Venimos de la reciente celebración del Día de la Tierra, paradójicamente permaneciendo confinados y sin poder vivir o deleitarnos con su naturaleza, con su medio ambiente. Medio ambiente que nos está mostrando dos caras de la misma moneda. Una es la evidencia de que nuestra reclusión ha reducido el tráfico terrestre y aéreo y ha reducido en consecuencia la contaminación. Teniendo una naturaleza más limpia. Y otra, el hecho de que los altos niveles de contaminación parecen tener una gran contribución a los fallecimientos por Covid-19, según investigaciones ya realizadas (Martin-Luther University Halle-Wittenberg de Alemania). Los análisis de estas investigaciones muestran que en el territorio de 66 regiones entre Alemania, Francia, Italia y España, el 78% de los fallecimientos han ocurrido en las 5 regiones con más contaminación y poco movimiento o renovación del aire. Una de ellas es Madrid, y las cuatro restantes se sitúan en el norte de Italia.
Y es fácilmente comprensible. Si envenenamos nuestro ambiente, o si hacemos vida en un hábitat con un alto nivel de polución, envenenamos nuestro cuerpo. Y, ese sistema respiratorio que ha sido alcanzado, a largo plazo, por el NO2 (dióxido de nitrógeno), va a tener menos habilidad en defenderse frente a la invasión del coronavirus. Es una evidencia de lo fuera de guardia que estamos frente a brotes víricos como el que tenemos, junto con el muy posible error del régimen de Xi JinPing de haber estado inicialmente fuera de control y presuntamente no ofrecer la información y los datos reales.
Es una evidencia que seguiremos fuera de guardia, sin son los intereses políticos (de turno) los que prevalecen, y estos intereses no están con los pies en la tierra. Y no lo están tampoco, si como está sucediendo, la Tierra es una suma de fragmentaciones. Ello lo demuestra la manera de hacer frente a la pandemia. Donde cada país se maneja a su manera, sin una coordinación internacional. Por ello, la gestión por parte de la OMS (Organización Mundial de la Salud), deja que desear. Y en ese balance que vendrá más adelante, China parece ser que ha influenciado de alguna manera en esta gestión, consiguiendo retrasar cierto conocimiento sobre la transmisión del virus. Pero a pesar de ello, a China le ha venido encima lo que pretendía evitar: su economía, la segunda más grande del mundo, ha sufrido su peor contracción económica, un 6.8%, desde 1976. Y además la propagación del virus a Europa y Estados Unidos ha reducido la demanda de productos chinos, provocando el cierre de fábricas y despidos.
Y en la misma línea pero por caminos diferentes al de una solución global, la primera economía del mundo, vuelve su espalda a la cooperación internacional. Con la acción de Donald Trump (o America first) de prohibir a las empresas exportar material médico esencial. Poniendo en peligro la acción humanitaria en países necesitados. Pero además, Trump, cubriendo sus propios errores, frente a las consecuencias económicas que vienen y en campaña presidencial hasta noviembre, suspende la contribución económica a la OMS. Que en 2019 fue de unos 500 millones de dólares. Y aquí, está claro que la gestión de la OMS es reprochable. Pero por ello más que minimizarla habría que exigirle más, en favor de una real y efectiva coordinación internacional. Y en favor de una mundialización de la salud, evitando la fragmentación que está ocurriendo, donde cada país hace de la pandemia una epidemia nacional.
En nuestro país, el debate sobre si la información y los datos ofrecidos acerca de nuestra epidemia nacional son fidedignos, está teniendo una gran ferocidad. Y vuelve la misma cuestión: si en ello son los intereses políticos los que prevalecen, o si se ha estado con los pies en la tierra. En cualquier caso, el 88% (según el CIS) de los españoles quieren que los políticos dejen a un lado sus diferencias. Pero las heridas morales y sicológicas que está dejando este grave episodio nacional, necesitan con urgencia la verdad completa.
La verdad completa, y no a medias, de éste y de otros dos escenarios más. Uno el escenario europeo, donde la respuesta al virus ha estado marcada por la confusión y la desunión. Y otro el alocado escenario oportunista y demoledor del separatismo catalán. Calificando al Estado español como “desesperadamente ineficiente” (Ori0l Junqueras) y ofreciendo la visión o el ensueño (Quim Torra) de que una Cataluña independiente hubiese manejado mejor la crisis sanitaria.
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