Son diversas las fechas que a distinto título, comenzando por el neutro de las efemérides, facultarían para tratar nuestros contenciosos diplomáticos y sin embargo ni los gobiernos ni los medios dan la impresión de prodigarse al respecto. A nosotros nos parece sencillamente indicado, ante la coyuntura política, volver a sacar a la palestra tan clásico, importante, recurrente, e irresuelto aunque no irresoluble tema.
En lo que yo denomino diferendos, una especie de contenciosos menores en alguna manera, la situación se mantiene sustancialmente y así acaece en la controversia sobre el espacio jurisdiccional marítimo de las Islas Salvajes, mientras que la posición lusitana en superficie prosigue asentándose, con tanta suavidad como efectividad tras las visitas de sus cuatro últimos presidentes. En el islote Perejil, que en realidad y de no haber sido por el incidente del 2002, se engloba dentro de la problemática de nuestras provincias en el norte de Marruecos, vengo argumentando que parece existir un mejor, no un único pero sí un mejor derecho de España, potencialmente superador del imperfecto statu quo. Asimismo recuerdo ocasionalmente que allí hubiera procedido la diplomacia de las coronas, la instancia a los dos monarcas, mejor que acudir a mediaciones ajenas e ingratas, por decirlo con cierta fineza y finura, ¨el islote estúpido¨, que lo es, pero esa sería otra cuestión, en la catalogación del militar de turno metido a diplomático. Y Olivenza, donde resulta claro que la controversia, que no es jurídica, corresponde a las relaciones de buena vecindad que con Portugal -como con Iberoamérica- siempre tienen que ser las mejores, ya hace tiempo que he propuesto un referendum solventador de la incómoda problemática, que según están las cosas, parece que arrojaría un resultado favorable a los colores españoles.
Respecto de los tres grandes contenciosos y tras reiterar por enésima vez que están íntimamente interconexionados en una madeja sin cuenda donde al tirar del hilo del ovillo para desenrollar uno, surgen automática, indefectiblemente los otros dos, se impone reiterar en relación con Gibraltar, que el Brexit forma parte de la cotidianeidad bilateral, conflictiva e irresuelta desde Utrecht y supone sin duda un nuevo y trascendente aspecto en su proyección ante la UE. Pero que la bilateralidad desde Utrecht, en aquella toma quizá poco ortodoxa, quién sabe si incluso bajo la bandera de una cierta inverecundia, que entró a formar parte de nuestra historia junto con la incidencia exterior, esto es, la implantación ya definitiva de monarcas foráneos rigiendo los destinos patrios, que constituye una de las claves explicativas del devenir hispánico como vengo escribiendo y conferenciando hace años, esa bilateralidad ahora hiperbolizada por el Brexit, no marca el iter correcto hacia el Gibraltar español, no significa el hilo de Ariadna para salir del tricentenario laberinto. No hay que ser un Metternich para concluir que ese camino se sitúa imperativamente en la situación colonial, en el Derecho de la Descolonización que surge con Naciones Unidas y ese es el enfoque correcto, inexcusable, de tan fangoso asunto y donde España, más que nunca vertebrada en el lobby iberoamericano, tiene que dar la batalla. The Rock es un territorio no autónomo sometido a la preceptiva descolonización, en la que los llantos no tienen derecho a la autodeterminación al no ser la población originaria, al igual que los kelpers en las Malvinas, como he recordado en Argentina. Esperemos, pues, que Londres entre en razón y proceda a la descolonización de la única colonia que existe en Europa. Mientras, nos seguiremos ocupando de los efectos colaterales del Brexit, una jugada difícilmente catalogable de maestra como confirman las propias disensiones entre los británicos. En relación con Gibraltar-Brexit estamos en peor posición estratégica que lo conseguido en el 2017, cuando el derecho al previo veto español ante cualquier acuerdo anglocomunitario iba a figurar en el corpus del tratado para después terminar recluido a una declaración anexa, si bien no afecta a lo sustancial. Ahora en el 2019, la calificación inicial de ¨colonia británica¨, impecable aunque fuera a pie de página, aparece bloqueada tras una nueva finta (mi afición a la esgrima y no otra cosa) por la siempre activa y atenta diplomacia británica, en el Europarlamento.
Ahora bien, mientras prevalezca la partida en el ajedrez bilateral, quizá se imponga ya considerar una neotérica política para que la acción exterior española, casi siempre a la defensiva jugando con las negras en ese enrevesado tablero, condicionada ciertamente por muy visibles variables, empiece a resultar más incisiva con la aplicación hasta donde proceda, hasta donde se pueda, del tratado de Utrecht.
Y el Sáhara. Hace más de 40 años que me ocupé de los 335 compatriotas que allí quedaron, a los que censé (luego, en la Memoria de puesto voluntaria que hice en Rabat en 1980, al pasar a Cuba -donde localicé los cuadros del Museo del Prado que allí quedaron tras la independencia y sobre los que el castrismo nunca había respondido a la petición de información de nuestra embajada- y que podría publicarse por el MAEC o por el IEC, preciso que hubo cuatro más) en quizá una de las mayores operaciones de protección de españoles del siglo XX. He estudiado el tema por activa y por pasiva; bajo las estrellas plateadas y semicelestes saharauis y sobre las aguas turquíes marroquíes, y en el juego principios e intereses en tan enconado tablero diplomático, a efectos funcionales parece ya irse imponiendo que, fuerte ante la benevolencia o la neutralidad insuficiente de las distintas partes concernidas, el trono alauita va a seguir postergando el cumplimiento de la legalidad, la celebración del referendum de autodeterminación, decretado por Naciones Unidas. Por consiguiente y como conclusión, si la hubiera en esta dramática dialéctica, diríase -¨habla a quien comprenda tus palabras¨, en el viejo refrán saharaui- aunque por supuesto con todas las reservas del caso, que una solución, imperfecta pero pudiera ser que en principio bastante dadas las circunstancias, todas, comenzando por sus más de cuatro décadas de contienda sin visos de finalización en el horizonte contemplable, podría venir de la mano de la realpolitik. Y ahí, ya se sabe: la partición.
Por último, Ceuta y Melilla, en las que parece apreciarse lo que he calificado como la hipostenia del animus y la posición españoles. Quién mejor que ellos mismos para describir la situación. ¨No son momentos felices para Ceuta que vive una de las mayores crisis de confianza de su historia. Sólo hay que acercarse a los titulares de prensa en este período para comprender que algo grave y extraño está pasando en nuestra ciudad, sin que existan muchas esperanzas de que cambie la situación¨, termina de escribir uno de los mejores conocedores de la ciudad y de tan hipersensible zona, José María Campos, decano de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Ceutíes, del que me honro siendo ya antiguo miembro, juicio que podría ser perfectamente extrapolable a Melilla. Desde la crisis de la emigración al cierre de la aduana comercial melillense (en Ceuta, no la hay y la de Melilla se presentaba clausurable en la política desarrollista que acertada y decididamente viene llevando adelante el vecino del sur), se acentúa el panorama negativo –pero mejorable- de ambas ciudades.
P.S. En la biblioteca del muy británico Reform Club, desde la que he escrito las últimas postales, con la memoria viva de sus ilustres miembros Churchill, Gladstone, Russell o Palmerston, que todos ellos se ocuparon de The Rock y como Fox, cantaron su carácter inconquistable, evoco la fascinante y nonnata Operación Félix e invito a los especialistas, algunos herederos de los ejércitos españoles, a continuar especulando qué hubiera pasado en el enfrentamiento entre la Union Jack, triunfadora en tantas latitudes, con un peñón cribado de túneles defensivos, además, ante las fulgurantes y por entonces sin excepción, victorias teutónicas.
Y por otro lado caigo en la cuenta de que casi todo lo que he escrito en este artículo es reiteración del que publiqué hace no mucho, Los contenciosos diplomáticos españoles. ¿Ideas acertadas en el ajedrez diplomático, pues, como me atribuye más de una el admirado profesor Miquel Escudero, en un artículo con ese título, publicado en español y en catalán? No lo se; en tan vidriosos e hipersensibles asuntos pocos serán los que crean estar en posesión de la verdad y desde luego yo no figuro entre ellos. Pero, también desde luego, sí son ideas meditadas. Esperemos que nuestros gobernantes así las consideren, en lo que valgan.
Y ya por fantasear, en la hipótesis de encontrarse uno en el Travellers Club, sin funcionarios del Tesoro, bien se podría escribir sobre si se produjeron sobornos por parte de diplomáticos ingleses a los generales franquistas,para que España no interviniera en la Segunda Guerra Mundial, frente a la posición que mantenía Serrano Suñer.
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Habla de la siempre activa y atenta diplomacia británica en el Europarlamento.
¿Podemos decir lo mismo de nuestra diplomacia?En el episodio a que Vd. se refiere la intervención decisiva le correspondió a los Abogados del Estado, no a los diplomáticos, cjuando revisaron el texto.