Aun recuerdo cuando mi padre, el doctor don José Ávila Morales, me contaba historias de personas, hechos y lugares que habían pasado por su vida. Eran como retazos de sus vivencias. Desde años atrás, he cogido su testigo de contarles a mis hijos historias de esos mis primeros pasos en la infancia. De mi mente y mi memoria, iban surgiendo hechos, personas, aromas, imágenes y sobre todo, mi trozo de calle, mi territorio, la ahora llamada Calle Real donde transcurría mi mundo. Y ahora que ese trozo de calle, desde la Iglesia de Los Remedios, donde me bauticé, con el Padre Arenillas, hasta la plaza de Azcárate, ha sufrido una transformación y están desapareciendo todos los resquicios donde se apoyaban mis recuerdos, he querido situarlos de nuevo en mi memoria para quizás no olvidarme de lo que un día fue mi mundo.
Empezaré por la esquina de las confluencias de la antigua calle Falange Española con la calle Teniente Arrabal y donde se sitúa la puerta lateral de la iglesia de Los Remedios. Enfrente se encontraba Mercería Serafín, un matrimonio que regentaba este establecimiento, dedicado a la venta de botones,telas,agujas... en fin, todo lo que se necesitaba para coser y en donde recuerdo sobre todo la gran multitud de cajoncitos detrás del mostrador y en donde me maravillaba la enorme cantidad de botones ordenados por tamaños.
Enfrente estaba el Colegio La Sagrada Familia, donde estudié en Primaria, justamente después de mi primer año en La Inmaculada, semiinterno. Tengo buenos recuerdos de este Colegio, donde, no sé si por cercanía a mi casa, en el antiguo número sesenta, ahora cincuenta y seis, me sentía mas seguro y en donde empecé a sentir ganas reales de aprender.
Otra vez en la acera de enfrente y pegada a la Mercería, se encontraba la Farmacia Rayo, donde mi padre nos mandaba con sus recetas a retirar los medicamentos que necesitábamos. Cruzando la calle, nos encontrábamos con la Peluquería Barroso, regentada por Manuel Barroso y su ayudante Eusebio.
¡Cuántos pelos y lagrimas hemos dejado allí! Eusebio, un peluquero a la antigua usanza, a veces venía a casa, a petición de mi madre y aun lo recuerdo con sus patillas y su maletín en donde guardaba sus artilugios de trabajo, la temida maquinilla y sobre todo la gran gama de sonidos que articulaba y nos hacía para distraernos y que no lloráramos, desde el silbido de la locomotora del tren hasta otros de pura invención. Muy divertido.
Al lado de la Farmacia, sé situaba una vivienda de dos plantas, ya derribada. Desde su portal, bajando unas escaleras, se accedía a la Tintorería La Catalana y en la primera planta Foto Calatayud. De la primera recuerdo a Doña Filomena, una mujer de avanzada edad con un corazón enorme y con la fuerza de esas mujeres que han llevado con penurias una familia adelante. Recuerdo que en fechas especiales traía a mi padre rosquillas, que ella hacia y caramelos y chocolatinas para nosotros. Era una persona entrañable. La Tintorería Catalana que se abría paso a través del portal de Foto Calatayud, estaba situado en un enorme patio con árboles y plantas, donde en un cobertizo amplio se lavaban y tintaban los artículos de vestir o ajuares del hogar. La persona que regentaba el negocio, del que no recuerdo su nombre, pero sí su corpulencia, le regaló en una ocasión a mi padre un mono de La Mujer Muerta. Le pusimos Jimmy y aunque al principio era pequeño, y lo teníamos en la azotea, no caímos en el detalle de lo que crecían este tipo de simios y al final tuvimos que devolvérselo al señor de la Tintorería. Creo que acabó en uno de los circos que alguna que otra vez visitaban Ceuta.
De Foto Calatayud, decir que era nuestro fotógrafo oficial de cuantas fotos de carné necesitábamos hacer. Le recuerdo siempre tratándonos con amabilidad y muy conocedor de su oficio. Después con los años, pude comprobar a cuantos, incluidos mis abuelos y abuelas además de diversos familiares cercanos había retratado. En la misma acera, y al lado estaba Comercial Maza, dedicado a la venta de las últimas innovaciones en maquinas de coser, así como neveras y lavadoras y que nuestras madres ansiaban tener para facilitarles su trabajo diario de amas de casa. Enfrente estaba La confitería La Africana, aun funcionando y regentada por don Fidel con su maestro pastelero don Pedro, al que los chicos le solíamos llevar trozos de madera para el antiguo horno y nos obsequiaba con recortes de pasteles recién hechos. Nosotros vivíamos en el mismo edificio, en el primer piso del antiguo numero 60. Justamente al lado se situaba la Bodega Fortes. Para un niño de mi edad, en aquella época, era algo prohibido entrar en un lugar como ese, cosa que mi padre me recordaba casi a diario. Desde fuera, veía esos grandes toneles de vino que servían como mesas y a personas agarradas a la barra descifrando el porqué esos brebajes le atraían tanto. Siguiendo por la acera contraria, nos encontrábamos con Calzados Capri. Los de mi generación se acordaran de los zapatos Gorila, con la pelotita de regalo y que nosotros cada año, a principio de curso, como un ritual íbamos a comprar a dicha tienda. Mi abuela Isabel Morales Marfil, maestra, vivía en la vivienda del 2º piso, con mi tía Remedios Ávila Morales, también maestra en las antiguas escuelas Anejas y compañera de doña Teresa Porras. Doña Ana Castillo, don Manuel Morejón, don José Bohórquez y don José Solera como Director y por donde han pasado tantas generaciones de ceutíes, yo entre ellos. Enfrente de Calzados Capri, recuerdo a La Funeraria Curado que nos infundía mucho respeto y a la Droguería Leonor, donde en pulverizadores de plástico, vendían las colonias a granel, aparte de todo lo necesario para la limpieza de hogar. Una vez incluso recuerdo cuando compramos allí ácido sulfúrico para nuestros experimentos con los juegos de química que pedíamos en Reyes.
También recuerdo el inmenso patio de Clarita Maeso que se accedía también por la Droguería y en donde Leonor tenía su vivienda familiar en la parte de atrás. La mayoría eran viviendas de una sola planta, con rejas en las ventanas y tejas en las cubiertas. El patio de Clarita era como un jardín botánico salvaje en medio de la ciudad con pozos antiguos de agua, pavos y gatos por doquier y un laurel de aromáticas hojas. En Navidad íbamos ahí a coger musgo, líquenes y ramas para decorar nuestro Belén. Unos metros mas abajo y en la acera opuesta,estaban Calzados Cutillas, Papelería Gallardo, donde comprábamos el material escolar y esas gomas arábigas para pegar los cromos de nuestras colecciones. Y ya en la esquina, la Ferretería El Candado, con un gran mostrador pero estrecho y largo donde el universo de tornillos,tuercas y demás herramientas campaban a sus anchas.
No me quiero olvidar del Bar Nieto, donde a veces encargábamos la comida y por supuesto del lugar donde confluían todos estos pequeños, pero a la vez inmensos espacios que ahora abarcan nuestra memoria,que no era otro que la Plaza Azcárate, con el quiosco de Cristóbal, donde aprendimos a jugar y relacionarnos y a lanzar las famosos pelotas Gorila al cielo como ahora hacemos con nuestros gotas de memoria como testigo de lo que fue y de lo que fuimos.
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