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“Con la crisis los destinos españoles han perdido atractivo para los inmigrantes”

Inmigración y crisis económica son claves de actual debate que los profesores Arón Cohen y Mohamed Berriane han analizado en su libro ‘De Marruecos a Andalucía: Migración y espacio social’. El libro, editado por la Universidad de Granada, en colaboración con el Instituto de Estadística y Cartografía de la Junta de Andalucía, es el resultado de una investigación en la que se ha rastreado los procesos de migración desde la doble óptica de Andalucía y Marruecos. ‘El Faro’ ha hablado con uno de los autores para ahondar en las relaciones económico-migratorias y ofrecer ese otro punto de vista de una realidad que influye directamente en el país.
–¿Cuáles son las conclusiones de su trabajo y por qué se han detenido en este tipo de investigación, qué finalidad persiguieron con su trabajo?
–Quizás convenga empezar por la segunda parte de su pregunta. Uno de los rasgos más característicos de nuestra investigación es su propósito de superar la fragmentación habitual de los puntos de mira en los estudios de las migraciones en general, y en particular de las internacionales: de un lado suele estudiarse la inmigración, del otro la emigración, como si fueran procesos inconexos. De este modo se vela una parte importante de la realidad y nos encerramos en un conocimiento y una comprensión bastante incompletos de los procesos sociales que son las migraciones. Nuestra investigación es fruto de una colaboración estrecha y continuada, durante más de cinco años, entre dos equipos: uno andaluz, integrado por investigadores de las universidades de Granada, Almería y Málaga, y otro marroquí, coordinado desde la Universidad de Rabat y en el que han participado también colegas de media docena de universidades de Marruecos.
Unos y otros hemos querido abordar el estudio del mismo fenómeno migratorio incorporando plenamente en nuestro objetivo común su “otro lado”. Sintetizando mucho, nos interesaba precisar lo que hay de específico en estos flujos con respecto a los que en los años 50 a 70 del siglo pasado se dirigieron desde Marruecos (pero también desde nuestro país, entre otros) a otros destinos en Europa.
Para no extenderme en exceso, puedo mencionarle rápidamente algunos de nuestros resultados: la diversidad de las procedencias geográficas de los migrantes, dentro de un notable predominio de los de origen urbano; la relativa diversificación de los orígenes sociales de una migración que, por sus proyectos y sus tipos de inserción en Andalucía, es muy mayoritariamente económica y de trabajo; el predominio de los varones en edades activas, pero con un crecimiento de las migraciones femeninas, mayoritariamente en virtud de procesos de reagrupación familiar que, en sí mismos, resultan significativos: por lo que tienen de afianzamiento de los inmigrados en sus destinos, antes que nada en su estatus administrativo, que en el periodo observado era muy generalizadamente regular, gracias en gran medida a los procesos de regularización de los años 2000, 2001 y 2005. Éstos son sólo algunos ejemplos.
–¿Qué vinculaciones sacan entre la crisis económica actual y la inmigración?
–Vaya por delante que nuestro plan de trabajo se realizó entre finales de 2005 y comienzos de 2006. Por lo tanto, la “crisis” no podía figurar entre nuestros objetivos de estudio. El nuevo clima económico se puso de manifiesto cuando estábamos abordando la última fase de encuesta a inmigrados en Andalucía (finales de 2008) y durante parte de la campaña de entrevistas tanto en Andalucía como en Marruecos, que nos tomó todavía varios meses de 2009. El primer efecto claro de la crisis por lo que respecta a la inmigración ha sido el fuerte aumento del paro entre los inmigrados, que se podía advertir ya en los últimos meses de 2008. Las posibilidades de promoción laboral que habían existido, aunque limitadamente, por ejemplo, mediante el paso del trabajo a jornal en la agricultura a un empleo en la construcción, se cortaron drásticamente con la caída de actividad en este sector. Algunos de los que habían salido de la agricultura tuvieron que volver a buscar sustento en ella. Otros han tenido que emprender nuevos desplazamientos, aunque los “retornos” a Marruecos que registramos son muy moderados, y lo mismo puede decirse en general de las salidas de España hacia otros destinos. Por otra parte, la estadística general de inmigraciones de marroquíes a España acusó un importante frenazo en 2009.
–¿Cobra mayor presencia España como lugar de asentamiento de los marroquíes en detrimento de Francia o Alemania?, si es así, ¿se debería ese cambio a la crisis?
–No, justamente el auge de los nuevos destinos de la emigración marroquí, como España e Italia, es bastante anterior a esta crisis. Fundamentalmente, se escalona a partir de los pasados años 80, prolongándose a lo largo de las dos décadas siguientes, hasta el cambio que le he comentado después de 2008. España se convirtió en el principal destino de esta emigración entre la segunda mitad de los 90 y 2008. Dicho esto, Francia sigue siendo el país que cuenta con mayor número de inmigrados procedentes de Marruecos.
La inmigración a España es inseparable del crecimiento que la economía española conoció entre la segunda mitad de los años 90 y 2007, un crecimiento en algunas de cuyas componentes los trabajadores inmigrados en general han contribuido en no poca medida. Otros motivos de esta inmigración son las mayores dificultades de los migrantes para acceder a los destinos tradicionales y la ventaja que representa para ellos la cercanía entre España y Marruecos. Naturalmente, con la crisis, los destinos españoles han perdido atractivo para los posibles candidatos a emigrar.
–¿Qué beneficios obtiene Marruecos de esa inmigración, puede influir la crisis en un retroceso para un país que tiene puestas expectativas en ella?
–En general, para un país emisor, la emigración supone ventajas y desventajas. Entre las primeras están las remesas enviadas por los emigrados. En España sabemos lo que esto significa, como país que ha dado tantos emigrantes. La emigración marroquí a España no es una excepción. Las estadísticas marroquíes confirman el crecimiento de la posición de España como país de procedencia de estas remesas, hasta 2007, en que se situaron en segundo lugar detrás de las enviadas desde Francia. Desde el año siguiente las remesas de procedencia española perdieron fuelle, retrocediendo a la tercera posición, en lo que parece un efecto del empeoramiento de la situación del empleo en España. La encuesta que hemos hecho en Andalucía muestra estas mismas tendencias: una parte considerable de los inmigrados realizan transferencias a Marruecos, pero su proporción cayó en 2008 con respecto a los dos años anteriores. Los destinatarios de estas remesas suelen ser los familiares próximos, y por lo general han ayudado a sus economías o se han aplicado a inversiones modestas, aunque apreciadas por las familias. Pero no hay que olvidar que a veces las ayudas se realizan en sentido contrario: particularmente cuando las familias han contribuido a sufragar el desplazamiento del migrante.
En todo caso, las estrecheces financieras de los emigrados y la interrupción o el descenso de las remesas repercuten en la percepción de la emigración que tienen sus familias en Marruecos, que se hace menos favorable, como han observado nuestros colegas marroquíes.
En el otro lado de la balanza, hay que tener en cuenta la extensión de la emigración, que se produjo en Marruecos a lo largo de dos décadas, a segmentos de población joven con estudios, a veces incluso superiores, y lo que esto puede representar para un país con importantes desafíos de desarrollo socioeconómico.
–¿Está España asimilando la inmigración que llega o se está estilando la mera creación de guetos?
–Lo que solemos llamar “integración” es otro desafío, en este caso en el país receptor, y no sólo para los inmigrantes. Sin duda, hay dos características del fenómeno de la inmigración que agrandan este reto en el caso de España: su carácter relativamente  reciente todavía, y la rapidez de su aceleración en un intervalo de tiempo bastante corto, sobre todo de 1999 a 2008. Dicho esto, hay inmigrados que ya acumulan bastantes años de presencia en España, familias muy asentadas, niños y jóvenes cuya socialización se ha hecho completamente en España. El estudio que hemos hecho en Andalucía muestra que la permanencia de los inmigrados marroquíes es claramente mayoritaria en todos los municipios estudiados, aunque no en la misma medida. Esa permanencia hace que su presencia sea ahora un hecho habitual para buena parte de sus vecinos. Lo que no excluye, por desgracia, situaciones no infrecuentes de segregación social y residencial. Digamos que el tiempo juega a favor de una integración, si se dan las condiciones (administrativas, laborales, residenciales, educativas) necesarias, y que de éstas depende, a su vez, el grado de permanencia de los inmigrados.
–¿Se beneficia actualmente España de los inmigrantes en un periodo de crisis económica?, ¿qué repercusiones tiene esto en su economía?  
–Cuando se trata de crisis e inmigración conviene no quedarse en algunas simplificaciones que suelen ser comunes. La crisis está afectando con fuerza a capas extensas de nuestra sociedad. Además del aumento del paro y de medidas como las que se están aplicando sobre los salarios o las pensiones, no hay que olvidar el reforzamiento de los procesos de desregulación de los mercados de trabajo (de derecho y de hecho) y, como consecuencia de ello, la  precarización cada vez mayor del trabajo (no sólo el de los inmigrantes). Hay mercados de trabajo que han absorbido mucha mano de obra inmigrada y que se caracterizan, entre otras cosas, por una gran discontinuidad de la oferta de empleo, con variaciones fuertes y repetidas en sus necesidades de trabajadores. La crisis no cambia esta característica, si no es por la presión que añade sobre empresas endeudadas y sobre trabajadores fragilizados. En medio de un clima cargado de retrocesos sociales, es importante que todo ello no conduzca a desandar los pasos que tan modesta y trabajosamente se han dado en el sentido de una mejor integración de los inmigrados, lo que impulsaría su “reclandestinización”. Muchos inmigrados sufrirían sus secuelas, pero no serían ellos los únicos perjudicados.

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