Opinión

La creatividad de la Iglesia ante el COVID-19 llega a límites impensables

En medio de la crisis por la pandemia del COVID-19, incansablemente, la Iglesia Universal se acciona movilizando cada uno de sus recursos para consagrar el servicio, acompañamiento, asistencia y oración; acudiendo al encuentro de los más afectados y necesitados en instantes tan complejos, recordándonos que no nos quedamos desamparados: eso es la bondad, la vida divina en virtud por la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

Y es que, allende a las afecciones del virus que concurren a más no poder y que van más allá de las misas, se ha visto trastornada la praxis de bautizos, comuniones, confirmaciones o enlaces matrimoniales, entre algunas y que posteriormente fundamentaré, porque, lo que es hoy por hoy, han quedado condicionadas en su realización; cuando por aquel entonces, los apóstoles no imaginarían que dos mil años más tarde, la ‘Palabra de Dios’ por doquier se difundiría, sin que las amplitudes y ensanchamientos geográficos fuesen un inconveniente u obstáculo.

Es sabido, que esta Institución lleva años adaptando los recursos digitales para alumbrar la vida de fe en las redes, pero la epidemia ha consolidado esta iniciativa. Me refiero, a las celebraciones a puerta cerrada difundidas por canales de youtube que se comparten en las redes sociales. Dado el entresijo de no llevarse a cabo reuniones, las comunidades católicas emplean el entorno virtual para proseguir alimentando el espíritu de la vida comunitaria: ahora, las nuevas herramientas tecnológicas y utilidades de mensajería, se disponen para hacernos partícipes de las lecturas de la liturgia, las exegesis de los obispos u homilías de los presbíteros.

Actualmente, los sacerdotes ofician sin pueblo y despliegan toda su creatividad para trasladarnos la Santa Misa por internet y transmitir frases, imágenes o documentos de aliento a través de la aplicación de mensajería WhatsApp Messenger.

Es incuestionable, que esta presencia viva de señales diarias concatenadas en el calor humano, fluye la espiritualidad, convirtiéndose en una vía agradable de evangelización, porque en ella, vislumbramos a los cristianos en movimiento, dispuestos a ofrecer y correspondernos con la certeza del Evangelio, que ante todo, pretende que la soledad no triunfe en coyunturas tan dificultosas como las que estamos sobrellevando.

Desde el culto online o la distribución de alimentos, como material sanitario o apoyo espiritual; o el protagonismo en el anonimato de párrocos, monjas, capellanes y otras personas del ámbito religioso, se prestan en estos días en directo y a través de las redes sociales, para atenuar los efectos desencadenantes del coronavirus.

A la par, como primer escudo y fuerza de choque se hallan las organizaciones caritativas católicas, movimientos eclesiales, parroquias, diócesis, sacerdotes, religiosas y fieles laicos, dando lo mejor de sí para compensar las necesidades de la población, haciendo palpitar el auxilio de la Iglesia Universal. Tómense como ejemplos, los capellanes de los hospitales que, in situ, conocen la devastación que el virus está ocasionando en contagiados y allegados. Para ellos, lo más estimulante se fundamenta en reportar la paz, no solo a los dolientes, sino también, al personal sanitario que precisa de ‘palabras de vida eterna’, dentro de la inquietud a la que están sometidos.

O los besapiés o besamanos, pero sin besos, rogando a los feligreses que soslayen el contacto con la inclinación de cabeza ante las sagradas imágenes, como prevención para impedir la transmisión vírica; o el hecho de hacer replicar las campanas de las iglesias a las 12.00 horas, en paralelo con el rezo del ‘Ángelus’, invitando a implorar por los enfermos y difuntos, así como por los que lo cuidan o permanecen confinados en casa, o por quienes trabajan denodadamente en la solidaridad fraterna de la Iglesia.

E incluso, bendiciendo con el Santísimo desde el campanario, para que el Pueblo de Dios se sienta próximo y cercano a Cristo.

En esta catarsis sanitaria y social que produce una gravísima precariedad e intensa angustia en las familias españolas, se nos llama a vivir en unidad con los más afligidos, porque la concordia ilumina la esperanza que nos viene de lo alto. Quienes contemplan a Dios como Padre misericordioso, perciben al otro como un hermano, uno al que en definitiva es preciso auxiliar y amar.

A este tenor, la inmensa mayoría de las acciones que la Iglesia materializa con desvelo, se suceden en el anonimato siempre callado de la comunión de los santos, cristalizándose en clave a los más condicionados por las vicisitudes de la pobreza.

Con altura de miras y sentido de la responsabilidad común, la Iglesia en las distintas latitudes del planeta, sigue configurando medidas y pautas afines, para prevenir la expansión del patógeno, manifestando su propósito de restablecer gradualmente la normalidad de la vida eclesial; aunque, determinándose que en esta fase de transición como en las restantes, obligatoriamente, habrá de respetarse la consabida distancia de seguridad.

Manteniéndose la dispensa del precepto de concurrir a la misa dominical, o el consejo reiterado de permanecer en casa a las personas de edad avanzada, como a los que se encuentren entre el grupo de riesgo con un sistema inmunológico debilitado.

Ante el protocolo puesto en escena por la Conferencia Episcopal, indudablemente, se ha pedido la máxima sensatez y el comedimiento, al concretarse la puesta en marcha de algunas normas que en cada momento habrá de prescribir la autoridad sanitaria, tal y como se vayan desarrollando los acontecimientos para bien o para mal. Es menester hacer un recordatorio, que con anterioridad a la elaboración de este pasaje, hubieron de suspenderse las procesiones de Semana Santa y la anulación de un sinnúmero de encuentros piadosos.

Por lo tanto, retornamos de la simplicidad de cada hogar sin público ni actividades religiosas presenciales, como en condiciones normales haríamos e imposibilitados de poder compartir la asamblea de los fieles.

Con lo cual, han sido jornadas verdaderamente inéditas que permanecerán en la memoria, con las celebraciones retransmitidas desde la Ciudad del Vaticano hasta las parroquias y templos de todo el orbe, con el protagonismo de Su Santidad el Papa Francisco.

Una Pascua celebrada virtualmente en viviendas, centros residenciales o estancias como en las épocas memorables de los primeros apóstoles, que, mismamente, con espontaneidad obraban de corazón y repartían cuánto poseían.

De manera sucinta y que más adelante fundamentaré, en similitud con la totalidad de España y siguiendo las instrucciones del Gobierno Central, la Institución administrativa y de carácter permanente integrada por todos los obispos de las diócesis, ha elaborado un plan de desescalada, puntualizando las variaciones y en qué escenario se atinarán las parroquias en cada una de las fases establecidas.

Primero, la fase 1, se autoriza la concurrencia a las misas diarias y dominicales con un tercio de la capacidad en las catedrales, santuarios, templos, ermitas, etc., dándose preferencia al acompañamiento de familias que hayan perdido a un ser querido.

Segundo, la fase 2, especifica “el restablecimiento de los servicios ordinarios y grupales de la acción pastoral”, si bien, con restricciones y condicionantes. Y, por último, tercero, la fase 3, pone de relieve la “vida pastoral ordinaria que tenga en cuenta las medidas necesarias, hasta que haya una solución médica a la enfermedad”.

Pese al retorno inmediato a las iglesias, como antes se ha expuesto, los obispos prorrogan la dispensa del precepto dominical de los grupos más vulnerables, apremiando “a que valoren la conveniencia de no salir de sus domicilios”.

Animándoles a la lectura pausada y reflexionada de la ‘Palabra de Dios’ y a la oración en lo más íntimo del hogar.

Entre algunas de las singularidades más destacadas, se aprecia la supresión circunstancial de los coros, exhortándose en su lugar a un único intérprete o algunas voces individuales acompañadas de algún instrumento; o el desplazamiento de las confesiones a una zona más espaciosa.

Sin obviarse, los diversos ritos, ahora más escuetos y concisos, donde se preste especial vigilancia al cuidado de la higiene y a la ausencia del contacto físico.

Con estos mimbres, el abandono a la Providencia en la desdicha del COVID-19, conjetura una prueba difícil para la Iglesia Católica, en momentos en los que ya no nos encontramos en un contexto de mitigación como tal, sino de contención, en el que se hace indispensable acordar fórmulas preventivas que, paulatinamente, modulen la nueva situación a la que debemos de adaptarnos.

Con España en régimen de confinamiento más relajado en sus lugares de residencia, la mirada se orienta especialmente a las comunidades de clausura, en los que las hermanas conviven en este estado de por vida entregadas a la misión y a la salvación de las almas. Acrecentando el diálogo espiritual con la oración por las víctimas de la pandemia.

Tal vez, en estas semanas interminables con las que hemos procurado dar lo mejor de sí, sean la ocasión ideal para remendar, recomponer y apuntalar los desgarros del alma. Una oportunidad de vivir en plenitud con un sentido más trascendente en la primera escuela de la vida: la familia. En este prisma que no tiene precedentes, la Conferencia Episcopal ha dispuesto una hoja de ruta para el culto oficial durante el período de la desescalada. En concreto, en la primera fase el aforo de los templos se verá simplificado a 1/3 de su cabida y a 1/2 en la segunda.

Del mismo modo, en las eucaristías dominicales, la Iglesia aconseja ampliar la cantidad de oficios en proporción a la afluencia de los feligreses, planteándose la opción de celebrar misas para niños y padres, con la finalidad de evitar contagios a personas longevas.

Por otro lado, tanto el cáliz, como la patena y los copones estarán cubiertos en la plegaria de acción de gracias y consagración, así como la desinfección de manos del sacerdote y de quienes colaboren. Las pilas de agua bendita se mantendrán vacías y las puertas de las iglesias seguirán abiertas a la entrada y salida de las ceremonias, al objeto de eludir cualquier roce. Sobraría indicar el uso obligado de mascarilla y guantes como práctica habitual.

Una de los criterios principales es la disposición interior del templo. A ser posible, los pasillos dispondrán de una única dirección de desplazamiento, señalándose en el suelo la línea de la comunión. Para ello, personas comprometidas se encargarán de dirigir la apertura y cierre de puertas; la colocación de los asistentes, el acceso a la hora de comulgar y la salida a la finalización, con la limpieza de bancos y elementos litúrgicos.

Otra de las directrices, es proporcionar gel hidroalcohólico o similar y “es muy conveniente, que cada feligrés lleve su propio gel limpiador bactericida para que se limpie las manos a la entrada y salida del templo”. Igualmente, es necesario prescindir de los coros: no manejándose hojas de canto ni la repartición de folletos con las lecturas.

"Tal vez, en estas semanas interminables con las que hemos procurado dar lo mejor de sí, sean la ocasión ideal para remendar, recomponer y apuntalar los desgarros del alma. Una oportunidad de vivir en plenitud con un sentido más trascendente en la primera escuela de la vida: la familia"

En el transcurso del ofertorio el cestillo de la colecta no circulará entre la asamblea, sino que se situará a la salida de la Eucaristía en un sitio fijo. La paz se reemplazará por un gesto simbólico y el diálogo individual de la comunión se distribuirá en silencio. O séase, no se responderá al párroco en el momento de recibir el Sagrado Cuerpo de Cristo. Análogamente, si el sacerdote es mayor en años, se establecerán ministros extraordinarios para la recepción de la comunión.

Con respecto a los signos sensibles y eficaces de la gracia de Dios y con los que se nos otorga la vida divina, resumidamente:

Primero, en el ‘Sacramento del Bautismo’ paso inicial a la vida cristiana, será una ceremonia breve, la administración de agua bautismal se realizará en un recipiente al que no retorne el agua empleada, impidiéndose cualquier fricción entre los niños o bautizados; segundo, en el ‘Sacramento de la Confirmación’, con el que se reafirma y refuerza la gracia de Dios recibida en el Bautismo, la crismación puede sustituirse por un algodón o bastoncillo.

Tercero, en el ‘Sacramento de la Penitencia’, reconciliación o confesión, valga la redundancia, se aboga por no realizar la confesión en el habitáculo puesto para tal fin, en pro de un espacio más amplio, confesándose de pie para no tocar el mobiliario y emplear, si es viable, una pantalla de metacrilato sin descuidar la distancia social y garantizándose la intimidad. Tanto el ministro como el confesor, llevarán mascarilla y al concluir el examen de conciencia, se sugiere el jabonado escrupuloso de manos y el saneamiento de la superficie.

Cuarto, en el ‘Sacramento del Matrimonio’, don de fortaleza y gracia, los anillos, arras, etc., solamente serán manipulados por los consortes. Salvaguardándose la prudencia en las firmas de los desposados y testigos y en la documentación correspondiente.

Quinto, en el ‘Sacramento de la Unción de los enfermos’, con el que la Iglesia se une para encomendarnos ante Jesucristo y pedir por nuestra salvación y gracia, al igual que la confirmación, para la administración de los óleos se dispondrá de un algodón o bastoncillo. Asimismo, los sacerdotes con algún antecedente patológico, no deberían prestar este sacramento a personas infectadas por el coronavirus.

Los funerales y exequias continuarán con los procedimientos habituales, aun siendo dificultoso en instantes de intensa aflicción, se instará a que no se produzcan besos ni abrazos y la aludida distancia de seguridad.

Cabe destacar, que en las dos primeras fases de desescalada, no se autorizan visitas turísticas a los templos y museos; pero, sí que se conceden a los recintos dedicados a la oración y adoración, eludiendo las congregaciones populares.

Lógicamente, al terminar el acto, se insiste en higienizar los oratorios.

Consecuentemente, los prelados nos emplazan a suplicar fervientemente por aquellas y aquellos que tanto nos necesitan: personas contagiadas, familiares, o quienes se hallan en cuarentena; o por los trabajadores de los Centros y Servicios Sanitarios y los servicios públicos. Y cómo no, por los Equipos de Emergencias o los de Protección Civil; o las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y Fuerzas Armadas; o por los Equipos de Pastoral de la Salud y por tantísimos voluntarios.

También, los pastores de la Iglesia nos exhortan a rogar por los que están en peligro, como los niños, mayores y enfermos con afecciones de larga duración y progresión lenta; o por los padres, madres, abuelos y educadores; o por los que residan en aislamiento ante esta emergencia.

O por quienes están faltos de un techo donde cobijarse y lo básico para subsistir; o por el conjunto de las autoridades públicas de la nación y los Ministros del Señor, como los consagrados a la vida contemplativa que con su invocación y donación constantes, nos otorga el anhelo de estar incorporados al Pueblo de Dios.

En este marco indeterminado e irresoluto, se nos brinda la posibilidad que como colofón al rezo del ‘Ángelus’, digamos la oración del Papa Francisco: “Oh María, Tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y esperanza. Nosotros nos encomendamos a Ti, salud de los enfermos, que ante la Cruz fuiste asociada al dolor de Jesús manteniendo firme tu fe. Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que proveerás para que, como en Caná de Galilea, pueda regresar la alegría y la fiesta después de este momento de prueba”.

“Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos. Y ha tomado sobre sí nuestros dolores para llevarnos a través de la Cruz, al gozo de la Resurrección. Amén".

En palabras literales de los Obispos, en estos días de “singular y dolorosa experiencia ciudadana y eclesial, la Iglesia Católica está llamada a ofrecer sus recursos en favor de los afectados, así como la presencia del Señor que nos salva”.

Con lo cual, con cautela, prudencia y comedimiento y el recuerdo de las consecuencias devastadoras del coronavirus, recientemente, nos hemos echado a las calles durante al menos, una hora, bien solos o en pareja; posiblemente, con pasos inestables e inseguros, presagiando lo que podría acecharnos y poner en juego la existencia del ser o no ser.

Indiscutiblemente, esto quisiera creer: todas y todos, con la lección aprendida para no extralimitarnos en los límites de un kilómetro establecido y las reglas de oro repetidas por activa y por pasiva, en cuanto a las prevenciones sanitarias.

Ante el sobresalto de un hipotético repunte y el preámbulo de una reescalada valorada como terrorífica, sanitaria y económicamente hablando, es inexcusable la moderación y el acatamiento a cada una de las indicaciones prescritas, prevaleciendo el bien general e implementando los medios más razonables que nos aconsejan las autoridades para contrarrestar y detener la epidemia; pero, sobre todo, con un enfoque cristiano y reflexivo, sin angustiarnos en exceso.

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