Opinión

Más que por las formas de pensar, los creyentes se diferencian por sus maneras de amar

Antonio Ceballos, Obispo Emérito de Cádiz y Ceuta, acaba de publicar un importante libro titulado Evangelizadores con espíritu en el que explica cómo los cristianos se diferencian del resto de los ciudadanos, más por sus maneras de amar que por sus formas de pensar. Las raíces de esta peculiaridad se ahondan en el fondo de los sentimientos y, sobre todo, en la participación en los sufrimientos. Incluso en su permanente referencia a la oración Ceballos insiste en el cultivo de la amistad íntima con Jesús de Nazaret, como vía imprescindible para convivir con los convecinos participando de sus problemas, dialogando, ayudando y sirviendo a los fieles y a los demás hombres y mujeres de cualquier condición y edad a los que el creyente siempre ha de considerar como hermanos y como amigos.

En este libro claro y profundo, actual y enraizado en las entrañas evangélicas, Ceballos identifica la senda que el cristiano ha de seguir para acercarse a la santidad, y aplica los principios, los criterios y las pautas para emprender la “Nueva Evangelización” o, en otras palabras, para renovar los proyectos y los planes de la recristianización de las vidas individuales, familiares y eclesiales. Me sorprende la habilidad con la que él explica los mensajes cristianos fundamentales extrayendo savia evangélica e iluminándola con las fórmulas aplicadas por San Pablo y explicadas en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, en las orientaciones de San Juan de Ávila, en la Exhortación apostólica postsinodal Pastores Dabo Vobis de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, y en las actuales enseñanzas de papa Francisco, en especial con la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium.

Aunque explícitamente está dirigido a los sacerdotes, todas sus consideraciones son aplicables a los demás creyentes e, incluso, a los hombres y a las mujeres que buscan orientaciones para crecer humanamente y para vivir la vida de manera más digna, para alcanzar la paz individual y el bienestar social. Importante, a mi juicio, es la convergencia que establece entre la primera parte del libro titulada “Apuntes para unos ejercicios espirituales” y la segunda en la que nos ofrece “Sugerencias para una espiritualidad de la nueva evangelización”. Una espiritualidad experimentada con todos los sentidos y vivida con las emociones más nobles, con la misericordia, con la compasión y, sobre todo, con el amor.

En mi opinión, el interés que despiertan las consideraciones de Antonio Ceballos -sacerdote y obispo- es su forma de relatar experiencias vividas personalmente adoptando el tono confidencial de quien cuenta los secretos del amor. Y es que, como él mismo declara, “es un creyente que ama porque se sabe amado”. Por eso nos explica con palabras claras y con comparaciones sencillas los diversos recursos que, como seres humanos y como amigos de Jesús de Nazaret, tenemos a nuestra disposición. Sin restar importancia a los fundamentos teológicos en los que se cimienta la construcción de la vida cristiana, Ceballos nos muestra cómo la fórmula más estimulante para transmitir los valores evangélicos es el testimonio de una vida sencilla y coherente.

Quizás lo más sorprendente de este libro sea la forma de descubrirnos esas aparentes paradojas de la vida cristiana como, por ejemplo, la elocuencia del silencio, la compañía de la soledad, la fecundidad del sufrimiento, la espiritualidad de los sentidos, la riqueza de la pobreza, la necesidad permanente de conversión y, sobre todo, su alentadora invitación a los sacerdotes para que sientan, experimenten y vivan el amor: “No existe un verdadero amor -son sus palabras- que no pase por el corazón de la persona, pues el amor no solamente se piensa y se desea, sino que se vive en el corazón. La caridad queda desnaturalizada y desencarnada cuando se le retira la afectividad, porque la caridad, por definición es afectiva; el sacerdote que dice que ama, pero no siente ese amor en lo más profundo del corazón y no logra expresarlo a los demás, es porque no tiene relación cordial con Dios y con los demás. Vive un amor incompleto, una caridad sin alma”. (pp. 292-293)

En mi opinión el valor y la utilidad de este libro residen en la claridad con la que nos transmite el mensaje de la conveniencia saludable de profundizar en el interior de nosotros mismos para descubrir esas raíces íntimas que han de alimentar el crecimiento humano. Estoy convencido de que bucear en el misterio de la vida es una práctica urgente y beneficiosa cuyo aprendizaje no es posible sólo con el auxilio de la ciencia, de la tecnología, de la filosofía, de la psicología ni siquiera de la teología sino que es necesaria la convivencia fraterna sobre todo con los que sufren: “Compartir la vida entraña tener un mismo latido, caminar unidos en tensión de sintonía”.

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