Cuantas cosas puedo contar de aquellos días; ya había finalizado los años cincuenta y habíamos entrado en los sesenta, apenas yo tenía cinco años, pero os aseguro que mis recuerdos están intactos, será porque ya soy mayorcita, y es la hora de traer a través de la memoria evocativa todas las hazañas de aquellos maravillosos tiempos.
Mirando hacía atrás, puedo ver aquella bajada al muelle de pescadores, donde los hombres de la mar hacían su rincón de charlas y comentarios. Allí era donde se contaban todas las hazañas de los días duros de levante y de poniente; cuando era imposible faenar, temiendo al mal tiempo. Sí, era allí, donde estos lobos de mar hacían las reuniones. Esa estampa es patrimonio de Ceuta, de aquella Ceuta de hace algunas décadas. Hoy esa imagen ya ha desaparecido, como otras tantas, pero seguro que queda gravada en la mente y en el corazón de algún nostálgico de esta tierra.
El Paseo de las Palmeras, famoso en toda España, como no podía ser menos. Lo de famoso lo digo, porque todos aquellos reclutas que venían a esta ciudad, cuando tenían permiso para el paseo, recorrían una y otra vez, esta “joya nuestra”, a ver si “alguna” del lugar le daba palique, que era todo lo que podían esperar en el mejor de los casos. Tarea difícil, porque, pobre de la que vieran hablando con alguno de aquellos chavales; niños, diría yo ahora, aunque en aquellos días, además de considerarlos muy mayores, “guapa” era la que le daba palique, y no salía escaldada por la sociedad del momento. Cuantas historias no habrán contado esos chavales a sus gentes, de ese, nuestro paseo, casi ya, inexistente.
Volviendo al paseo, allí era donde nosotros, dábamos una y otra vez vueltas y vueltas, allí era, donde se realizaban las primeras citas amorosa de los adolescentes, y era allí, donde toda la juventud de Ceuta, se reunía. Aquel paseo, corto en distancia, pero grande en esencia y oliendo, el mejor de los olores, el aroma de las almendras garrapiñadas que con tanto esmero, laboraba nuestro querido amigo y mejor persona: “Manolo, guardia urbano o municipal –así se decía entonces- de nuestras calles”. Y al final de aquel paseo, anclado en aquel puente, estaba nuestro “Cristo Rey”. Lugar de devoción de los cristianos de esta ciudad, y de respeto del resto. ¿Cuántos milagros habrás concedido y cuantas promesas habrás escuchado?, de boca de personas desesperadas, y en ti, encontraban un bálsamo, que calmaran sus angustias.
Popularmente la gente de nuestra tierra, cuando se refería a aquel lugar sagrado decían: “Vamos a rezar al Cristo”; era una devoción, y Él estaba en su hornacina, alrededor de muchas flores de colores, mirando al mar, al Monte Hacho, al Paseo de las Palmeras, a las gentes de esta tierra; sin embargo, ahora……