Aveces me resulta complicado encontrar una razón que motive la escritura de “la senda nuestra de cada Martes”, pues se comentan tanto las noticias en los diferentes medios de comunicación, que difícilmente puedo hallar algún motivo novedoso que justifique este espacio. En esa tesitura me enfrento con la nítida pantalla del ordenador, que sólo me ofrece su disco duro con un archivo de fotografías, algunas tomadas recientemente durante mi breve estancia en el Campo de Gibraltar.
Repasándolas me encuentro con la que ilustra este comentario, tomada en Algeciras. Se trata del rótulo comercial de una joyería, en la que sobre un fondo áureo campea un anuncio: COMPRO ORO, con destacadas letras en negro. No es ésta la única joyería española –algecireña en este caso- que en lugar de promover la venta de tan preciado metal, se ofrece para adquirirlo, lo que demuestra que tal negocio está tomando viejas vías de desarrollo. Recuerdo que esta práctica, quizá sorpresiva para las nuevas generaciones, era habitual en el Madrid de antes y después de la guerra civil, en las que la penuria y la miseria hacían necesaria la existencia de prestamistas, usureros y montes de piedad –que el progreso transformó en Cajas de Ahorro-, en un intento de “ayudar” a los pobres a “salvar las joyas”, que muchas veces terminaban en manos de quienes las vendieron. A mi me resulta difícil olvidar la penosa presencia en las calles madrileñas de aquellos “hombres anuncio”, encajonados, entre pecho y espalda, entre carteles dedicados a la promoción de dicha venta.
Vuelven los viejos tiempos, que no fueron, precisamente, los mejores. Aunque en principio el fenómeno pudiera parecer anecdótico, no es más que uno de los muchos que, día a día, ponen de relieve la grave crisis económica en que nos hallamos sumidos, crisis que algunos no quieren aceptar basándose –por ejemplo- en el alegre y desaforado bullicio de los ochenta mil españolitos que atronaron con sus voces los estadios de fútbol de Madrid y Barcelona, tras largos, sufridos y costosos viajes, o quienes no encuentran mesa en la terraza de un bar. ¿Crisis?... ¿Dónde está la crisis?...
La crisis, que anduvo escondida durante un par de años tras la careta traslúcida de quienes nos gobiernan, aparece –al fin- como una realidad cruda y descarnada, en forma de subidas de impuestos y reducciones salariales a los funcionarios, a los pensionistas, a los más débiles. Sus efectos empezaran a sentirse con intensidad dentro de unas semanas, cuando el ingreso bancario mensual de cada currante haya sufrido el anunciado recorte –despiadado y necesario-, cuando el pensionista “congelado” sufra la subida de la cesta de la compra a causa del aumento del IVA, cuando los ayuntamientos dejen de pagar las nóminas por no poder recurrir al crédito bancario, o cuando el Banco de España, por ejemplo, se desprenda de esos iniciales 550 millones de euros que serán necesarios para salvar de la quema a los clientes de Caja Sur, entidad que en sus inicios, allá por el año 1886 fue reconocida como Institución Benéfico Social, con el nombre de Monte de Piedad de Córdoba, y que con el tiempo se convirtió en un negocio bancario más, en el que reinaron las mismas alegrías, abusos y negligencias que en el resto de los de su género. ¡Qué ironía!...
Vuelven los viejos tiempos. Y el sueño de encontrar un trabajo aparece ya como una entelequia. Ni siquiera los funcionarios del Estado, máxima aspiración de muchos, podrán vivir tranquilos al saber que sus derechos salariales pueden ser recortados, en cualquier momento, con toda inmunidad. Se hace patente la mentira del mundo virtual en que hemos estado viviendo durante las dos últimas décadas. La mediocridad y la pobreza volverán a adueñarse de la humanidad, ante la indiferencia de unos pocos, desconocidos, ignotos, que manejan los hilos de tanto despropósito.