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Compasión de Jesús por el desamparado

Siempre que hablo con Myriam nos ponemos a recordar muchas vivencias del pasado.

Hace unos días me contaba que a la casa donde vive, de su propiedad, le van a aumentar dos pisos y pondrán ascensor. Van a aumentarles tres habitaciones a cada piso, una de ellas blindada. Imagino que cogerán los metros cuadrados del jardín interior común a todas las viviendas, al estilo de las casas americanas, que fueron su modelo. Las gentes se han hecho mayores y les resultaría muy difícil bajar al refugio en caso de emergencia. Ella pensaba mudarse más al centro, pero esta solución le atrae mucho. Mientras hacen la obra todos los vecinos van a ser trasladados a un hotel, para mayor comodidad. Quieren tener contenta a la población, que no se desespere en determinadas circunstancias de conflicto.
Allí no es como aquí, le decía yo, que con tanta corrupción el dinero estatal, que podría servir para el bienestar de la ciudadanía,  pasa en muchos casos a manos particulares, por lo que aquella situación, aquí no ocurre nunca. En los años sesenta , cuando llegaron a Israel los últimos inmigrantes, olejadash, de todas partes del mundo, lo primero que hicieron fue entregarles una vivienda, que irían pagando poco a poco con su trabajo. Aquella zona había sido de huertos. Ella solía dar paseos con sus pequeños subiendo hacia los terrenos agrícolas de más arriba, donde contemplaba árboles frutales y plantas medicinales. Una tarde de verano, paseando por aquel lugar, los niños tuvieron sed y la botellita del agua se les había agotado. Miró a su alrededor y vio una casa de campo en la inmensidad. Llamó a la puerta y le abrió una joven morena, con una trenza muy larga y unos ojos sonrientes, brillantes que la miraban con atención. Llevaba un típico traje oriental, largo y con ornamentos coloridos y brillantes. “Le pedí el agua; ella me obligó a entrar y no pude resistirme. Pasé primero a un patio bien cuidado, que me recordó a los patios andaluces llenos de flores, herencia del pasado sirio. Luego, a un salón con un jardín al fondo, paradisíaco, que me daba la sensación de estar en los jardines de Damasco. Perdí la noción de la realidad. Estaba muda. A continuación, salieron cuatro jóvenes vestidas con la misma usanza que le primera, sonrientes todas. Enseguida me trajeron una gran bandeja de plata, con dátiles, almendras, nueces, plátanos… Y en la jarra de barro, el agua fresquita que les pedí. Como es la costumbre de este pueblo, me preguntaron por mi vida: de dónde era, si guardaba el casher, o si en mi país había muchas sinagogas. Les contesté como pude, pues aún no dominaba el idioma y confundía el masculino con el femenino. Cuando me marchaba, pedían que volviese otra vez. Gente entrañable que nunca olvidaré. Eran taimaníes, de Abisinia, en el cuerno de África, que llegaron a Israel para repoblar el Estado. Al principio vivían en tiendas de campaña en aquellos terrenos baldíos, que los convirtieron en vergeles. Cumplían con el mandato bíblico “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Ya, en todos los alrededores han construido pisos, que han albergado a tantas familias establecidas en la zona….
Jesús va caminando con los Suyos por la llanura de Esdrelón, al norte de Israel. Es otoño: llueve, hace frío y viento, propio de la época. El trabajo de los campesinos es ahora muy duro, pues hay que tirar del arado con la fuerza de los brazos. Van once discípulos, porque Iscariote aún no ha aparecido y los pastores ya se marcharon. Pedro Pregunta si serán esos los campesinos de Doras, el fariseo. Simón Zelote le dice que no, pues todavía no han llegado a sus lindes. Por allí están sentados cuatro campesinos flacos, que respiran fatigosamente. Los discípulos preguntan si son de Doras. Ellos responden que son de Yocana, un pariente de Doras. Los campesinos a su vez, quieren saber quiénes son ellos y de dónde vienen. “Somos de Jesús de Nazaret, el Mesías de Dios”. Cuando se enteran que Aquel Joven alto y rubio, vestido de túnica granate es el Rabbí, se emocionan, pues han oído hablar de Él y de los milagros que hace.  Jesús se les acerca sonriente y se compadece de ellos. Son auténticos esclavos, al que se les apalea si no trabajan lo suficiente. Los pobres infelices están atemorizados ante el Rabbí, y se echan al suelo adorándolo. “La paz a todos los que Me desean y Yo los amo como un amigo”. Les pide Jesús que se levanten y les pregunta quiénes son. Ellos no se atreven a levantar la cara del suelo, están de rodillas y mudos. Pedro dice que quieren hablar al Maestro, pero temen ser apaleados, si se entera Yocana. Dicen que el pastor Jonás les habló del Mesías y de Su Nacimiento. “Los ángeles cantaron paz a los buenos cuando Tú llegaste”. Y ahora has venido a encontrar a Tus pastores”. Los pobrecillos se quejan de que nadie les ama, pero Jesús los conforta y Les dice:”Yo os amo y sé que sufrís mucho”.-“ Aunque los de Doras están peor; apenas descansan y no tienen qué comer”, afirman ellos. Pedro, tan impulsivo y tan bueno, decide que va a arar la tierra con Juan, Andrés y Santiago, para que ellos puedan escuchar a Jesús con tranquilidad. Los campesinos preguntan al Señor que si Sus discípulos son tan buenos y humildes  porque Él los ha enseñado. “La bondad existía en ellos, y ahora florece bien al tener Quien cuide de ellos. Porque quien ama a Dios y al prójimo, tiene todas las virtudes y conquista el Cielo”.
Los pobres se lamentan por no tener tiempo de orar, ni ir al Templo. Y ni siquiera, levantan la cabeza del surco. Pero no reprochan a Dios por estar exhaustos. “Y cuando nos acostamos, sólo podemos decir “Bendito seas, Señor. También hoy hemos vivido sin cometer pecado”. Sólo nos dan pan y hierbas cocidas sin aceite”. Jesús los alienta y les dice que el Dios de Abraham sonríe al ver sus corazones, y no muestra Su Rostro benigno a los que van al Templo, oran con mentiras y no aman al prójimo. “Sí, Señor.
Pero entre ellos se hacen regalos y se aman. A nosotros no, porque somos pobres. Será así lo justo”. El Rabbí les explica que para Dios no es justo. No porque sean ricos y poderosos, sino que amen a Dios y a sus semejantes ;  sean ricos, pobres, famosos, sin cultura, buenos, e incluso, malvados, pues a estos también hay que amarles. El Reino de los Cielos será para los que honran al Señor en verdad y justicia; los que hayan amado a sus padres y a su familia, con respeto; los que no roben; los que hayan dado lo justo a sus siervos, y querido para sí lo justo también; los que no hayan destruido la reputación de otras personas; los que no sientan deseos de matar, aunque los otros sean crueles y desprecien al prójimo; los que no hayan jurado en falso, mintiendo y perjudicando a otros; los que no hayan cometido adulterio, o cualquier otro vicio carnal; los que son mansos, aceptan su suerte y no envidian  lo que otros tienen. El mendigo puede ser rey del Cielo y el tetrarca puede ser menos que nada;  si obra contra la Ley Eterna del Decálogo, será pasto del infierno”.
Termina de hablar Jesús, todos están con la boca abierta al oír Sus enseñanzas. Pedro, Andrés, Juan y Santiago están trabajando aún en el campo, pero divertidos al oír las ocurrencias de Pedro. Y los pobres campesinos alaban a Jesús: “Jonás decía que Tú eras Santo, y es verdad”. El Maestro pregunta por Jonás, pues dicen que está muy enfermo, no se tiene en pie, reventado de tanto trabajo. Le indican dónde puede estar el pastor.
Jesús se entera que Doras tuvo una cosecha milagrosa, pero le propinó una paliza a Jonás hasta casi matarlo, porque dijo que años atrás había sido un flojo, ya que las cosechas fueron inferiores. Mateo afirma que ese Doras es una fiera. Los campesinos sólo tienen pan negro para comer, por lo que Jesús les da toda la comida que llevan. Cuando los hombres se enteran que Jesús va a visitar al fariseo, Le previenen para que tenga cuidado, pues es como si una oveja se metiese en la cueva de un lobo. “No tengáis miedo, no Me pasará nada”. Ellos piden a Jesús que vuelva otra vez por allí. El Maestro les promete que lo hará. Mientras van a un manzano que señala ya los campos de Doras, Pedro manifiesta su alegría, porque han adelantado mucho el trabajo de los campesinos, pero al ver a ver a estos nuevos trabajadores arando la tierra, encorvados y sudorosos, se ponen todos muy tristes. Preguntan por Jonás, pues no se ve entre ellos. “Estuvo más de dos horas trabajando con nosotros, pero después cayó como muerto. ¡Pobre Jonás! No volveremos a tener un amigo tan bueno”.  
El Rabbí  tiene prisa, quiere ver a Su amigo que sufre mucho, para aliviarlo. Les dice a todos que irá a Doras como si no supiera nada de las circunstancias del pastor, para que el amo no se enfurezca, y las pague con los siervos. “¡Es un chacal!”, vuelve a intervenir Pedro. Entre los árboles frutales, sin frutas ya, en medio de la campiña, se distingue la casa del fariseo.
Pedro y Simón se han adelantado para avisar  que ya han llegado. Doras les sale al encuentro aparentando ser buen anfitrión. Es un viejo con aspecto desagradable, sonrisa falsa y gesto duro. “¡Salud, Jesús!”. El Maestro le responde: “también para ti”, sin darle la paz. Doras Le comenta que ha sido puntual como un rey”. Jesús responde:” como hombre honrado”. Entran en una casa fastuosa, pero fría. Doras observa a Mateo: ” ¿no es aquél el alcabalero, hijo de Alfeo?” Jesús le responde tajante: “Ahora es Mateo, discípulo del Mesías”. El otro se ríe con desprecio. Los criados que se ven en el interior parecen temerosos de ser castigados, y no levantan la cabeza. El viejo fariseo los lleva a un jardín deslumbrante, con plantas y frutas exóticas traídas de Persia y otros lugares lejanos. “Ni siquiera el César dispone de estas frutas”. Manda que traigan una fuente con algunas de ellas. “Yo se las envío a Annás, el sumo Sacerdote, pero cocidas, para que no puedan robarme ni una semilla”. El Rabbí le advierte que son plantas de Dios, para todos los hombres”. Doras se enfada,  porque no quiere que Jesús lo compare a esos galileos, pero Jesús lo fulmina con la mirada.
Jesús es alto, Doras es pequeño. “¿Por qué, Maestro, eres amigo de Lázaro, si es hermano de María, una prostituta?” El Maestro contesta que Su amigo es honrado. Doras replica que cree que aquella casa está en pecado, y todos los que se acercan a ella, se manchan. “Yo puedo hablar con el Sanedrín y Te harán fariseo”. Jesús contesta que Él sólo quiere ser amado. “Yo te amo, ¿no ves que Te cedo a Jonás.
Jesús contesta que ha pagado el rescate para el pastor. Doras insiste: “¿Cómo es posible que tuvieras esa cantidad?” Jesús responde que un amigo pagó el rescate. Doras quiere que se queden a comer e insiste sin éxito. “Te doy mi mejor siervo, y sé que diste Tu bendición a estos campos, que ahora están dando abundantes cosechas. Antes de irte bendice mis ganados y mis campos, para que haya gran abundancia”. Y coge al Señor del brazo para obligarlo a que lo haga, pero Jesús se resiste, sólo quiere que traigan a Jonás. El fariseo da excusas falsas para no traer al pastor, mas Jesús está cansado de sus artimañas, y eleva el tono de voz:” ¡Mentiroso!” El fariseo protesta y amenaza. Jesús le increpa:” ¡Asesino!” Los discípulos se acercan a Jesús, los siervos asoman sus cabezas por las puertas, con temor. Todos se asombran al ver el rostro severo de Jesús. Doras se sobrecoge de miedo, por un instante, pero después le puede su soberbia y grita con voz chillona: “ ¡En mi casa sólo mando yo! ¡Vete de aquí, inútil galileo!”. Jesús le asegura que primero lo va a maldecir a él, a sus campos, a sus ganados y viñas.
Entonces el fariseo teme la severidad del Maestro y Le pide que no lo haga. “Retira Tu maldición. Jonás está enfermo, pero se recupera lentamente”. Jesús insiste en que lo lleven hasta Jonás. “Las cuentas están saldadas”. El viejo fariseo llama a los siervos con un silbato de oro, y llegan de todas partes. “Llevad a Éste hasta Jonás y se Lo entregáis”.
El Maestro sigue a los siervos sin despedirse del amo. Pasan el huerto y entran en una de las casuchas donde vive el pastor. Jonás se encuentra en condiciones muy malas, hecho un esqueleto, que jadea al respirar, y con fiebre. Todo es pobreza a su alrededor. “¡Jonás, amigo Mío! ¡He venido a llevarte!” Jonás se muere, pero se alegra mucho al ver a Jesús. “¡Fiel amigo! Ya he pagado tu rescate y te llevo a casa con Mi Madre”.
El Maestro le da mucho amor al infeliz de Jonás. Hacen una camilla para llevar con cuidado al pastor. El Señor pregunta por el dinero. Les quedan cuarenta denarios en la bolsa. La joven que cuida al pastor, llora al despedirse de ellos:”Adiós, Señor, ruega por mí. Adiós Jonás.” Pasan por el jardín y al verlos Doras, grita y dice “ese lecho es mío, te vendí el siervo, no el lecho”.  
El Maestro tira la bolsa del dinero a los pies del amo, que lo cuenta y dice a Jesús que es poco. Jesús fulmina de nuevo con la mirada al avariento fariseo, y no le dice nada. Doras Le pide que le quite al anatema. “Te pongo en manos del Dios del Sinaí”. El fariseo se aterra y se enfurece: “Nos veremos las caras. Te haré la guerra. Esa piltrafa…Me ahorro el entierro. Todo el Sanedrín lo pondré contra Tí ”.  A Jesús sólo le preocupa Su amigo. Intentan seguir por caminos llanos. Los cuatro campesinos ven al Maestro y corren hacia Él. Jesús los bendice.
Desde Esdrelón a Nazaret hay un largo recorrido. A veces suelen pasar carros romanos. El enfermo, cogido de la mano de Jesús, va dormido. A lo lejos viene un carro militar y el Maestro levanta una mano para que se paren. Jesús explica al jefe el problema y el romano ordena que suban. Le pregunta al Maestro quién es. “Jesús de Nazaret”, y lo reconoce. “Que no os vean. Nosotros sabemos que no eres un falso Mesías. Eres bueno y Roma lo sabe”.
El jefe pide vino a los soldados y da su miel y mantequilla al enfermo, para que se le suavice la garganta y no tosa. Jesús lo agradece:”Eres bueno”. El romano se alegra al oírlo: “Acuérdate de Publio Quintiliano, de la Itálica. Estoy en Cesárea, pero ahora me mandan a Tolomaide. ¿Qué doctrina predicas para los hombres de armas?” Él dice que Su doctrina es igual para todos: Justicia, honradez, continencia, piedad. No abusar de nadie y en las batallas, no olvidar que todos somos humanos. Y buscar a Dios Uno y Eterno, porque sin Él no existe la Gracia ni el premio Celestial.
El romano pregunta qué pasará cuando muera, dónde irá. Jesús le explica que se une a Dios en el Cielo. El hombre no comprende, porque para él existen los dioses del Olimpo. “No existe más que un Dios verdadero. Yo lo predico. Él pone en Tu corazón el deseo de conocer el bien”. El romano se extraña de que Dios se pueda ocupar de un pobre soldado pagano, pero Jesús le insiste:”Dios quiere que estés con Él”. El pagano quisiera seguir hablando con el Maestro. Jesús le asegura que volverá a Cesárea, “y allí Me verás”. Ya están a las afueras de Nazaret, por lo que han de despedirse. Jesús bendice a todos los del carruaje:”Que el Señor se os muestre”, dice el Rabbí. Juan y Santiago han ido rápido para avisar a María, y los tres se van a la carretera, para recibir al grupo Apostólico. “Madre, aquí está Jonás. Con Tu dulzura lo encaminarás feliz hacia el Paraíso. ¿Estás feliz, Jonás?”. El moribundo le responde agotado que sí, que muy feliz. Lo llevan a la habitación donde murió José.
“Mira Jonás, ahora es como si estuvieses en Belén y tú eres el pequeño Jesús, rodeado de todos los que te aman. Mira a tu entorno, y verás a los ángeles que te cantan”…Y así Jesús lo va adormeciendo, hasta que se extinga su aliento, con la dulzura de un buen hijo. El pobrecillo parece haber aguantado para encontrarse con los Santos en Nazaret. María le habla en un susurro y él Le sonríe, dice que su alma oye cantar a los ángeles. Agotado, va recordando lo que ocurrió en Belén, que él fue testigo, cuando nació el Mesías, hasta que se apaga su voz y surge el silencio. “¡Paz en el Cielo al hombre de buena voluntad! ¡Ha muerto!”, exclama Jesús. Decide sepultarlo junto a Su padre, el justo José. Los apóstoles permanecen en silencio. Jesús adopta una majestad propia de Dios. María llora, pero enseguida llega María de Alfeo a consolar a la Virgen.
BIBLIOGRAFÍA:”El Evangelio tal como me ha sido revelado”, María Valtorta. T.II; Ex.20,1-21; Dt.5,1-22;Ex.19,9-25;20,18-19.        

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