A estas alturas absolutamente nadie va a descubrir a Martin Scorsese, valor histórico y mito viviente del cine, pero sí que vamos a descubrir una faceta del cineasta que o es experimental o más bien permanecía adormecida en espera del momento propicio. Y ese momento ha llegado. En esta particular declaración de amor eterno al cine y sus orígenes, Scorsese plantea un escenario muy particular en el que un niño huérfano se ve embarcado en una misteriosa aventura que tiene que ver con su especial talento para arreglar mecanismos, el único legado de su padre y la compañía de una niña emparentada nada menos que con el maestro Georges Méliès. Todo ello desembocará en el sueño del propio director por rodar la película donde seguramente más corazón ha puesto nunca.
Desde el comienzo del metraje nos damos cuenta de que se trata de un proyecto con innumerables contradicciones. Nominada a once Oscar y habiendo ganado cinco con toda justicia, todos ellos técnicos, ha quedado en sus creadores cierto regusto a desilusión por haberse escapado los “premios gordos”. En lo que parece haber sido el año de la pleitesía a los fundamentos del cine como arte, la ganadora, de producción francesa, rememora un pasaje de la historia del mismo en Estados Unidos, mientras que La invención de Hugo, americana, ambienta sus focos en el París de los años treinta.
Otra contradicción resulta ver que Scorsese, autor especialmente crudo en sus trabajos, “amabiliza” su visión en una cinta claramente familiar. Y nótese clave la palabra “familiar”, puesto que aquello que se ha vendido como infantil, siendo cierto que es para todos los públicos, resulta sobrada de minutaje y excesivamente cinéfila para un crío, aún proyecto de amante del cine. Contradicción es también que cuando una película protagonizada por niños sale bien, como es el caso, el protagonismo de estos suele ser absoluto y la cámara acaba apreciando cada destello de sus miradas; sin embargo, a un Asa Butterfield (Hugo) más soso que un huevo pasado por agua sin sal hay que añadirle el trabajo de Chloë Grace Moretz (Kick- Ass, Déjame entrar), que basa su expresión de lo que toque en una sonrisa bobalicona. Sin embargo, el resto del plantel es de verdadero lujo, encabezado por Ben Kingsley y con nombres como Emily Mortimer, Christopher Lee (nos ponemos en pie) o Jude Law, al que nos gustaría ver más minutos en su espléndido papel de “papá enrollado”. Ya que hablamos de reparto y de contradicciones, tenemos otra bien clara cuando observamos que Sacha Baron Cohen, ese hombrecillo ridículo con nombre muy desafortunado realiza un trabajo serio y correcto encarnando al inspector de la estación que tiene la obligación de convertirse en el antagonista (que no malo) de la historia.
Finalmente ha de añadirse a la lista de contradicciones que un trabajo académico con regusto a cine clásico como este utiliza sin rubor la tecnología 3D magistralmente en refuerzo del argumento, transformándose así en un actor más. Scorsese se muestra con el manejo tecnológico revitalizado por el juguete nuevo y hace del timo de la estampita que se había convertido lo de las gafas en las salas todo un aporte recomendable en beneficio del espectáculo con sustancia. Benditas algunas de estas contradicciones.
Puntuación:7
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