Comparaciones no deseables para la derecha

Siempre que intento hacer comprender a alguien el porqué de mi postura acerca de un tema determinado me gusta argumentar utilizando comparaciones llamativas y polémicas, a lo que casi siempre me responden calificándome de exagerado. Bueno, tal vez sea cierto que exagero a veces, pero es que creo firmemente que si el tema principal de un pequeño acto es similar, en cuanto a legitimidad, al de un acto mucho mayor y ‘exagerado’, la utilización de este último caso como modelo es positiva tanto para el debate como para la comprensión de mi posición ética. Si queremos enseñar que robar está mal a un niño que ha robado una golosina, es completamente lícito usar ejemplos de ‘cacos’ que roban carteras. ¿Quiere esto decir que es igual de malo robar un chicle que robar 300 euros? Obviamente no, pero sí que es un ejemplo válido para hacer comprender al niño lo negativo de su acción: tu acto sólo buscaba satisfacer tu capricho, has cogido algo que no te pertenecía y no has pensado en nadie más que en ti, al igual que el que roba 300 euros para lucro personal.
Hay comparaciones que parecen prohibidas para todo, como en el caso de Adolf Hitler, a quien es imposible comparar ni tan siquiera con cualquier otro dictador fascista sin que te recriminen que ‘no es comparable’, cuando lo que quieren decir realmente es que ‘no es lo mismo’. Claro que no es lo mismo, igual que nadie se baña dos veces en el mismo río, Hitler no es Pinochet. Esta dificultad para distinguir entre lo idéntico y lo comparable ocurre muy a menudo, pero bueno, hasta aquí todo tiene un pase, digamos que estoy dispuesto a aceptar que debo empezar a utilizar ejemplos más moderados. Lo que ocurre es que, al ver que ni eso le parece válido a la derecha y al circo mediático de este país, uno se lo piensa, y eso es justo lo que creo que estará haciendo Manuel Cañada, ex coordinador de IU en Extremadura y protagonista estos días por haber expropiado comida para los pobres en un gran supermercado como ya hicieran Juan Manuel Sánchez Gordillo o Diego Cañamero.
Cañada, durante un debate en televisión trató de argumentar la legitimidad de su acto aludiendo a la acción que llevó a cabo Rosa Parks en EEUU en 1955, cuando se negó  a cederle su asiento en el autobús a un hombre blanco, lo que constituyó un delito, le valió ser recluida en prisión y encendió la mecha de la lucha por los Derechos Civiles en Norteamérica. Los contertulios que acompañaban a Cañada, apenas éste pronunció el nombre de la mítica afroamericana, se apresuraron a interrumpirle al grito de ‘¡pero bueno, eso no se puede comparar!’, sin dejarle finalizar su razonamiento. Que eran dos casos incomparables fue la opinión general pero, ¿por qué no se puede comparar? Que yo sepa, tanto los EEUU de 1955 como la España de 2012 son dos Estados de derecho; ambos actos son actos de protesta contra la discriminación de un colectivo (allí, los negros y aquí los desfavorecidos); ambos están penados en sus respectivas Constituciones; ambos protagonistas saben que realizan algo ilegal; ambos son no violentos y ambos encuentran su legitimación moral en la vulneración diaria de derechos básicos del ser humano. Dicho esto, parece evidente que la única explicación posible acerca de tal imposibilidad comparativa es que hoy por hoy los negros de EEUU disfrutan (supuestamente) de los mismos derechos que los blancos y que Rosa Parks ha sido elevada a la categoría de icono, de rebelde luchadora  que se levantó contra un orden injusto y, por supuesto, no conviene que las acciones de Sánchez Gordillo, Cañamero o Cañada sean vistas de igual forma por la sociedad. Mientras que Rosa Parks es una heroína al estilo de Nelson Mandela, los tres izquierdistas españoles deben ser vistos por la ciudadanía de bien como unos delincuentes, unos vagos y unos oportunistas.
Al igual que ocurrió con la lucha de los mineros, la expresión ‘yo estoy de acuerdo con tu lucha, pero no estoy de acuerdo con las formas’ es lo que más se oye en la calle y lo que más se oía por parte de los periodistas que debatían junto a Cañada en relación a las expropiaciones de alimentos de primera necesidad. Es de sentido común, ¿quién en su sano juicio va a decir sin complejos que está de acuerdo con que echen a cientos de mineros a la calle o con que haya gente que pase hambre? Lo fácil es criticar todo tipo de lucha o desobediencia pero desde el apoyo moral al problema de fondo, escudándote en el ‘no, no, si yo opino igual que tú, pero hay otras formas’ para limpiar tu conciencia y poder seguir sin hacer una mierda.
Apuesto a que en 1955 todos estos farsantes habrían condenado la acción de Rosa Parks por saltarse los mecanismos civilizados de protesta que las leyes de la maravillosa democracia americana le proporcionaban, haber creado un alboroto y haber empujado (como en el caso de la famosa cajera del Mercadona) al trabajador que intentaba hacerla entrar en razón invitándola, amablemente, a sentarse en la parte de atrás. Y es que para los defensores del orden establecido siempre hay otras formas de hacer las cosas. Sí, las de sus amos.