Consentido desorden por la fuerza

La delicada línea que separa el orden del desorden, lo reconciliado de lo abrupto, la calma de la violencia, es tan delgada como plenamente contrapuestos son los dos lados que la flanquean. Pero mientras el muro que separa el desorden del orden está labrado con toda clase de materiales de extraordinaria dureza, la muralla que marca la distancia entre el orden y el desorden no cuenta más que con barro en su haber. Una chispa de rabia, un destello de virulencia deflagra instantáneamente una calma o bien tensa o bien relajada, pero jamás al contrario.Cuando lo anterior se aplica a circunstancias reales, en las que un cuerpo específico debe mantener el orden de una masa basándose en su (superior) fuerza y en su estatus privilegiado frente a aquella, la cuestión es mucho más compleja. Cualquier mínimo desmán del grupo de fuerza se convierte de inmediato en un abuso de poder y condición que no es en absoluto permisible en una democracia de las características de la actual, además de generar un desorden mayor, si es que existe desorden previo y no se trata de un orden que por su presión conviene poco al poder.
Los sucesos acontecidos en Valencia entre las fuerzas de seguridad del estado y los estudiantes del lugar conforman el ejemplo más claro de ello. Con el agravante de que, en este caso, todos aquellos estudiantes fueron calificados como “enemigos” por una de las cabezas pensantes de la policía de este país, lo cual justificaba y respaldaba el exceso de violencia contra una masa de protestantes en inferioridad de fuerza con respecto a las armas que portan los agentes, y sujeta a importantes consecuencias si intentan tan solo responder al ataque de aquellos con el fin de defenderse. Ello desemboca en una indefensión de los protestantes que, de ser pacíficos (como en aquel caso), agrede directamente a sus derechos fundamentales y provoca un desorden que no responde al deber de las fuerzas de seguridad. Es, por tanto, un acto de otros tiempos, de otras concepciones, muy lejanas a las que dicen ser hoy la bandera de Occidente, y en particular de España, que promociona en lugar del orden la voluntad del poder, arrastre las repercusiones que arrastre. De esta manera los protectores del orden se convierten en sus principales detractores, favoreciendo con su pésima actuación el desorden al que en teoría combaten.
Pero lo peor viene después, cuando cualquiera puede comprobar que lo sucedido no parece importar tanto como por principios democráticos debería. Una breve polémica se derrama en los medios de comunicación durante unos días para luego desaparecer hasta la siguiente ocasión, en la que vuelven a inundar las vías de presión y posteriormente retornan al olvido de un hecho de tamaña gravedad. En este país existe una preocupante tolerancia a medio plazo de ciertos hechos de relevancia que impactan de lleno contra los derechos democráticos del pueblo español; una tolerancia estridente en un principio y olvidadiza a la postre. Con más frecuencia de lo debido, la mentalidad española demuestra con su manera de reaccionar su tendencia a un peligroso sometimiento bajo las ocasionales tiranías del sistema que es, desde mi punto de vista, cuando menos preocupante. Aquella concede más importancia a la dureza del sonido del eco que a su duración, a la altura del breve enaltecimiento de los valores que para bien o para mal caracteriza a la gran mayoría de los habitantes de este país. Un país abarrotado de progresismo fatuo, sin fin específico, que vive por y para el impacto mediático que reporta beneficios meramente corporativos, capitaneado por una vaga insistencia en resolver con decidida definición todos los repuntes que algunas veces dejan en evidencia no solo el sistema sino también la voluntad de los ciudadanos, tal vez más oscura de lo esperado en el seno de una democracia del siglo XXI.