Categorías: Opinión

Cría cuervos

Era una apacible tarde invernal. Mi amigo y yo estábamos sentados en la terraza de una cafetería al lado del mar, pues aunque era invierno la bondad de la temperatura invitaba a ello. Hablamos de muchas cosas y llegamos a la conclusión de que entre los humanos, independientemente de la raza, el color, el idioma, la religión, la ideología, son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan. Esto es así, por muchas vueltas que se le dé es así. Todos aspiramos a ser felices, a tener buena salud, a que nuestros familiares se encuentren bien, a recibir amor y cariño. Y nos asusta la enfermedad, no nos gusta pasar por trances amargos, aunque estos son inevitables y vienen solos.
En estos pensamientos estábamos cuando suena el teléfono de mi amigo. Responde la llamada y por su tono de voz y por la expresión de su cara deduzco que su interlocutor le está dando buenas noticias
-“De acuerdo” – le dice mi amigo- “estaré ahí en media hora. Esperadme”.
Corta la comunicación y entonces se dirige a mí diciéndome:
“Buenas noticias. Resulta que le tengo alquilado un garaje a una parejita desde hace más de un año. Realmente el garaje no lo están utilizando como tal sino como habitación para vivir. Los pobres están mal, no encuentran trabajo y es por eso por lo que tampoco me pagan. Pero me acaba de llamar él para decirme que ha encontrado un trabajo y que me quieren pagar una parte de lo que me deben. Debemos marcharnos. He quedado con ellos en otra cafetería dentro de media hora”
“Vaya –le digo- me alegro de te vayan a pagar al menos una parte de lo que te deben. Yo entonces me voy”.
“¿Tienes algo que hacer?” –me pregunta mi amigo.
“No, nada”.
“Entonces vente conmigo, te distrae un poco y de camino los conoces”.
Pagamos la consumición y cogimos el coche de mi amigo para dirigirnos a la otra cafetería. Durante el trayecto le pregunto cómo ha tenido tanta paciencia para aguantar más de un año sin que le paguen el alquiler.
“¿Qué voy a hacer?. No tienen trabajo y eso ya es un problema. Si encima yo lo echo a la calle, su problema será aún mayor. No lo puedo hacer. Además, parece que a partir de ahora su situación va a mejorar y me van a empezar a pagar”.
Llegamos a la cafetería y la pareja ya estaba allí esperándonos, acompañada de un perrito. La primera cosa que me extrañó fue que estando económicamente tan mal como estaban, cada uno de ellos tenía un teléfono móvil y los dos fumaban incesantemente. Con lo caro que resulta tener un móvil y lo caro que también está el tabaco, ambas cosas me parecieron lujos excesivos para personas en su situación.
Mi amigo me presentó y nos sentamos en una mesa de la terraza.
“Como te he dicho” –dijo el componente masculino de la pareja- me van a contratar como camarero en un bar y las cosas van a ir mejor”.
“¿Pero no estás trabajando ya?” –preguntó mi amigo extrañado.
“No todavía no, pero me van a contratar pronto, es seguro. Y si no me contratan, yo mismo voy a montar una cafetería”.
“¿Una cafetería?” – se volvió a extrañar mi amigo-. “¿Dónde?. ¿Tú sabes lo que cuesta montar un negocio como ese?”.
“No hay problema” – respondió el futuro empresario hostelero-. “Lo tengo todo estudiado. Ya he ido al banco y están esperando si me sale lo del trabajo o no para concederme el préstamo. Está todo controlado”.
Yo no salía de mi asombro ante tan disparatados argumentos, pero todavía no sabía que aún me quedaban muchas cosas por ver.
“Otra cosa” –continuó el inquilino- “he solicitado a Telefónica que nos pongan teléfono e Internet en el garaje. Te lo digo para que lo sepas, porque a lo mejor te llaman a ti como propietario”.
Mi amigo y yo nos quedamos tan sorprendidos que nos debió cambiar la cara. Entonces fue cuando ella habló por primera vez:
“Sí, sí, teléfono e Internet. ¿Es que no habéis oído que existen esas cosas?. Os lo digo por la cara tan rara que habéis puesto.
Aprovechando que mi amigo y yo nos habíamos quedado boquiabiertos y sin capacidad de reacción, él aprovechó para continuar.
“Bueno, como ves las perspectivas son muy buenas y pronto vamos a empezar a pagarte lo que te debemos”.
“¿Pero no me habías dicho hace un rato que ahora me ibas a pagar una parte?” –dijo mi amigo saliendo del estado de estupefacción en que estaba sumido.
“No; me has entendido mal. Te dije que te iba a explicar todos los proyectos que tenemos y que pronto empezaremos a pagarte”.
“Entonces habré entendido mal” –murmuró mi amigo sin convicción.
“Pero mientras se concretan nuestros proyectos, a ver si nos puedes dejar algo de dinero. Necesitamos comprar algunas cosas y nos hemos quedado sin blanca”.
“¿Pero cómo os voy a prestar dinero con todo lo que me debéis?”.
“Venga hombre” –intervino ella- no seas roñoso. ¿No has oído todos los planes que tenemos y que pronto te vamos a pagar?. Déjanos algo, que pronto te lo devolveremos”.
Aunque parezca increíble, mi amigo se echó mano a la cartera y les dio dinero, no sé cuánto. Tras esto, la parejita encendió un nuevo cigarro cada uno y ser marchó, con su perrito y poniéndose los auriculares del MP4 que cada uno llevaba en un bolsillo del pantalón. Mi amigo también pagó la generosa consumición de cada uno.
A solas con mi amigo, le dije que cómo podía dejarse tomar el pelo de esa forma, que no debía haberlos invitado ni mucho menos dejarles más dinero, que debía denunciarlos y echarlos del garaje… A todo esto, haciendo gala de una paciencia y bondad infinitas, mi amigo me respondió:
“No puedo echarlos a la calle, no tienen nada. De sobra sé que todos los proyectos son mentira y que sólo quieren sacarme dinero, pero no puedo echar a la calle a unas personas que no tienen nada”.
“Pero no se privan de nada” –le respondí exaltado-. “Tienen móviles, MP4 y fuman como carreteros. Debían hacer algo por intentar trabajar de verdad y prescindir de esos lujos”.
“Bueno, las cosas son así. En la vida hay una ley del equilibrio. Ellos están en un platillo de mi balanza, pero Dios me dará algo para poner en el otro platillo y equilibrar la situación”.
En alguna otra ocasión, yo ya le había oído hablar de esa curiosa teoría del equilibrio que, según él, siempre se cumple en nuestras vidas. Como sé que él está absolutamente convencido de esa teoría y también sé que es una persona extremadamente bondadosa, que nunca quiere hacer nada que pueda perjudicar a alguien, no quise insistirle más en lo que debía hacer. Dejé que su conciencia le hiciera actuar según sus designios.
Yo fui testigo directo del encuentro en la cafetería que acabo de relatar. En los meses posteriores, aunque ya no fui testigo, sí que supe que les había vuelto a dejar dinero varias veces y que les había llevado comida y agua. Por mi parte, vi a la parejita varias veces por la calle, siempre son su perrito y casi siempre fumando y escuchando música con el MP4.
Hace unos días me encontré a mi amigo muy sofocado. Él es una persona que siempre se muestra afable y tranquila y al verlo en ese estado de excitación le pregunté:
“¿Qué te pasa que te veo tan alterado?”.
“¿Sabes qué me ha hecho la pareja del garaje?”.
“No lo sé, pero siendo quienes son, me imagino que nada bueno”.
“No sé cómo se han hecho con mi número de cuenta del banco y con ella han contratado una línea de teléfono móvil y ahora la compañía telefónica me reclama una factura de más de 950 euros. Mírala”.
Efectivamente, leí con detalle la factura que mi amigo me entregó y vi que ese era el importe, consecuencia de un montón de descargas de música y llamadas telefónicas.
“He ido a verlos y han reconocido que han sido ellos quienes lo han hecho”.
“¿Qué vas a hacer?”.
“He puesto una denuncia y esta tarde voy a ir con un cerrajero a cambiar la cerradura del garaje”.
“Tenías que haberlo hecho hace mucho tiempo pero en fin, más vale tarde que nunca”- le dije-. “Pero ten cuidado a ver si ahora van a ser ellos los que te denuncien a ti y acaben dándoles la razón. No me extrañaría”.
No volvía a ver a mi amigo, pero al cabo de unos días y a través de un amigo común, supe que, efectivamente, mi amigo fue al garaje con un cerrajero, forzaron la cerradura y cuando estaban poniendo otra, se presentó la parejita. Amenazaron a mi amigo con que lo iban a denunciar y, en ese mismo momento, llamaron a la Policía, la cual se presentó allí y cuando tuvo conocimiento de lo que realmente sucedía, actuó de forma coherente, sin querer saber nada más del asunto y marchándose sin abrir diligencia alguna.
La parejita pidió a mi amigo que les llevara con su coche todos los utensilios que habían desalojado del garaje, hasta la puerta de una supuesta casa que tenían. Mi amigo no se negó y él mismo cargó hasta los topes dos veces su coche y los llevó hasta donde le indicaron. Allí los dejo, no sin antes tener que escuchar los insultos y amenazas de denuncia que profirieron contra él. Pero por fin los perdió de vista.
Ojalá no cumplan esas supuestas amenazas de denuncia porque no me extrañaría que acabaran dándoles la razón y mi amigo saliera aún más perjudicado de lo que ya está.
En fin, como decía en el título de este relato, cría cuervos… y te sacarán los ojos.

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