Regreso al lugar donde nacen las noticias, y lo hago donde lo dejé. Es decir, intentando entablar una conversación con los lectores de este periódico. En cierta manera, escribir es conversar.
Precisamente, acabo de regresar de Madrid, en lo que fue un conversatorio organizado por la Confederación para conocer de primera mano las inquietudes de la juventud en relación a la salud mental. En el aire la pregunta: ¿es esta una generación de cristal?
Con este fin reunimos en dos mesas de debate a un buen cartel de jóvenes que forman parte de la esfera pública por su actividad en redes sociales, sobre todo. Nunca antes la sociedad ha estado tan híper conectada.
Y tras escuchar, la verdad es que quedé reconfortado por la profundidad del discurso, la autoconciencia de salud mental, y por la sinceridad de sus preocupaciones.
Se dice que esta generación es de cristal, despreocupada, que han tenido todas las facilidades materiales, y desconoce el esfuerzo que ha costado conseguirlas.
Pero esta es una generalización, y como toda generalización es superficial e injusta, ya que deposita cierta carga de culpa en la persona joven: si no tienes futuro es porque has descuidado tus obligaciones.
Así que voy a analizar este criterio acudiendo a mi experiencia vital, cuando todo empezó.
Con 17 años abrimos los ojos, y comenzamos a explorar el futuro; jugamos con la edad, y elaboramos una estrategia para intentar dibujar una trayectoria. Muchas veces, la vocación está bien definida, y esto ayuda bastante.
Sin embargo, si proyectas tu imagen hacia el futuro y no obtienes respuesta, se inicia un proceso de desesperanza, que puede llevar a la apatía, a perder la capacidad de concentración, y al desinterés. Cuando la autoestima está dañada, la salud mental corre riesgo.
Así, en mi primer día de clase, el profesor de redacción, Pedro Solera, ya nos advirtió. En 1988 ya habían licenciados en periodismo como para abastecer todos los medios de comunicación de Europa. Ergo, apenas una docena de los congregados en el aula vivirían del periodismo, ¿y a qué precio?
En mi caso, la ausencia de una relación exacta entre esfuerzo y recompensa hizo que me relajara, y afrontara la universidad con mínimos de ilusión. Todo cogido con pinzas, total: ¿quién sabe?
¿Qué sucede entonces con la salud mental cuando uno va a medias?
Si tienes un proyecto vital claro, seguro, este proyecto se convierte en el centro de tu experiencia mental, y los pensamientos orbitan alrededor de él. La consecuencia es un mundo interior satisfactorio, tenso, atento, y la fortaleza es mayor que la vulnerabilidad.
En cambio, si tu proyecto vital no tiene imagen, o está indefinida, los pensamientos están “desfocalizados”, no hay raigambre, no hay cohesión, y el mundo interior pierde coherencia. En este escenario, la salud mental es vulnerable.
¿Qué fue primero, mi relajación, o percibir que la vida está imposible? ¿Dónde está el origen, en el joven que busca un referente, una identidad, o en la sociedad, cada vez más inaccesible?
Y tengamos en cuenta que mi proceso de desilusión ocurrió a finales de los 80. Imaginaos el atasco de jóvenes bien cualificados de hoy en día.
Solo una apropiación inteligente del sistema, que tenga al relevo generacional como principio fundacional, puede revertir el naufragio de la salud mental, y por tanto, del estado de bienestar que es nuestro país.