráneos (Joan Baez, Violeta Parra, Víctor Jara, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Georges Brassens….). Y por supuesto, directores de cine y actores, pues el cine fórum, como lugar de intercambio intelectual y reflexión, estaba de moda. Uno de estos directores era Carlos Saura. Entre sus películas emblemáticas estaba “Cría cuervos”.
Se trataba de una película rara, que Carlos Saura escribió y dirigió en 1975, y que muchos veían como una narración de la etapa final del franquismo. Nunca acabé de entender el sentido de muchas de sus escenas. Quizás no he acabado de comprender el género surrealista en el que se enmarca. Pero tampoco comprendía el sentido de su título. Si acaso, por la escena de las patas de gallo con uñas afiladas que había en el frigorífico de la cocina en la que se desarrollaban muchos de sus episodios, por su similitud con las de los cuervos.
Fue un buen amigo y compañero de lucha, al que había escondido en mi casa para evitar que lo detuviera la brigada político-social del franquismo, el que me lo explicó. ¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!, me dijo. El refrán popular me hacía comprenderlo todo. A mi amigo lo detuvieron finalmente, y lo torturaron hasta que el dolor le hizo perder la cabeza para cortarse las venas y así acabar con tanto sufrimiento. También la película relata un ambiente opresivo y decrépito, en el que la muerte se torna en uno de los principales argumentos.
Me viene a la cabeza la situación política actual y el pulso que están echando los independentistas catalanes, como antes lo hicieron los vascos. Hubo un momento de nuestra historia en la que muchos jóvenes veíamos con cierto agrado la lucha antifranquista que llevaban a cabo los abertzales vascos. También las proclamas a favor de la autodeterminación de cierto sector del catalanismo militante. La posibilidad de descentralizar la toma de decisiones hasta llegar al más básico nivel de la organización de la sociedad es positivo para el ciudadano, pues permite que su participación en los asuntos que le afectan sea más efectiva. Sin embargo, el nivel al que se está llegando en la actualidad me parece demasiado, además de ilegal, siempre que consideremos que la Constitución Española es la principal norma de convivencia ciudadana. Que se puede cambiar, sí, pero que en la actualidad está como está.
Hubo un tiempo en la historia contemporánea española en el que las inversiones en el País Vasco y Cataluña eran preferentes. Quizás como forma de contención frente a las tendencias dispersivas que rodeaban a sus distintos nacionalismos. Sin embargo, la voracidad de estos nacionalismos ha resultado ser insaciable. Nunca estarán conformes con nada que les conceda, mientras que no consigan su objetivo final. Algo así como el “cría cuervos y te sacarán los ojos” del refrán español.
Salvador de Madariaga, republicano y liberal, lo explica perfectamente en su libro dedicado a la España contemporánea, en el que aborda el problema de los nacionalismos. “…Sin andarnos por las ramas, hemos planteado el problema catalán en su esencia más escueta: ¿es el amor a Cataluña una fuerza que, como el amor a Badajoz o a la Rioja, tira en el mismo sentido que el amor a España o es, por el contrario, en el corazón del catalán una fuerza que tira en sentido contrario que el amor a España?”, nos decía. Y continuaba. “…Pero, ¿es que podemos separar esta tendencia dispersiva en lo regional de la tendencia dispersiva que caracteriza a los españoles en todos, absolutamente todos los aspectos de la vida colectiva, política o no? ¿Es que la dispersividad de región a región, de Cataluña a «España», de Vasconia a «España» difiere esencialmente de la dispersividad que catalanes y vascos, como tales españoles, manifiestan en sus amistades, juegos, negocios, cátedras, periódicos, partidos (políticos o de fútbol), huelgas, juergas, investigaciones científicas o comadreos?,....De ningún modo. La tendencia dispersiva es por el contrario una de las más españolas que acusa nuestra psicología. Empieza en Viriato. Pervive hoy día con... quien ustedes quieran. No hay más que alargar la vista y escoger. Es de lo más español que hay en España, tan español que bien pudiera servir de criterio para definir lo que es y lo que no es de aquí. Y así llegamos a esta primera conclusión: que los nacionalismos españoles son un rasgo típicamente español; que nacionalismos como el catalán y el vasco no se explican más que en nuestra España y que el español que más reniega de España más se ahonda y arraiga en su hispanidad…”.
Es decir, que según Don Salvador, Carles Puigdemont, el tal Rufian, o incluso el lendakari vasco Iñigo Urkullu, son tan españoles, o más, que el mismísimo Rajoy. Yo, si fuera Juez, les condenaría a leer el ensayo sobre España de Salvador de Madariaga, que ya tiene unas cuantas ediciones. Seguro que se tiraban de los pelos al entender que son tan españoles como los demás.
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