Hacía tiempo que no se producían incidencias de nivel en el histórico, recurrente e irresuelto, que no irresoluble tema de los contenciosos diplomáticos españoles, que facultan para mejor conceptualizar la problemática y sobre los que prosigo sistemática, casi religiosamente, vaya usted a saber si también casi en profesional solitario, elaborando los correspondientes balances, que arrojan un inocultable incremento del déficit.
Dentro de los diferendos, una especie de contenciosos menores, en las Salvajes, asentada definitivamente la posición lusitana en superficie y descartada la propuesta voluntarista y superadora desde Canarias de ir a un condominio, que yo mismo califiqué en su momento de más bien tardía, la controversia focalizada en los miles de kms. de aguas circundantes ricas en pesquerías y potenciales en gas y petróleo, ha sido abruptamente sacada del limbo negociador con las disposiciones unilaterales y previsibles de Marruecos y Argelia sobre aguas jurisdiccionales. Obsérvese para calibrar debidamente el impacto, que sólo la delimitación rabatí afecta nada menos que a las de Canarias, las de Ceuta y Melilla y el Sáhara.
Respecto de Perejl, procede reiterar, ante una hipotética aunque asaz improbable disputa judicial por la soberanía, que parece existir un mejor, no un único pero sí un mejor derecho de España. Y Olivenza, donde indiscutible el derecho español, e inscribible en las relaciones de (buena) vecindad que con Portugal como con Iberoamérica, tienen que ser siempre las mejores, que continúa recluida al incómodo terreno cartográfico, obviando posibles salidas como un referéndum, que según están las cosas, parece que arrojaría color español.
Es decir, que en los tres diferendos, como en los tres grandes contenciosos, Madrid continúa esgrimiendo una táctica de respuesta, de “a remolque”, no de iniciativa, jugando con las negras en lugar de rentabilizar el empuje de las blancas, dejando a veces que los temas se deterioren hasta extremos de difícil reconducción, lo que en términos operativos aboca a una política exterior insuficiente en tan proceloso tablero. Esto es, la estrategia tal vez sea mejorable, no sólo a causa de sus dosis de patente, hipotecante (vocablo que en cuanto no jurídico, ofrezco, al igual que he hecho con otros, a mis desconocidos amigos los sucesivos secretarios perpetuos de la Lengua) pasividad sino además, porque las acciones, aprovechando en buena técnica las por lo demás escasas coyunturas favorables, no todas parecen estar regidas por el mayor acierto, dato o subdato éste que no parece requerir ulterior consideración y que nos lleva a los contenciosos
En este punto, acostumbro a señalar una ley si no matemática, desde luego que sí diplomática: Hasta que España no resuelva o encauce adecuadamente su en verdad harto complicado expediente de litigios territoriales, no habrá normalizado de manera cumplida, como corresponde, su situación en el concierto de las naciones. Filosofía y técnica diplomáticas parecen erigirse así en una diarquía insoslayable para el quehacer exterior del país.
En el Sáhara, la ceremonia de tan visible confusión en términos de ortodoxia internacional, continúa acentuándose ahora con un elemento puramente mecanicista: hace ya quince meses que Naciones Unidas prosigue sin nombrar mediador y sin que se les demude la color a ninguno de los participantes, alguno con responsabilidad histórica y otros con tasas de interés variable. Se dice que el lusitano eficaz y complaciente que funge como secretario general busca un expresidente. Termínese con maniobras quizá tildables de semi escapistas, tan rebuscadas como estériles, y pongan a alguien capaz, conocedor y con vocación. Ahí está “ la carta de los 43”, en la que ese número simbólico, referido a los años transcurridos del conflicto, con tratadistas de la diplomacia, la universidad, la milicia, piden que se me designe para coadyuvar con el mediador de la ONU, claro que cuando esté nombrado.
Se trataría de desbloquear tan enconada contienda, de intentar llegar o aproximarse al “ni vencedores ni vencidos”, que desde su bien probada sagesse diplomática habría acuñado Hassan II, el gran dosificador de los tiempos con España, en la histórica entrevista de Marrakech, única con participación del trono alauita, con el rey cordialmente despectivo; los guerrilleros sumisamente altivos, y los palmerales cantados por los poetas. Y ahí, quién sabe, quizá la partición, auspiciada desde la omnipresente realpolitik.
Sobre Ceuta y Melilla, vengo alertando hace tiempo acerca de la creciente hipostenia de la posición y el animus españoles. Dice Ignacio Cembrero: “Tras trece años sin citarlas, Mohamed VI se está dedicando, discretamente, a asfixiarlas económicamente. Ya están en coma vegetativo”. Yo he argumentado la oportunidad, si en tan delicada cuestión algo pudiera ser cabalmente oportuno, de la diplomacia regia, actuante desde don Juan con Hassan II, cuyo entendimiento se acentuaba con el humo cómplice de dos empedernidos fumadores.
Y Gibraltar. Poco que añadir a lo mucho que ya he conferenciado y escrito, hasta hiperbolizar que los llanitos iban a quedar in the lurch tras el Brexit, a veces desde la biblioteca del Reform Club, con la memoria viva de sus ilustres miembros, Churchill, Gladstone, Russell, Palmerston, que todos ellos se ocuparon de the Rock y como Fox, cantaron su carácter inexpugnable. Ahora, algún que otro movimiento de la actual titular de Santa Cruz, a cuyos pies me pongo, y que diríase interfieren en el iter hacia la llave que pende de la puerta del castillo en el escudo y en la realidad de Gibraltar, nos han descolocado en cierta manera. Qué quieren que les diga en buen profesional.
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