Vi la jugada aunque tuve que tirar de mis neuronas. Se me salían las ideas y no podía dejarlas ir. Me faltaba el oxígeno, pero primero es mi seguridad y la de todos. Me hacía enturbiarme la vista; me paralizaba parte del cerebro. Pero ese instante fue compensado con una buena jugada. No podía creerlo había hecho una nueva genialidad. Para eso he dedicado muchos momentos: en estudiar esas aperturas, esas variantes de la misma jugada, esa respuesta que me puede hacer, eso que debo de intentar.
Pero este deporte no es pura suerte: es un compendio de muchos factores: jugar bien, hacer las mejores jugadas sobre los 64 recuadros, mitad blancos y mitad negros, decidir el instante para lanzar las fuerzas invasoras, no temblar nuestras manos, para no dar señales de debilidad, y sobre todo castigar los errores de nuestro adversario. Y dirán, si han estudiado tanto, ¿cómo pueden tener esa sutileza de cometer una imperfección?. Pues puede haberla.
Influyen muchos factores: la presión, el tiempo, la falta de concentración o no fijarse en el pequeño resquicio que ha tenido al efectuar el movimiento.
Los nenes tocan todas las piezas al principio. Son corregidos una y mil veces a no hacerlo, hasta que se consigue. Es una de las ventajas de jugar al ajedrez: que enseña a ser paciente, escudriñar todas las posibilidades antes de tomar una decisión para mover, estar en silencio durante mucho tiempo y sobre todo una educación ante nuestro oponente.
Las piezas parecen que tienen vida propia y nos invitan a ser partícipe de la batalla, mas tienen que aguardar el tiempo necesario y el instante para ser requeridas y participar en el asedio o la defensa de la pieza más preciada. Es al rey el que hay que mimar: dSi lo matan se acaba el macht.
Ante esta amenaza hay que mimarlo, buscar las artimañas para que no puedan encontrarlo, darle esa seguridad.
Para ello debemos de encontrar ese lugar, ese fortín que sea inexpugnable.
Los que tenemos un poco de idea de este juego buscamos el enroque que sirve para dar un lugar seguro a nuestro rey y activar una pieza pesada, la torre.
Después de la apertura está el medio juego, que aparece la inteligencia y las tácticas de nuestros adversarios. Y como plato fuerte las finales, donde nos jugamos todo. Es la guinda del pastel. Si no somos capaces de culminar un mate todo lo que hemos hecho y sufrido durante las jugadas anteriores no ha valido para nada.
Pero solo queda una cosa. Pensar que ganar o perder no lo es todo: siempre habrá una nueva partida, una nueva oportunidad para hacer lo que más nos gusta a los ajedrecistas. Jugar una nueva confrontación presencial o en online. Lo esencial es jugar y hacer mover a nuestra inteligencia.
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