Una de las actividades que siempre ha llevado a gala el Gobierno de Juan Vivas ha sido el papel de constante diálogo con el movimiento vecinal a la hora de la planificación de los distintos Planes de Barriadas. A lo largo de estos quince años del presidente Vivas al frente de los destinos de la Ciudad Autónoma recordamos innumerables reuniones y más reuniones, con el máximo responsable del Gobierno a la cabeza, con grupos de presidentes de asociaciones de vecinos. Era una manera también de no perder desde luego el contacto con la realidad de la calle y muchos presidentes conocen a la perfección tanto lo bueno como lo malo que pasa.
Una de las preguntas que nos veníamos haciendo a lo largo de los últimos meses se centraba en que no se convocaban reuniones con los presidentes vecinales o como mínimo con la junta directiva de la Federación Provincial de Asociaciones de Vecinos para analizar el conjunto del proyecto del próximo Plan de Barriadas. Partimos de un Plan que, según se ha contado desde el Ejecutivo, será la ‘joya de la corona’. Más de 60 millones de euros a invertir hasta el final de la presente legislatura. Aquí hemos oído de la división de la Ciudad en doce distritos, de los encargos de los proyectos a los técnicos, de tres grupos de licitaciones (diciembre, febrero y junio) para el próximo año y ya está. Nadie nos ha contado cuál ha sido el papel que ha jugado la Federación, aunque también es cierto que la FPAV tampoco ha hecho mucho hincapié.
Hoy traemos una queja del presidente de la FPAV, Juan Moreno, quien reconoce que nadie se ha reunido con ellos para el diseño de este nuevo Plan, aunque piensa que el anterior, que no se llegó a ejecutar y dónde si hubo encuentros, habrá servido de base para el diseño.
Sin embargo, entendemos que el Gobierno de la Ciudad, que siempre ha llevado a gala ese contacto y ese diálogo permanente con el movimiento vecinal, no ha actuado de manera correcta.
El consejero de Fomento está obligado a sentarse al menos con la Federación para que conozcan el contenido de este Plan, porque si se deja para el final, cuando todo esté finiquitado, a lo mejor se puede romper una línea muy fina de entendimiento y sería una verdadera pena. Las buenas costumbres nunca deben perderse y menos en política.