Se pone uno a otear la cartelera, buscando sin demasiadas expectativas, que en estas fechas ya se sabe que no hay que ponerse exquisitos, pero aun así, el tema anda famélico tanto en calidad como en cantidad de estrenos. Se podrán hacer cargo, visto el panorama, de que no me salga del alma acercarme al cine y tire de salvadora videoteca cuando la actualidad no hace méritos para que le demos un repaso.
Hace tiempo que tenía ganas de visionar Una historia del Bronx, exitoso debut como director de Robert De Niro en 1993, en el que demuestra una vez más que cuando un actor tiene un bagaje de horas de trabajo a las órdenes de los mejores directores no solo engorda su currículo, sino que lo acumula en su patrimonio personal de sabiduría en el oficio de la realización, que suele acabar dando a luz interesantes experimentos como el caso que nos atañe.
Y, claro está, estandarte del cine de mafiosos, no podía evitar estrenarse tras la cámara con una de gánsteres, algo atípica, eso sí, pero de corte y confección italoamericanos. La sencilla historia (los que me conocen sabrán que “sencilla” no es algo negativo, a diferencia de “simple”) relata las dificultades de un muchacho que se cría en el emblemático y conflictivo distrito neoyorkino, rodeado de un predominio de oscuridad tanto metafórica como ambiental (mérito de De Niro y sus iluminadores), astuto y noble, que tiene que crecer con las bandas callejeras y los chanchullos de maleantes cruzándose a menudo en su trayectoria vital. Ello pondrá numerosas tentaciones en el camino, así como experiencias didácticas y algún violento desengaño que le harán madurar con la rapidez de la que su padre, un estupendo Robert De Niro a las riendas del secundario de lujo con envoltura de honesto conductor de autobús, pretende protegerle en todo momento.
Se hace inevitable resaltar en el proyecto el nombre de Chazz Palminteri, otro clásico rostro del género, amigo personal del director, y quien le impulsa a embarcarse en la aventura, que además de prestar su rostro a uno de los personajes protagonistas (el cabecilla del barrio, quién si no), es el que desarrolla la idea y le da forma también a los mandos del guión.
Si numerosos reconocimientos avalan esta estupenda película, seguramente no sea por la capacidad de sorpresa de su trama, sino más bien por un mimado tratamiento del guión hacia los actores del cuidado y acertado reparto, concediendo profundidad y carácter a una propuesta que rememora a base de corazón el gran cine clásico que se nos esfuma como se consume un cigarrillo.
Igualmente hay que destacar una alocada banda sonora que nos traslada hasta los años 60 y dictará el ritmo deliberadamente contrario al melodramatismo que acompaña a toda la cinta. Un verdadero lujo poder disfrutar otra vez de esta fábula de cemento y gomina gracias a ese gran invento llamado DVD que permite a un adicto al cine hacerle durante unas dos horas un corte de mangas a las salas comerciales cuando es obvio que no ofrecen nada más que indignación. Les recomiendo por igual tanto lo del DVD como lo del corte de mangas...
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