El silencio nunca es bueno. Al menos cuando se trata de abordar un asunto de la envergadura de una imputación de quien ha sido un peso pesado en el PP. Hablamos de María Dolores de Cospedal, sobre quien ayer no quiso pronunciarse Pablo Casado en la visita girada a nuestra ciudad. Con decir que es un asunto que no le compete, con decir que forma parte de una etapa anterior a su presidencia en el partido, el líder actual de los populares obvió un tema que escuece, y mucho, al PP. Cospedal, que mucho tuvo que ver en que ahora Casado sea el presidente popular, no puede ser borrada de la historia del partido porque no conviene mentar su figura. Pero en ese intento por seguir siendo el niño bueno de la clase, Casado despachó la patata caliente olvidando a la matriarca.
No. Casado no estuvo fino. Tampoco estuvo valiente. Ni mucho menos estuvo en el papel que se le espera a quien aspira a ser presidente de todos los españoles, el mismo que viene a Ceuta a dar lecciones de cómo habría que haber despachado la crisis y nos recuerda que hay que retornar a los 4.000 marroquíes que siguen en nuestra ciudad.
Que nos diga Casado cómo devuelve a estos marroquíes si Marruecos no los acepta; que nos diga Casado de qué manera devolvería a los menores reclamados ahora por el secuestrador Mohamed VI si no es por los cauces legales que tiene que seguir la Fiscalía; y que nos diga Casado -que de todo opina, de todo sabe menos de Cospedal y su imputación- cómo habría gestionado él una crisis constituida en su amplia mayoría por mujeres y niños. El PP de esto sabe mucho, tiene su particular historia negra en torno a la gestión de sucesos que siguen todavía coleando, no creo que sea el más indicado para dar lecciones ni de crisis migratorias ni de relaciones con Marruecos.
Casado perdió la oportunidad de ofrecer una respuesta elegante, pero eligió lo contrario: mirar hacia otro lado, no dar la cara y aplaudir a los abucheadores. Todo un ejemplo.