Opinión

Compasión

Nuestra querida ciudad y su territorio emergido y sumergido, es un lugar excepcional para mover nuestro amor por este lugar del planeta en el que tenemos la dicha de habitar. Viajar durante el verano y especialmente en los meses de julio y agosto pone de manifiesto que Ceuta es un retiro muy bueno para pasar unas vacaciones de verano sin sufrir demasiados rigores por el calor o las aglomeraciones de personas. Si bien es cierto, que la población flotante aumenta considerablemente en estas fechas, y muchas familias se reencuentran y conviven disfrutando de la playa, y el estío, en este vetusto y precioso lugar del mundo.

Para nuestra amada naturaleza no es una época fácil debido justamente a la ausencia de compasión hacía ella. En esta sociedad hedonista, el individualismo gana terrero pavorosamente y todo aquel con acceso a bienes materiales se cree con derecho a usarlos como le viene en gana sin pensar mucho en las consecuencias de sus propios actos. Se vive como si no hubiera un mañana, y lo importante es el disfrute de esta vida temporal sin perderse nada de lo que ofrece el mercado comercial del momento más materialista que jamás ha existido.


El egoísmo y la autorrealización se han convertido en un nuevo ídolo absurdo y pendenciero por el que se mueve y perece una parte significativa de la sociedad. Y muchos son aquellos que no pudiendo conseguir todo aquello que desean adquirir materialmente, viven en una infelicidad auto-creada. Imitan el ejemplo nefasto de sus admirados conciudadanos, pues nada hay más horrible y alienante que perseguir la riqueza material con el único fin de acumular bienes. El gran miedo: la propia muerte, atenazan a estos adoradores de lo efímero que albergan la idea absurda de seguir acumulando y gastando vida temporal, subidos en una noria ilusoria sin mucha reflexión o pensamiento ordenado.

Como acabo de regresar de un viaje científico por tierras de Cabo Verde, tengo todavía muy presente ciertas realidades humanas y sobre la conservación de la naturaleza que me gustaría poder compartir a través de estas reflexiones. Todo viaje a un país de pobreza material manifiesta, como el seco, maravilloso y poco poblado archipiélago caboverdiano, es una gran oportunidad para realizar una reflexión profunda sobre “quienes somos realmente” y el papel que desempeñamos los seres humanos en esta prueba que es la vida. Viviendo en Ceuta, solo basta también cruzar al vecino país para tomar conciencia y empezar a conocernos a nosotros mismos y nuestras prioridades vitales. Un corazón que está fijado en el oropel y que se prende de todo lo que se acaba destruyendo por el paso inexorable del tiempo está en serios problemas espirituales.


Un viaje a la observación de la pobreza material tiene impagables ventajas para la salud de nuestra alma, pues nos suele indicar el camino hacia su salvación; es como un gran megáfono divino que nos dice a todo pulmón “cuál es el rumbo de tu vida”. En estos lugares uno se da perfecta cuenta de la extrema dureza de su corazón y su conciencia le habla con toda claridad sobre lo mucho que debe agradecer por su vida y cuales deben ser las prioridades de una “vida buena”. Claro que siempre se puede salir corriendo y adormecer la conciencia temporalmente en un buen hotel, practicando placeres mundanos varios y atiborrándose de comidas exóticas. Incluso podemos descender al abismo alegremente, sin saber lo que se hace, y convertirnos en bestias deformes a los ojos del mundo invisible, y entregarnos a la práctica del sexo sin alma.

Después de atravesar un barrio de chabolas para subir a la cruz blanca, que ilumina las noches oscuras de Mindelo, agradezco a Dios que me haya dado conciencia para plantearme con gran claridad algo inquietante: “quienes más han recibido, más se les pedirá en el día postrero”.


Era un día luminoso en la preciosa isla de Sao Vicente, “Saosente” para el idioma criollo que se habla por aquellos lares. Como antes de poder volar de regreso a España no podíamos bucear para guardar las 24 horas de rigor, siempre dejo este día para hacer excursiones que me pongan en contacto con la otra naturaleza que no he venido a estudiar, y, en la medida de mis posibilidades, también acercarme a las realidades humanas. Esto lo hago desde que bajo del avión, pero este día es más íntimo, pues al caminar sin otra compañía humana, siento mi conciencia más despierta, y abierta a las influencias de la inspiración. San Juan Pablo II es el único papa que ha visitado el archipiélago, y una cruz lo recuerda, dejo también unas imágenes de la subida, el monumento conmemorativo erigido, y también del barrio que rodea este montículo volcánico. Una humilde escuela de verano bajo un árbol me llenó de esperanza y paz. Ese mismo día alcancé también el llamado “Monte Verde” donde disfruté un paisaje sublime y pude conocer a Miguel, un amable caboverdiano que regenta una pequeña cabaña “Cabana de Chá” donde te ofrece café o té y una galleta, “bolacha” con dulce de papaya. En palabras de mi amiga Cristina Narro “Miguel es una persona disciplinada, curiosa y que le gusta cuidar del equilibrio de las cosas, seguro que no habla ni muy alto ni muy bajo. Un tono de voz apacible. Le gusta más escuchar que ser escuchado. No es demasiado hablador, en su justa medida y servicial.” Lo clavó con solo una imagen que incluyo también en el artículo.


De la misma manera, la observación de la naturaleza ofrece lecciones impagables para todo aquel que se tome el tiempo necesario para conmoverse. Si te deja indiferente la naturaleza y solo se te atrae lo mundano es que necesitas una profunda reflexión sobre la existencia. La compasión no es la pena, es justamente ponerse en el lugar del otro para hacerse cargo del sufrimiento ajeno; acaso esta es la gran lección de la vida. A nosotros, al igual que a otras muchas personas nos duele el daño infringido al territorio y a los hábitats, que cada vez son más frecuentes por los desequilibrios y desajustes provocados en la sociedad humana.

La naturaleza sufre alteraciones que la van destruyendo, hay mucha actividad pero poca contemplación de la vida, cada vez más se usa como un objeto de consumo. En Cabo Verde, la pesca de langostas está haciendo unos estragos tremendos en las poblaciones de estos bellos crustáceos. Los incrementos demográficos y las concentraciones de población en verano causan unos impactos monumentales en los fondos marinos.

La extracción pesquera artesanal se dispara para abastecer un mercado enloquecido que solo desea satisfacer la panza sin pensar ni analizar las consecuencias. En nuestro litoral ceutí, hemos estado poniendo de manifiesto lo que sucede en los fondos marinos debido a la pesca y la contaminación. Toda esta huida hacia adelante, impide que asumamos las consecuencias del consumo exagerado de bienes materiales. Todo está justificado si sacia las expectativas vitales a corto plazo.


En la marinera ciudad, se conocen las consecuencias de la falta de ordenación de los espacios naturales y en especial de los protegidos. El conjunto de los partidos políticos y la sociedad caballa no puede decir que no conoce estas realidades que tanto exponemos en el diario decano. La consecuencia del incumplimiento de las leyes no afecta solamente, a la destrucción y desamparo de la naturaleza, y felizmente sabemos que el poder que está por encima de todo, las propias leyes instauradas y puestas en marcha desde el origen de la vida, restaura y protege. A pesar de las transformaciones y los daños no todo se pierde. Sin embargo, las faltas son especialmente graves y dañinas espiritualmente, pues implican ausencia de amor y despliegue de prácticas egoístas para con nuestra propia especie y en contra de todo lo creado por amor.


Por muy apropiado y razonable que se vea cuidar el entorno por razones prácticas; es inteligente y de buen sentido, pero escaso para nosotros, hechos para lo sublime. Sentir compasión por los demás seres humanos, sea cual sea su estado material y espiritual, y por la obra natural es uno de los grandes fines de la existencia. La práctica de la compasión es por tanto un gran regalo gratuito venido del otro mundo que nos devolverá la alegría perdida entre tanto materialismo vano.

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