Opinión

Conmemoración de la Guerra de Vietnam: la banalización de la violencia

En milésimas de segundos, apenas en un pestañear de ojos, lo bastante enloquecedor para poner a toda una sociedad ante el espejo de lo más mortífero e inhumano y cambiar el curso de la Historia.
Realmente, es imposible relatar en su integridad la consternación del sinsentido y la ferocidad vivida en el conflicto belicista más largo del siglo XX y que puso fin a la fábula de invencibilidad de los Estados Unidos de América.
He aquí el rastro demoledor de la Guerra de Vietnam (1-XI-1955/30-IV-1975), también llamada Segunda Guerra de Indochina y conocida como la Guerra de Resistencia contra América, una complejidad de tales dimensiones, que pretendió imposibilitar la reunificación de Vietnam bajo un gobierno comunista.
Lo cierto es, que moralmente, EEUU jamás se sobrepuso a esta hostilidad, con los detalles de las contiendas, así como los cientos de ataúdes de soldados viniendo a su patria, causaron un gran impacto que fraccionó a la sociedad americana y sacudió un hormiguero de manifestaciones en las que intervinieron, entre otros, el escritor Norman Kingsley Mailer (1923-2007); o el pastor de la Iglesia bautista y activista Martín Luther King (1929-1968), o el cantante y Premio Nobel de Literatura Bob Dylan (1941-79 años).
Y como no, la terrible imagen de la niña de 9 años Phan Thi Kim Phuc (1963-57 años), quemada con una bomba de napalm que sería la insignia del movimiento que reivindicó la guerra. Más los millones de litros de agente naranja que se desperdigaron en los más de 30.000 núcleos ocupados, asolando selvas, arboledas y cultivos.
Se veía venir y un aparente desafío de Vietnam en el Golfo de Tonkín, encendería la mecha para que el trigésimo sexto presidente norteamericano Lyndon Baines Johnson (1908-1973), replicara con una irrupción militar el 7 de agosto de 1964. Así de sencillo, pero tan enredado, se daría paso a la derrota militar más estrepitosa y humillante que sostendrían los americanos de por vida, tras salir airosos junto a los aliados de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945).
En su tentativa de obstaculizar el avance del comunismo en Asia, la aspiración estratégica en la interposición americana, repentinamente se suplantó por el interés de la Administración de Johnson, por encubrir los infortunios digeridos en el campo de batalla. El mandatario y su secretario de Defensa, Robert Strange McNamara (1916-2009), afirmaban abiertamente que el triunfo estaba próximo; toda vez, que en lo privado, observaban lo inverso, como hicieron visible los documentos del Pentágono publicados por ‘The Washington Post’ y ‘The New York Times’.
Nada más tomar posesión en 1969, el trigésimo séptimo presidente Richard Milhous Nixon (1913-1994), entendió que ganar la guerra era improbable y consagró todos sus esfuerzos en salvar una retirada más que dolorosa.
Paulatinamente, la opinión pública estadounidense destapó el artificio y la incompetencia de continuar catapultando cientos de vidas a más de 15.000 kilómetros de distancia. Casi medio siglo más tarde, impresiona la insensibilidad con que los siguientes Gobiernos de EEUU llevaron a sus jóvenes al horror, a sabiendas que no serviría de nada. Era evidente la parálisis colectiva ante el panorama del ímpetu virulento y la marcha inclemente de la autocensura y censura a secas.
Con lo cual, el retrato belicoso pasaría a ser la máxima habitual, en una apreciación de la guerra. Esto conllevaría que los medios de comunicación no les interesara hacer que la urbe sintiera náuseas de las luchas encarnizadas y, mucho menos, la circulación de propaganda que rechazaba la continuidad de la incursión.
Según se hace constar en algunos informes secretos, la actuación norteamericana había surgido en las etapas en que Indochina todavía era colonia francesa, y después, en 1954, cuando Vietnam se desvinculó de Francia.
Vietnam quedó seccionado entre el Norte comunista, defendido por China y la ex Unión Soviética, y las fuerzas survietnamitas ayudadas por Estados Unidos, que desplegó en el Sur a más de medio millón de militares. La ofensiva del Tet (30/I-23/IX/1968) daría un vuelco decisivo en la campaña, cuando los norvietnamitas abordaron treinta y seis poblaciones de Vietnam del Sur.
Con anterioridad, los Acuerdos de Ginebra suscritos el 20 de julio de 1954, se infringieron por ambos bandos y tanto EEUU como la URSS, oficialmente llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y principales actores en este escenario, se valieron para respaldar a las partes indicadas con las que ideológicamente se identificaban.
El cariz de lo local a lo global se produjo con el rápido desarrollo de la conflagración. Para numerosos historiadores, esta fecha punteó el final del período francés de una prolongadísima pugna en el tiempo. Posteriormente, a pesar de los Acuerdos de París de 1973, el combate se eternizó hasta abril de 1975, cuando la tropas comunistas penetraron en Vietnam del Sur y ocuparon Saigón, localidad que pronto se llamaría Ho Chi Ming.
Cuarenta y cinco años han transcurrido de esta hecatombe y aún persisten los miles de vietnamitas que soportan los efectos de los bombardeos de napalm o gasolina gelatinosa; además, el sinnúmero de cuerpos de soldados estadounidenses que no se han localizado y Washington persiste en no admitir la compensación económica por los cuantiosos trastornos y perjuicios ocasionados a Vietnam.
En este choque infernal, concurrieron naciones como China a favor de los norvietnamitas y Corea, Filipinas, Australia y España, en el lado de Vietnam del Sur, que dejó 5.7 millones de víctimas.
Asimismo, conjeturó un deterioro medioambiental en Vietnam y en los Estados contiguos a la zona, fundamentalmente, Camboya, que se vio perjudicado por la intrusión militar de Estados Unidos y necesitaría dos décadas para emprender su reconstrucción.
En el orden mundial del momento, como ya se ha citado, el desliz estadunidense simbolizó un duro varapalo a su poderío hegemónico, del que con inmunidad alardeaba. China y la URSS salieron airosas, pero la consecuencia más indicadora de lo habido, definió el restablecimiento del propio Vietnam, que no le quedó otra que cobijar a los diversos grupos sociales y políticos en un único Estado, o lo que es lo mismo, poco más o menos, que 10 millones de refugiados.
Pero, ¿qué nos dejado el raciocinio de la mente humana en un túnel sin luz como el que se describe? Uno de los legados más ignominiosos de las acciones americanas, se llevaría a cabo entre los años 1961 y 1971 con el compuesto naranja, uno de los herbicidas y defoliantes como arma química. Las derivaciones que dan escalofríos a la hora de contextualizarlas, no pueden ser otras que más de 400.000 individuos asesinados o mutilados; 500.000 niños nacidos con deformaciones y hasta un millón de personas acabaron discapacitadas o con graves alteraciones en la salud.
A día de hoy, unos tres millones de vietnamitas, tanto adultos como menores, acarrean espantosas perturbaciones genéticas producidas por los agentes químicos.
Con estas connotaciones preliminares, el pueblo vietnamita con su victoria ante el colonialismo francés, estaba llamado a vivir en paz, libertad y unidad, pero el imperialismo estadounidense en base a ideas de superioridad y aplicando prácticas de dominación, impuso un régimen neocolonial condenando a Vietnam del Sur en su base militar, coartando la revolución y extendiendo en el Norte un cerco destructor.
Ciñéndome al lance en sí, no cabe duda, que la guerra es una materia de números y quien aglutine mayor cifras de finados, terminará declinando al contendiente.
Esencialmente, estas fueron las deducciones del Mando Conjunto del Ejército de EEUU, y la disposición que emplearon para confrontar un entorno agresivo y absolutamente contrario a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial.
En los prolegómenos de 1964 y hasta 1968, el comandante en Jefe de las tropas estadounidenses, general William Childs Westmoreland (1914-2005), expuso las directrices del drama tras la decisión de Johnson, de aumentar el refuerzo militar de Estados Unidos al Gobierno de Vietnam del Sur y encabezar, de facto, una guerra en el Sudeste Asiático.
Como es sabido, Vietnam había sido colonia francesa hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial, intervalo en el que se dedicó al reordenamiento para proclamar su Independencia junto a otras naciones de la región como Laos y Camboya. No obstante, en la nueva República cohabitaban dos ideales incompatibles: uno, de corte capitalista y otro comunista. Las divergencias eran de tal amplitud, que ni siquiera los pactos anteriores al retroceso de Francia de dicha franja, obtuvieron la estabilidad de los vietnamitas.
Como telón de fondo, todo se avivó el 12 de agosto de 1964 con un episodio desembocado en el Golfo de Tonkín, entre dos lanchas lanzatorpedos norvietnamitas y el destructor americano USS Maddox (DD-731) de la clase Allen M. Summer.
El Pentágono compuso un discurso que lo consideró de provocación y que interesó al presidente para fundamentar la guerra inevitable entre el Norte comunista y la Junta Militar del Sur, con el desenlace de una escalada bélica desde la victoria sobre Alemania y Japón en 1945. Inmediatamente, Johnson ratificó en el Congreso la asignada Resolución de Tonkín, que desencadenaría en un abismo de prácticamente diez años y encarnó el fracaso norteamericano más peyorativo.
Esta Resolución autorizaba al presidente a la movilización del Ejército; si bien, por razones políticas, de ningún modo se declaró explícitamente la guerra.
De manera, que Estados Unidos únicamente amparaba a Vietnam del Sur, en contraposición a los comunistas de Hó Chí Minh (1890-1969) del Norte y, por tanto, en su empeño no estaba la recuperación del terreno y franquear el paralelo 17º por el que el país había quedado fragmentado desde la Guerra de Indochina.
De hecho, los norteamericanos no podían entrar en la superficie enemiga, porque se exponían a una confrontación directa con China o la URSS, que alentaban de forma indirecta al régimen de Hó Chí Minh.
Por ende, no se maniobró una ofensiva convencional trabada en la amortización de espacios al enemigo para desalojarlo; sino más bien, era un argumento de desgaste humano. La táctica de Westmoreland gravitó en desbaratar al ‘Viet Cong’, la guerrilla comunista survietnamita infiltrada y el ‘NVA’, el Ejército de Vietnam del Norte, para que la población se decantara por el Gobierno de Vietnam del Sur y la intimidación comunista se contuviera.
La realidad patética es que del extendido derrotismo sobre el procedimiento militar de Vietnam, el Ejército se atinó en lo primero: EEUU resultó ser claramente arrollador en la descriptiva de fallecidos, pero, sin reservas, erró en lo segundo.
Opuestamente, los comunistas cobraron más apoyo en el Sur durante el desenvolvimiento de la acción, una verdad que verificó la Agencia Central de Inteligencia, pero que el Ejército siempre desmintió. Prefiriendo limitar su éxito en cuanto a los daños del adversario, que con respecto a los propios.
El denominado ‘Kill Ratio’, es otro de los puntos cardinales del momento que depuró la Sede del Departamento de Defensa, para persuadir a la ciudadanía que el conflicto iba por buen camino. Si la estrategia desde el plan técnico era atrevida, implacable y poco realizable, el fin perseguido para llevarla a término resultó ser un auténtico tormento: había que descubrir en la jungla a un contrincante demasiado habilidoso.
Las lecciones aprendidas en el Pacífico, donde habían sostenido los avatares de la selva con un rival incógnito y enmascarado, las muchas artimañas contrarias y el aguante enérgico de los nipones, no valían. A la sazón, los americanos pugnaban por una empresa indiscutible: no conceder ninguna isla, recuperar territorio, expulsar a los japoneses y progresar.
Propósitos que, poco a poco, con sangre, sudor y lágrimas atraparon.
En cambio, en Vietnam cualquier intención tendía a eclipsarse: no se prosperaba ni se reculaba, se guerreaba a ciegas en la espesura agreste, poblado a poblado y sin ser bien acogidos por la población. De golpe, la susceptibilidad era recíproca con las provocaciones y venganzas.
Para activar su estratagema, Westmoreland tiró de la maestría aérea con la Operación ‘Rolling Thunder’ (2-III-1965/1-XI-1968). La aviación trituró sistemáticamente a los más desguarnecidos de Vietnam del Norte, sin disminuir ni un ápice su capacidad destructiva. Para ello, se valió de las bombas incendiarias utilizadas en la Segunda Guerra Mundial, pero ahora desarrolladas con toneladas de napalm B: un material superinflamable que lo absorbía todo tras su deflagración y las llamas arrasaban lo que encontraba en su trayectoria.
Desgraciadamente, el napalm era más eficaz en la ‘Guerra de Desgaste’ que las bombas convencionales para asolar los refugios, galerías y la red de trincheras sepultadas en el terreno y desmoronar psicológicamente las mentes. Aunque Westmoreland, seguía enfrascado en el sombrío intercambio de restos mortales, que le era más beneficioso; sin obviar, que comenzaba a tener más trascendencia en EEUU que en Vietnam.
Aquella aniquilación planeada con meticulosidad se dispuso para derrocar a los comunistas. Al otro lado del Atlántico, este contexto era insostenible, aun estimando la diferencia de bajas entre los contendientes.
Queda claro, que la democracia norteamericana no podía consentir aquella destrucción; en la otra cara, el régimen de Hó Chí Minh se agarró a una guerra de liberación nacional con un invasor extranjero incuestionable. Si la conceptualización operó con los galos en la Guerra de Indochina, igualmente lo causó con los americanos.
Lo que acontecería es grandilocuente: el desastre concluyó con niveles en sangre desmedidos, el precio en vidas eran incalculables, la influencia de Estados Unidos sufrió un duro revés y una cresta de abatimiento y degradación se alojó en la sociedad americana que tardaría en abandonar por generaciones.

Llegado a este tramo de la disertación, sucintamente hay que referirse a consecuencias cualitativas y cuantitativas de distinto calado, pero no exclusivamente directas por la influencia de la guerra, sino incluso de vaivenes sociales que perturbaron tanto al área donde se desenvolvió la lucha, como a EEUU que intervino de lleno.
Primero, se considera que perecieron alrededor de 1.200.000 soldados de Estados Unidos, Vietnam y otras demarcaciones como Corea del Sur. Millares de combatientes padecieron importantes secuelas y quedaron parapléjicos, con incapacidades o serias anomalías mentales.
Segundo, los bienes tangibles que antes existían en Vietnam del Norte, se destruyeron por valor equivalente al 70% de su infraestructura industrial y de transportes: aproximadamente, unas 3.000 escuelas, 15 centros universitarios y 10 hospitales. Mismamente, entre 1975 y 1989, respectivamente, más de un millón de personas abandonaron Vietnam del Sur.
Tercero, en Estados Unidos se originó el conocido ‘síndrome de Vietnam’, por el que el país malogró el espíritu de nación unida y triunfante, provocando una tendencia pacifista que polarizó a los estadounidenses. Sin inmiscuirse, que, por vez primera en la historia, esta conflagración se trasmitió por televisión, otorgándosele muchísima importancia en los medios de comunicación de masas.
Y cuarto, EEUU, recurrió a un elemento herbicida para arrasar amplias extensiones de bosque, por lo que la repercusión medioambiental fue gigantesca. Perjudicando a la población local y soldados con terribles efectos secundarios. Actualmente, permanece una prolongación de sectores minados, lo que daña categóricamente las actividades económicas y técnicas relacionadas con el tratamiento del suelo y el cultivo de la tierra para la producción de alimentos.
En consecuencia, los ecos grandilocuentes que el presidente Johnson tomó por incrementar la guerra, todavía hostigan a algunos de los 2.6 millones de hombres y mujeres estadounidenses que contribuyeron en la deriva delirante de Vietnam.
El tiempo consumido desde que se desplomaran los primeros proyectiles de la Operación ‘Rolling Thunder’, sigue empecinadamente sin resolverse: el día 30 de abril de 1975, quedaría marcado como una de las otras tantas páginas del frontispicio de la guerra más diabólica, con el ingreso en medio del caos de un tanque norvietnamita en el palacio presidencial de Saigón, que se convertiría en la rúbrica del descalabro americano, en su intento terco y desproporcionado de reunificar Vietnam en una sola nación.
Entretanto, en el tejado de la embajada de EEUU, apresuradamente los helicópteros evacuaban a los últimos diplomáticos.

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