Ya hace más de dos años el mundo decidió defenderse de el virus que se ha hecho un hueco entre nosotros.
El planeta decidió confinarse y nos pertrechamos con todo lo habido y por haber: vacunas, mascarillas, desinfectantes, uniformes EPI, cierre de establecimientos y centros de enseñanza.
Todo nos parecía poco y, como es normal, la sociedad cambió las normas de protocolo.
El tiempo ha pasado y, aunque el COVID sigue remoloneando por todas partes, los que mandan, entre ellos el Doctor Simón, decidieron quitarnos las mascarillas y comenzar a abrir todo lo que se cerró a cal y canto: bares, cines, restaurante, museos, trenes, autobuses y todo lo que uno pueda imaginar.
Hasta ahí bien. Creíamos que le habíamos ganado la batalla al coronavirus y cambiamos de tercio.
La economía se iba a pique y algo se tenía que hacer sopena de una ruina total.
Lo que es curioso es que hay asuntos que han venido para quedarse, convirtiendo a los ciudadanos en auténticos peleles abandonados a su suerte. Las citas previas hasta para pedir una instancia, las colas en los bancos, el trato humillante para el que tiene que volver siete veces con sus respectivas citas porque no ha hecho bien su gestión.
Lo de los bancos clama al cielo y, ni al mismísimo diablo de la famosa niña del exorcista, hubiera torturado así a cualquier poseído.
Luego viene lo que viene pues mientras unos se empoderan otros nos empobrecemos en un Estado de Derecho que hace aguas y goteras en algunos asuntos.
Vaya unas anécdotas: Mi hermana, que no anda nada boyante en su economía, a la hora de pagar a Hacienda se equivocó de cuenta y, al ir a subsanarlo aunque no había ningún contribuyente en la enorme sala, le obligaron a pedir cita y volver a los siete días. La broma le costó dinero por la presunta morosidad.
Pasa lo mismo en las oficinas del agua, la luz, en los ambulatorios, en el Ayuntamiento, en las consejerías de la ciudad, en EMVICESA, en las comisarías de Policía. También idéntico para pedir certificado de defunción, para solicitar una partida de nacimiento o para lo que mande ese ojo que todo lo ve llamado “GRAN HERMANO”.
Luego está el trato y la cortesía; ahí dependerás de la suerte que tengas.
Debo de vaticinar que, a la larga, todos perderemos un dedo al utilizarlo cuando usamos el teléfono infinitas veces para lo de la cita.
Para más INRI muchos funcionarios no son sustituidos por enfermedades o vacaciones; es normal, ya no existen colas en las ventanillas.
Tranquilos, sí podremos subir en autobuses petados de personas, los alumnos entrarán en mogollón a las aulas, los mozos correrán por miles en los sanfermines y la Blanca Paloma será rescatada por cientos de Almonteños que correrán el peligro de morir chafados.
Ya no decir nada del paso del Estrecho.
Eso es que nos han puesto la mascarilla en el alma. Todo sea por la seguridad de la distancia.
Saludar, desde este calor asfixiante al guarda jurado de seguridad destinado en nuestra Dirección Provincial. Será más fácil robar un cuadro del Prado que entrar en este establecimiento sin cita previa.
Todos cumplimos ordenes.
Lo malo es cuando las citas te las dan para seis meses pues la lentitud se entiende como un aliado de la seguridad en los tiempos que corren.
Los medios de comunicación dicen “y llegó la séptima plaga”. Esto se parece cada vez más a las siete plagas de Egipto.
Cómo decía Miguel Hernández: “Dios dirá, que siempre está callado”.