La política siempre está inmersa en un universo de conspiraciones y zancadillas, cuando no de brutales puñaladas. Basta asomarse a la actualidad, o a los libros de historia, para rendirse a la evidencia de que el transcurso de la Humanidad está repleto de césares ensangrentados a los pies de la escalinata de turno. A pesar de que épocas, nombres, edades, tendencias o intenciones puedan ser absolutamente diferentes, un solo objetivo les une: la conquista del Poder.
Algunas tienen muy claras sus ambiciones y pretenden llegar a la cima para colmar sus ansias personales y/o económicas, y aunque no sean todas, haberlas haylas, ¿o no?
Las demás que aspiran a mandar siguen enmascarando sus pretensiones defendiendo, cargadas o no de científicas razones, que desde el propio núcleo del Poder se puede cambiar todo el mecanismo que subyuga, con mayor o menor intensidad (según los lugares) a las comunes de las mortales.
No obstante, intencionadamente o no, las salvadoras de nuevo cuño –todas las épocas tienen varias; nada nuevo bajo el sol- jamás caen en la cuenta de que el propio camino de ascenso a las cumbres lleva en sí el germen de la destrucción de las buenas intenciones de un supuesto principio con nobles fines.
A pesar de estar todas sobradamente advertidas de las muchas maniobras que siempre se llevan a cabo para lograr el anhelado cetro, seguimos, erre que erre, pensando que un cambio de nombres es la clave para solucionarlo todo, y a las pruebas me remito. Craso error el que se repite, siglo tras siglo, sufragio tras sufragio… y todo para nada.
Parece que estamos condenadas a sufrir la maldición de Sísifo con su piedrecita a cuestas, y no acabamos de aprender nada de toda esta historia que tiene mucho de circo y nada de pan. Con el Poder no hay solución definitiva, ni solución a secas. Con el Poder, sólo hay Poder.
Algunas, como Ícaro, se han dejado muchas veces las alas en el intento de darle la vuelta a todo desde dentro, mientras que la mayoría se ha quedado en esos cómodos medios que nunca alcanzan el teórico fin redentor. Y es que, bueno es recordarlo, eso dejaría sin privilegio alguno a las que tanto pregonan el paraíso político-terrenal.
En este H2SO4 se ha repetido hasta ver la lengua sangrar que “el Poder corrompe y el Poder Absoluto corrompe absolutamente”.
En el Poder no existe núcleo -y menos aún corazón del núcleo- al que llegar. En el Poder sólo hay Poder e intereses que lo sustentan, y como si de un precepto religioso se tratara, esas dos premisas se condensan en una sola: mandar. Y punto.
Por mucho que cualquiera se esfuerce en llegar a la zona cero del área de decisiones, cuando alcance la meta serán tantas las deudas contraídas que, lo quisiera o no al inicio, ya será parte indisociable de ese núcleo. Dicho de otra forma, el Poder siempre atrapa a quien se atreva a controlarlo. Simple. Contundente. Evidente. Comprobado.
El tiempo de la ingenuidad ya pasó hace muchas eras y quien se acerca al núcleo no es para destruirlo, sino para servirle y servirse. Nada más.
Desde este vitriólico H2SO4 tendemos a pensar que, con todos estos reiterados razonamientos, llueve sobre mojado pero, lamentablemente, lo objetivamente palpable es que sigue lloviendo, y nosotras tan felices.
¿Pensar que nadie es más que nadie, o poner en duda la férrea estructura de mando que nos dicta el camino a elegir ciegamente nuestras amadas cadenas?
Como siempre, usted sabrá qué sendero le hace más libre.
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