Crecer desde la crítica

El periodista andaluz Juan Moreno, residente en Alemania desde niño, ha recibido furibundos ataques en España por un simple motivo: decir verdades.

“España tiene los políticos que se merece; estoy harto del despotrique sobre Merkel...” La crítica no puede sino ser el primer paso para progresar.

En un país de bajos vuelos como el nuestro, donde la catadura moral de buena parte de la población que lo compone raya lo nauseabundo, suele ocurrir que quien dice verdades como puños, sale escaldado aquí y allá, tachado de enemigo público, catalogado de resentido lunático y termina al fin condenado a la hoguera infinita de la estupidez.
Sigo en estos días con interés e irritante (no por novedosa) indignación, la verbena typical spanish que se ha montado en torno a las opiniones que a finales de la pasada semana escribió y argumentó con las armas contundentes que otorga la evidencia en el semanario teutón Der Spiegel el periodista Juan Moreno, declaraciones que desnudan una realidad que los españoles ni quieren ni pueden reconocer, circunstancia que, unida a otras, debiera constituir la primera piedra de toda reconstrucción que se precise tras un derrumbamiento sin parangón y parece que sin límites en la historia del país.
Residente en Alemania desde que llegara siendo aún un niño de la mano de su padre, Gastarbeiter en localidades como Offenbach, Moreno se gana la vida ejerciendo el noble arte de juntar palabras, ya sean escritas o pronunciadas, en medios como el diario Süddeutsche Zeitung, la radio WDR o el citado Der Spiegel y aunque asegura en plena vorágine desatada que en numerosas tertulias en las ondas germanas ejerce el papel de defensor de España, "pese a que me estáis dejando sin argumentos", añade, ha sido precisamente su ya ínclito artículo firmado en el semanario el que lo ha alzado, probablemente a su pesar, a la cima de la popularidad en nuestro país.
Bajo el título 'Amigos. Por qué desearía devolver mi pasaporte español', el periodista reflexiona con encomiable severidad, lógica acrimonia y extraordinaria decencia acerca del panorama actual que marca el ritmo de vida de su país de origen y de los españoles, haciendo un esquemático, aunque no por ello somero, análisis del ámbito político y del papel del ciudadano: "España tiene los políticos que se merece"; "Estoy harto del gimoteo en los cafés, del despotrique sobre Merkel, sobre Europa, ya no lo soporto más. Cuando la música todavía sonaba en la gran fiesta española, nadie se interesaba por Merkel"; "España es un país en el que hasta los conventos le pagan en negro al jardinero. Un país en el que hay pueblos, como el de mis padres, en el que la mayoría de los habitantes o trabajan en negro, o no pagan impuestos como deben o le deben su empleo a los amigos políticos", son algunos de los dardos envenenados que lanza el periodista en un artículo que concluye señalando que "al honor de semejante país, prefiero no pronunciar ningún discurso. Me quedo en casa, en Alemania".
El discurso al que mi colega alude es el que, de haber pasado por el aro de la incoherencia, habría pronunciado en el próximo octubre durante las fiestas patronales de la localidad natal suya y de sus padres después de haber sido propuesto por el equipo de gobierno de la misma, decisión que, junto al artículo, supone el detonante de su estallido en la prensa germana y el posterior huracán desatado en las redes sociales y periódicos españoles.
Porque, como era de esperar, en diarios de Almeria, en portales digitales de medios nacionales o en televisiones de medio pelo, vecinos del pueblo, paisanos españoles de diversas zonas, hombres, mujeres, señoras con rulos o politicuchos de eso que llaman 'Progresismo', han desenfundado las espadas de la demagogia, del borreguismo y de la estupidez para blandir, al mismo tiempo, ataques contra Moreno y contra la libertad de opinión en forma de insultos, amenazas, bravuconadas y demás manifestaciones semejantes.
Enferma de un narcisismo crónico (circunstancia increíble puesto que la belleza que escupe el espejo es más que dudosa), de un sempiterno complejo de inferioridad y de una galopante falta de crítica, objetividad y madurez democrática, la sociedad española se autoconsume mientras el veneno, como ocurre con los insectos más desagradables, rezuma por los cuatro costados y el olor del cadáver infecta cada rincón. Porque no hay nada peor para el estado de un país que soportar una sociedad inútil, parásita e incapaz de poner rumbo a tierra firme mientras dormita bajo la sombra del paraguas de una clase dirigente indecorosa, boba y nociva que tira hacia adelante aún con evidentes sospechas (y confirmaciones) de corrupciones atroces.
Una sociedad preparada, con inquietudes, educada en valores y moderna más una clase política intachable, donde se depuran responsabilidades, se purga a los ladrones, se hace un ejercicio cabal y honesto de las cuentas y se proponen ideas y soluciones a la altura del desafío que nos marca el siglo XXI por un lado, y por el otro esta nación vil y canalla: Es decir, dos conceptos, dos actitudes, dos mundos que separan, en definitiva, a Alemania y España, justo los dos países que inundan el alma de Moreno, ese periodista andaluz que, en exlusiva para la compañera Rosalía Sánchez, corresponsal de El Mundo y de la Cope en Berlín, señala para concluir lo siguiente: "Si soy tan crítico es porque quiero mucho a España". Pues eso: Amén.