Opinión

Conversaciones con un político (5)

Aquella mañana tan fría en Madrid, el político compareció a la reunión con otro talante. No traía libreta para notas y, nada más terminar los saludos de rigor, me preguntó si tenía algo contra los políticos. Parecía muy afectado, por lo que me imaginé que algo le habían soplado sus compañeros. Enseguida le respondí lo evidente, que no tenía nada contra ese colectivo en particular y añadí que yo mismo había pertenecido a dos partidos políticos hoy inexistentes. Incluso, le dije que desempeñé un cargo de libre designación, aunque no remunerado.

Creía haberlo convencido, cuando insistió preguntándome qué recomendaría a un político de cualquier parte de España para que fuera generalmente aceptado y obtuviera la confianza de los ciudadanos una y otra vez. Comencé aclarando que nuestras citas eran para hablar de los problemas de Ceuta y no de políticos en general pero que, no obstante, iba a responderle. Le expliqué que un político de verdad debe reconocer sus limitaciones y rodearse de colaboradores de valía y especializados en los distintos problemas que presente la ciudad, sin preocuparse de que le hagan sombra, porque seguirá siendo el líder. Y desde luego un dirigente en todos los campos y más en éste, tiene que cumplir lo que dice en privado o en público y disponer de un sexto sentido para detectar a los pelotas, esas personas que son leales y aduladoras, solo mientras ostentan el cargo. Esas a las que se refería un importante ejecutivo español, cuando declaró a Expansión, “Quiero gente sincera, sé detectar a los pelotas”

Como no lo vi satisfecho, añadí que el político demócrata en España debe comprender que su nombramiento no es para siempre y que llegará el momento en que deberá regresar a su vida de antes llevando alta la cabeza, porque hay quién abandona la convivencia hasta con sus viejos amigos cuando ostenta un cargo. Y, sobre todo, no debe ser lo que yo llamaría rencoroso jurídico, aquel político que no perdona al ciudadano que ganó un pleito a su administración durante el mandato. Ese profesional de la política debe reconocer, además, si ha alcanzado su nivel de incompetencia, para retirarse cuando se vea ya incapaz de resolver los problemas de los ciudadanos y, desde luego sin utilizar topos con sus adversarios, ni confundir al prójimo, para que los visitantes salgan contentos y satisfechos de las entrevistas.

Y si ve que la ruina amenaza la economía, dar un puñetazo en la mesa oficial de que se trate para exigir soluciones

El político madrileño, algo nervioso, destacó la buena voluntad y el interés de algunos de sus compañeros que abordan incluso problemas que no son suyos, en bien de la ciudad o comunidad que regentan. Asentí al reconocer la buena voluntad de muchos, pero destacando que aceptar competencias que no son propias, significa aceptar también misiones, gastos y empleo de personal o material que es necesario en otras partes, por lo que los ciudadanos pagan dos veces por ellos. Cada Administración debe tener sus medios y sus responsabilidades que no pueden traspasarse de una a otra, ni implicarse personalmente en competencias ajenas. Cada palo debe aguantar su vela.

Mi interlocutor, quizás al ver mi actitud, pidió sinceridad al preguntarme si era simpatizante de algún partido distinto al suyo, porque me notaba muy combativo respecto a ciertos políticos españoles. Enseguida le expliqué que no tenía contactos ni simpatías por ninguna formación política y que mi único objetivo es Ceuta, donde tengo familia, amigos e inversiones. En resumen, que mi partido simplemente se llama Ceuta. Pero que siento pena e indignación al ver que, en algunas partes del territorio nacional, se toman decisiones sin meditar suficientemente las consecuencias y sin conocer la realidad social y económica de la ciudad o región de que se trate.

Cuando el político sacó un pequeño cuaderno del bolsillo, le expliqué que, en términos generales, el responsable político que viaja a Madrid debe ir si no agresivo, al menos contundente. No es bueno que llegue ante el director general o ministro de turno sin atreverse a explicar claramente la situación exigiendo, además, medidas concretas y rápidas. Cuando a una ciudad cualquiera le retiran fuerzas de orden público por la cuestión catalana u otra razón, el político local debe preguntarse si dicho orden público y la seguridad interna o externa en una ciudad, sobre todo si es complicada y fronteriza, quedan garantizadas para, en otro caso, exponerlo con crudeza solicitando el apoyo ciudadano si es necesario. Y si ve que la ruina amenaza la economía, dar un puñetazo en la mesa oficial de que se trate para exigir soluciones.

Al decirme que habláramos de Ceuta para ir anotando, le expliqué que esa actitud reivindicativa y exigente debió presidir las reuniones para salvar el sistema de Reglas de Origen que produjo despidos y cierres de empresas, clausurando una posibilidad de desarrollo industrial que tenía Ceuta. Y otro tanto ocurrió con el arrendamiento de buques de recreo que desembocó en la Operación Traka o con los barcos rusos, también con el silencio culpable de la Administración. E igual sucede con el perfeccionamiento del actual régimen fiscal que tantas goteras tiene, hasta el punto que requerirá la intervención privada y el consenso ciudadano posterior. En casos como los mencionados, la Ciudad debe salir en defensa de los afectados, no por los intereses particulares en juego, sino por salvar las posibilidades de desarrollo económico.

El político me explicó en voz baja que es complicado para el titular de un cargo, el que sea, ir a Madrid exigiendo, porque en los partidos hay una especie de escalafón invisible que siempre hay que respetar

Y mi contertulio añadió que a veces es también muy comprometido dejar el cargo, no solo por la difícil decisión que esto supone, sino porque es necesario tener preparado a quién suceda al dimisionario. Estuve de acuerdo y añadí que todo dirigente debe tener formado y preparado un delfín claro para estos casos y muchos no lo hacen por el peligro que ello puede suponer para su futuro, pero se corre el riesgo de dejar sin sucesión las responsabilidades políticas, lo que conduciría irremediablemente al desastre.

Y como captó que iba a seguir por ese camino, decidió dar por cancelada la entrevista con la esperanza que quizás la siguiente fuera más pacífica.

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